10 mayo, 2010

Mi encuentro con Juan Almeida

¡Sí, Comandante!

La

memoria

que

llevamos

dentro

Jesús Díaz Loyola (ATP)

-¿Lo escribiste tú? -me preguntó Juan Almeida Bosque, el tercer hombre de la Revolución Cubana, una mañana insospechada del verano de 1984.

Sobre su despacho del Palacio de la Revolución, en La Habana, había varias notas de mi autoría y un ejemplar del reportaje a toda página con que yo difundía la gran obra de masas que comenzaba a ser la construcción de la Plaza del Che Guevara en Santa Clara, hasta ese momento un tema anónimo.

Sin que mediara mayor preámbulo que los buenos días, nada más verle con la solidez de un veinteañero, cuando yo comenzaba a gatear en el arte de hacer noticias, le dije:

Sí, Comandante!

En mi etapa de periodismo provinciano en Cuba, en la década de los ochenta, ya vivía la pasión desenfrenada por los grandes reportajes y gozaba el privilegio no menos deseado de tener siempre una exclusiva al alcance de la mano. La de Almeida en Santa Clara, fue una de ellas.

Mi ubicación en la vacante de periodista del Gobierno Provincial durante cuatro años (1982-1985), fue siempre una plaza deseada y hasta envidiada en la tándem de reporteros del mundo mediático, que seguía toda la información que fluía del gobierno.
“El periodista de los ministros”, me llamaban los colegas por esa manera costumbrista de reservarme siempre la exclusiva. En cambio, disfrutaba aquel placer inaudito de los “palos periodísticos” con el golpe de suerte de tener siempre la primicia de cada visita o acontecimiento importante en la provincia. La lista es larga.
Con Almeida, el tercer hombre de la Revolución, fallecido el pasado año, aquel encuentro fue el resultado de la osadía de querer publicarlo todo.
Sucedió que en una de esas visitas sorpresivas de la cúpula a provincia, y justamente cuando el monumento al Che estaba en los cimientos y era aún información reservada, pudo más mi olfato periodístico que la discreción gubernamental de publicarlo o no.
Contra toda orden previsible, lancé la noticia en el verano de aquel año y fue portada en el periódico Vanguardia. La presencia de Juan Almeida en el monumento al Che hizo que corriera como pólvora el notición de la gran plaza que ya se levantaba a la memoria del Guerrillero Heroico.
A los pocos días, Almeida me mandó a buscar. El primero que me dio el aviso fue Tomás Cárdenas García, entonces presidente del Gobierno Provincial. El propio Gobernador creó unas condiciones que hoy serían impensadas. Me dispuso su coche, un Lada 1600, de las últimas herencias soviéticas en Cuba, y que era un privilegio en los ochenta.
Con chofer incluido, de madrugada, porque Almeida nos recibiría hacia las 9:00 AM, emprendimos el viaje de 400 kilómetros hasta La Habana que consumimos en poco más de tres horas.
En pleno Palacio de la Revolución, en la urbe habanera, hubo que pasar varios controles de seguridad hasta llegar al tercer hombre de la Revolución Cubana.
Vestido con una guayabera impoluta, a la luz de una soleada mañana estuve ante el negro más célebre de la Revolución cubana.
Juan Almeida Bosque, un hombre de baja estatura que ya peinaba canas, me saludó raudo y locuaz, con una precisión que justificaba en él la grandeza incuestionable con que llevaba el tercer asiento del país.
-Buenos días, ¡Siéntese!
 
La conversación fluyó espontánea:
-¿Qué edad tienes?
-Veinte años.

-Yo dije que de esto no se publicara nada hasta que el Comandante en Jefe tuviera toda la información.

Me sobrecogí y sentí pudor.
-¿Te gusta el periodismo?

-Son mis primeros años.

-No está mal, pero no debió publicarse...

Después de una larga charla a la manera del férreo orden cubano, el Comandante de la Revolución, uno de los pocos con ese rango, felicitó la crónica y mandó a servir café.

-No debió haberse publicado. No queríamos hasta que Fidel estuviera bien informado –sentenció y acto seguido comentó.
-Pero está bien escrito. Te felicito.

