"El veintisiete de agosto de mil novecientos ochenta y cinco, dos meses después del óbito de Olimpia, la alegría suplantó el dolor y la radio volvió a la ciudad." Manolín Álvarez, 1985
HOY HACE 30 AÑOS DE ESTA FOTO
Entró en antena la nueva
CMHS Radio Caibarién
«LA VOZ DE LA VILLA BLANCA»
El 27 de agosto de 1985, hace ahora 30 años, tras cortar la cinta que abrió la nueva etapa de la radio en su Patria chica: Caibarién, el precursor de las ondas en Cuba, Manolín Álvarez, fue presentado al entonces Presidente del Gobierno Provincial, Tomás Cárdenas García (en la foto, a la izquierda) y al Alcalde de la ciudad, Víctor Manuel de la Rosa Arce (D.E.P.), quien conversa con el autor de este blog (junto a Manolín). Tomás Cárdenas y Víctor Manuel, son dos nombres a quienes la nueva radio tiene mucho que agradecer por la gestión emprendedora con que llevaron adelante el retorno de las transmisiones a la ciudad cubana que acunó la radiodifusión nacional.
Se cumplen hoy 30 años de la salida al aire de CMHS Radio Caibarién, La Voz de la Villa Blanca, última emisora en ese rincón del centro-norte de Cuba, que atesora la historia mejor guardada de la radio en la isla, pues fue allí, en la casa de Céspedes, 7 donde se emitieron en 1917 las primeras señales que llevaron la era de la radio a la isla y a gran parte de Centroamérica. Han pasado, en realidad, 98 años desde que la gran invención de la radio llegara de la mano de este hombre, que nos llegó de España.
TODA LA GLORIA SE DEBE A
UN NOMBRE: «MANOLÍN ÁLVAREZ»
UN NOMBRE: «MANOLÍN ÁLVAREZ»
Manuel Antonio Álvarez Álvarez (Santiago de Ambás, 1891-Caibarién, 1986) Para Cuba, "Manolín", mi amigo y gran consejero vocacional, el maestro de la radio.
Hoy me vuelvo a regocijar con la obra de "Manolín", porque la radio en Caibarién y en toda Cuba, le debe mucho a este hombre extraordinario, un asturiano de la emigración que hizo maravillas en el Éter antillano cuando en Centroamérica no existía emisora alguna.
Hoy me vuelvo a regocijar con la obra de "Manolín", porque la radio en Caibarién y en toda Cuba, le debe mucho a este hombre extraordinario, un asturiano de la emigración que hizo maravillas en el Éter antillano cuando en Centroamérica no existía emisora alguna.
Su paternidad sobre la radio fue ninguneada por mucho tiempo en la isla que lo acogió en 1905 —con 14 años—. No fue hasta 1982, hace 32 años, cuando ya ciego y sembrado en su vejez, el oficial Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) reivindicó en Álvarez el mérito de padre indiscutible de la radio.
En Céspedes, 7, donde tuvo su primera residencia y casa de oficios, el propio "Manolín" develó la tarja que por fin hizo justicia: «Desde este lugar trasmitió en 1917 Manolín Álvarez las primeras señales de radio de Cuba».
Ya nadie niega en Cuba que mil novecientos diecisiete fue el año de los grandes emprendimientos por la radio. Ese año, y toda la era radiofónica, hay que agradecerla a la figura de "Manolín", que se fue a La Habana un día y nunca volvió.
Hoy, como siempre hacíamos cada vez que lo visitaba en su casa de Caibarién, me vuelvo a sentar junto al amigo Manuel en los sillones de mimbre de su salón, siempre junto a Olimpia Casado Mena (La Habana, 1898-Caibarién, 1985) la cubana que le acompañó toda la vida, y que fue la primera operadora de radio en Cuba.
Y de ella hablo en este día, o mejor me lo cuenta "Manolín" en estos extractos de su biografía publicada en "Crónicas del Caribe" (Stella Maris, 2015)
El año en que Olimpia murió, fue un año de recuerdos y rememoraciones, un año en que todo fue más feliz menos el día ingrato que se la llevó.
Olimpia murió con el mejor legado a sus pies: bodas de oro celebradas y a punto de que la radio resurgiera en el pueblo, la misma radio donde adquirió su temple en los oficios de operadora.
