Orlando Garciga Castex (izq)
junto a su primogénito, Orlando Jr.
No me gusta decir adiós. No me gusta que los cercanos y de buen corazón se vayan. Nunca, desde mi juventud en Caibarién, a ninguno de nuestro grupo nos gustaba acabar pronto la fiesta.
Cuando no íbamos al cine o al cabaret con la novia, nos reuníamos en el parque o en algún rincón de la ciudad: Remberto Delgado "El Meme", Albertico Parrado "Muñeco", Ángel Luis Alvarez "El Indio", Ramón Fundora Galán, Ibrahim "El Crazy", el negrito Luis Tomás, Juan Carlos Dominguez, Juan Carlos Rojas Castro "El Peje"... y en el centro siempre estaba "Orlandito" Garciga
con su música y su alegría.
Cuando nos encontrábamos, ninguno se quería ir. Bebíamos toda la noche y amanecíamos dando voces por las calles del puerto con el sueño añorado de largarnos algún día.
Cada uno de mis amigos albergaba una gracia particular tras de sí, a pesar de tanta vida lúgubre que nos rodeaba. Nos reíamos de la realidad y soñábamos con el futuro, siempre el futuro.
Lleno de un sentido de humor extraordinario, "Orlandito" se reía cuando en el grupo le decían "El viejo Jotavich" por aquella similitud de su incipiente barba con la del personaje de la televisión infantil, al que dio vida José Antonio Coro (Corito).
Y como decía, la verdad es que nunca me gusta decir adiós, porque sencillamente no dejo que las personas más cercanas a mí se vayan. Sin embargo, como las sorpresas ingratas que da la vida, hoy se nos fue para siempre, con 50 años encima, Orlando Garciga Castex, nuestro entrañable "Orlandito". ¡Que putada!
Había estado soñando con "volar" del terruño toda la vida hasta que un día fortuito de 2008 lo consiguió y llegó. Su salida de Cuba fue también una crónica de la odisea arriesgada por llegar a tierras de liberad. Lo intentó tres, cuatro, cinco... y diez veces hasta que lo consiguió.
Ya vivía en la Florida arropado por el amor de sus dos hijos y Odalis, la mujer que le acompañó hasta su hora final.
Este domingo ingrato que se lo llevó, fue la culminación de un periodo de calvario en que su salud se fue deteriorando y el corazón le apretó con mas fuerza su caja torácica, sin importarle las libertades que aún le faltaban por vivir al amigo.
La noticia desoladora de su muerte me la dio desde Miami esta misma tarde, Ángel Luis Alvarez "El Indio", amigo indeleble desde la infancia y que como tantos, también alcanzó su sueño de llegar:
«Loyola, hermano. Quiero darte la triste noticia de nuestro amigo y hermano Orlando Garciga: murió hoy por una cruenta enfermedad en los pulmones. Ya le funcionaba uno solo a un 20 por ciento. Hacía varias semanas que su vida recaía».
¡Vaya putada, coño! No pudo ser más desgraciado el domingo y mucho menos la suerte final de Orlando.
Una fibrosis pulmonar le arrebató la existencia, "pero nunca perdió su conciencia ni su buen humor", como lo evoca Mildrey, la mujer que le dio su primer hijo.
Una frase de Chesterton define mi visión desde que conocí a Orlandito cuando los dos éramos unos imberbes y hasta la última vez que lo vi en el Caibarién de los 90: “Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina”.
Orlando Garciga Castex, siempre encontraba esa vuelta de la esquina, y lo que es más mágico: transmitía esa ilusión por doblarla en todos. Era el alma del grupo en tiempos de carencias y limitaciones: "Un amigo excepcional", como lo define "El Indio". "Cuando no teníamos que ponernos, Orlando nos prestaba sus camisas y nadie se quedaba en casa". Era un idilio de amigo. Con él no había tristeza. Todo era una fiesta cuando Landy, su padre se bajaba de los barcos de la Marina Mercante y traía algún detalle que Orlandito siempre compartía como aquel tocadiscos retro de los 70, que llenaba de música las noches calladas de "La Glorieta" con el sonido rico y cálido de los vinilos prohibidos. Eran noches de fiesta y desafío cuando llevar el pelo largo y escuchar a The Beatles era un pecado colosal.