Su particular destreza, rápidamente le hizo dominar el manejo de todos los sistemas. Primero se aplicó en el funcionamiento del fonógrafo y después llevaba los controles de la estación días enteros. Le sobraron méritos para que en el año treinta y ocho recibiera el título de Operadora de Radio. A partir de ahí, Olimpia se convirtió en coprotagonista vocacional de la historia de la radio.
—¡Vas bien, Manuel!, exclamaba cada mañana al pie del primer café.
El veintitrés de junio de mil novecientos ochenta y cinco, le di a Olimpia las buenas noches por última vez. Y fue la última, porque al día siguiente, lunes veinticuatro, la mejor testigo de mi vida, entregó su alma a Dios. Tenía ochenta y siete años.
—Han tenido una madre ejemplar —le dije a mis hijos.
CUANDO VUELVE LA RADIO
Ya era un nonagenario y ese mismo año, como el primer día, asistí a lo que era la expresión de una radio nueva, más sofisticada, más de este tiempo.
El veintisiete de agosto de mil novecientos ochenta y cinco, dos meses después del óbito de Olimpia, la alegría suplantó el dolor y la radio volvió a la ciudad.
La invidencia y los males que me golpeaban, no impidieron que asistiera a la expresión de una radio nueva. Era martes cuando Caibarién reabrió su historia en las ondas y se puso en el aire Radio Caibarién, La Voz de la Villa Blanca.
Ese día, hablaron de todo en el pueblo, del pasado y del presente. Vinieron invitados de muchas partes, pero sobre todo, allí también estaba Feliciano Reinoso, mi compinche en las ondas y el primer hombre estrella de la narración deportiva. Llegó con la mirada atónita que siempre ocultaba tras sus lentes de mucho aumento. Feliciano ya no era el mismo "Dempsey" que catapultó a la fama la radio de los veinte.
De aquella pléyade de los años de la radio de la primera hora, en el pueblo sólo quedábamos los dos.
Lo narré para España. Se lo conté a Emilio Sánchez, mi paisano asturiano; le hablé de los trabajos de una gran emisora de onda media en Caibarién, le dije que el Estado cubano había tomado en consideración todas las razones de una vida volcada a las ondas.
Aquellos días, la prensa difundía reportajes a toda página. Un titular en el diario provincial Vanguardia, decía: «En los 1420 kilohertz transmite CMHS Radio Caibarién, la radioemisora número 53 que se crea en Cuba».
Una plana entera hacía honores al pasado mítico de la radio y en una de sus partes exaltaba: «Hoy, a pesar de sus años, quizás añorando su terruño, pero sembrado en su querido Caibarién…, a "Manolín" no le falta tiempo para orientar a las nuevas generaciones que continúan la labor que él, conjuntamente con otros, emprendió a través de toda la isla, sin más estímulo que su satisfacción».
Caibarién volvía a ser un hecho el 27 de agosto —y lo es hoy 30 años después—Los noveles radiofonistas empezaron entonces a satisfacer a la audiencia en los mil cuatrocientos veinte kilohertz con calidades que iban imponiendo el fundamento técnico de los nuevos tiempos para retomar el mensaje radiofónico que habíamos cimentado setenta años atrás».
POSTDATA
El 27 de agosto de mil novecientos ochenta y cinco, asistí con Manolín Álvarez a la inauguración de la nueva Radio Caibarién; era una continuación a décadas de silencio en las ondas desde la Villa Blanca. La locuacidad de mi anciano amigo era notoria ante el anuncio de que la radio volvía al pueblo; justo allí donde él forjaría las primeras plantas que dieron lumbrera al medio en el país. Aquel día histórico, Manolín estaba eufórico porque se gestaba una nueva emisora.
El día de la inauguración, a la temperatura de un martes cálido del Caribe, "Manolín" apareció vestido de verano, pero con su inequívoco semblante castizo: llegó con camisa blanca, pantalón oscuro, la inseparable boina negra y bastón en mano, como acercándonos a todo el tiempo ido.
Siete meses después, el treinta de marzo de mil novecientos ochenta y seis, la muerte nos arrebató a Manuel; como si una centella cayera sobre el mar y la tierra de Caibarién.
Antes, en espíritu, al menos tuvo la suerte afortunada de escuchar otra vez aquel “Buenos días, esto es Radio Caibarién”.
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