No faltaba en las noches de descargas célebres, cuando Orly soplaba la boquilla de su metal en "Los Daditos" o el "Villa Blanca" y la batería de Juan Carlos Rojas "El Peje" nos vibraba a todos en los oídos sin la ausencia de otros dos notables del "viento" que dio Caibarién: Orlando Vázquez y Barceló, que no paraban sus trompetas en medio de los rones que nos alegraban las noches marineras junto al Caribe.
Todo lo vivíamos con un placer inusitado; las calles de la villa eran nuestras hasta que Orlandito nos despedía con algún solo de su saxo a las puertas de su casa legendaria de Caibarién.
Le costó, quizás, alcanzar la otra orilla, pero un día, él con su esposa a hombros, desafiaron el olor nauseabundo de los manglares y el ataque de los zancudos carniceros de la costa, y después de andar varios kilómetros de un camino aciago y angosto, se subieron, por fin, al barco de la suerte que los llevarían a Estados Unidos. Y lo consiguieron.
Pero la suerte le duró poco. Por eso, al recordarlo hoy en el día ingrato que le arrebató la existencia con unos deseos inmensos por seguir viviendo, siento a la vez la fortuna de decir que fuimos fieles amigos mientras Caibarién fue el ruedo de nuestras vidas.
Lo recuerdo, yendo y viniendo, entrando y saliendo de su casa de la calle Céspedes, en medio del trasiego de la vecina fábrica de galletas zumbándole todo el santo día, con la imagen vivificadora de los años felices de la secundaria, entre los amoríos juveniles y las juergas callejeras, incursionando en la música con el saxo siempre a cuestas, hasta que las urgencias por sobrevivir le cambiaron los derroteros y tomó primero el timón de un camión de víveres, en 1994 para después acabar buscándose la vida en un bici taxi, que abandonó cuando irreversiblemente se lanzó a la odisea de la mar.
"Orlandito", el Jovatich alegre de mi juventud ha muerto en Estados Unidos con su sueño mas anhelado realizado: tocar tierra de libertad.
Pero Orlando nunca abandonó la voluntad de imponerse ni esa jovialidad característica suya: ¡Oye, Loyola!, me decía para referir que nunca se bajaría derrotado.
Por eso le escribo esta crónica, para despedir a un amigo que supo alentar a los demás cuando había que hacerlo. A mi mismo, cuando era un aprendiz de periodista enviando noticias desde el pueblo, se me aparecía Orlandito con su proverbial manera: ¡Oye, Loyola! ¡Sigue ahí!
Y así premiaba mi prematuro afán por escribir.
Estoy convencido de que allá donde esté, desde alguna estrella, Orlando Garciga estará escuchando esta crónica con esa sonrisa delatora que era siempre una revelación en él: ”¡Hay que echar pa'lante!”.
Estará junto a su padre, Orlando "Landy", que se había adelantado al viaje eterno dos años atrás por una afección cardíaca también irreversible. Como lo hicieron ya el tío Tony; y Antonio y Margot, los abuelos maravillosos con los que se le acabó de estirar el cuerpo. A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd. A Orlando se le han unido varios.
Hoy se fue, con la doble satisfacción de haber conseguido vivir como quería, como lo han hecho cientos de miles de cubanos que no quisieron seguir resignados. Se fue, pero no sin antes volver al terruño en que nació. Y lo hizo.
Hace cuatro años, Orlandito volvió a cruzar el mar, pero en señal de triunfo para decirle a su madre, Elizabeth Castex, a su tía Ana Margarita, y a la larga estela de primos numerosos de los Castex: Kirenia, Karina, Karenia,Tony y Marilis, que el esfuerzo de su vida no fue en vano. Hoy le estarán llorando en las dos orillas.
Yo le voy a seguir recordando en los tiempos más adorables como lo harán también en la Florida, Odalis y su hijo Orlandito; Javier, que quiso también a Orlando como un padre. como lo estarán haciendo en Cuba su convaleciente madre y su hermana, dos Elizabeth que le amaron toda la vida.
Un abrazo, Orlis, amigo, allí donde estés. Hoy he trasmitido mis vivencias y he escuchado las tuyas. Es casi como estar contigo.
¡Conseguiste tu meta y ahora tienes tu estrella!
Cuando un amigo se va, sólo hay que remenbrar su vida, eso lo eterniza.
ResponderEliminarGracias por tus palabras mágicas acerca de la amistad. Tú amigo , donde esté, vibrará de emoción por tú crónica.
Siempre lo recordare como el gran hombre q fue,merecida cronica
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