Hasta su muerte, ocurrida en el 11 de septiembre de 2009, Juan Almeida fue uno de los más cercanos condiscípulos de Fidel Castro en el medio siglo que dura la Revolución Cubana.
El Juan Almeida que conocí cuando con veinte años era un principiante en el oficio de la pluma, trasladaba el contraste y la actuación mordaz de todo dirigente revolucionario, no sólo ante a un desliz periodístico sino mayormente frente a la incompetencia burocrática que muchas veces afecta el curso de la vida diaria. Los periodistas cubanos que nos fogueamos a la sombra de la Revolución sabemos que esa exigencia primordial siempre ha sido así, y muchas veces una no mal intencionada noticia ha dado pie a profundos análisis y hasta destituciones.
Almeida, además de figura clave en la dirección de la Revolución, desde que se embarcó con Fidel en la expedición del Granma, era un poeta realista que a menudo publicaba sus trabajos en la revista Bohemia. Aunque su poesía no tuvo una amplia trascendencia dentro de la intelectualidad cubana, Almeida escribía y le gustaba hacerlo.
Su obra poética va íntimamente ligada al torrente de la Revolución cubana y como todos los incondicionales de La Habana, siempre miraba a Fidel más allá del ídolo insuperado hecho siempre para ganar.
Con Juan Almeida nació una de las consignas políticas cubanas que ha marcado la historia revolucionaria: "¡Aquí no se rinde nadie!",y que él mismo habría lanzado en momentos en que el "Che" Guevara fue herido, en una fuerza de ímpetu de combate para desafiar el intenso cerco tendido por las tropas oficiales a los expedicionarios del Granma que tomaron el poder de la isla en 1959.

La noticia que me llevó a su encuentro un día fortuito del verano de 1984, la revelación de su visita a Santa Clara y el anuncio de los trabajos de construcción de la plaza del Che, justificó en Juan Almeida la rectitud del revolucionario cuando le escamotean sus decisiones. En la médula de su expresividad y de su juicio, por encima de todo, estaba la franqueza de un gran dirigente.
La plaza del Che Guevara en Santa Clara, ciudad localizada al centro de Cuba, es hoy un sitio de grandes concentraciones con capacidad para decenas de miles de personas, y su mayor esplendor lo tiene el conjunto escultórico, obra del extinto artista cubano José Delarra. En su interior, descansan los restos mortales del Che y sus compañeros de lucha.
El pasado año, cuando Juan Almeida era ya un octogenario, un paro cardiorrespiratorio terminó con la existencia del histórico número tres de la Revolución cubana, dejando tras de sí una vida cabal a la vera de Fidel.
Uno de los Comandantes puntales de la Revolución, que destacó como miembro del Buró Político y vicepresidente del Consejo de Estado, murió en septiembre, en La Habana, y de él se guardará siempre la lección de grandeza de un albañil de raza negra que llegó a la cabecera de la Revolución.
Fidel le cambió su destino y Almeida estuvo a su lado hasta el final. De su gran guía dijo alguna vez: "A su lado nunca me sentí negro".

09 mayo, 2010

La muerte de una madre y el sufrimiento de "Los Cinco"

CUBA: A propósito del Día de las Madres

Carmen Nordelo murió como una rosa deshojada;
le cortaron el sol desde que le quitaron a Gerardo

Jesús Díaz Loyola (ATP)
Escribió Máximo Gómez en su ya épico Diario de Campaña cuando el cuerpo de su discípulo y su sangre, su hijo Panchito Gómez Toro ya era cadáver presa del enemigo: "Malo no es cortar la rosa, deshojarla con desprecio es lo amargo".

Carmen Nordelo, madre de Gerardo Hernández Nordelo, uno de los cinco cubanos encarcelados en Estados Unidos por luchar contra el terrorismo, murió como una rosa deshojada, a la que le cortaron el sol desde que le quitaron a Gerardo. En un día tan especial como el de la madre, no podíamos dejar de recordarla.

Carmen Nordelo Tejera, murió un día fatídico del pasado año -el dos de noviembre- sin que viera la luz del más preciado tesoro de una madre: su hijo arrebatado por la injusticia. Sin embargo, en la familia de Hernándes Nordelo, que hoy por hoy es la de toda Cuba, no hay llanto porque las lágrimas han curtido el coraje cubano de denunciar las violaciones del injusto proceso penal contra los cinco hijos de la isla que alguna verdad habrían tenido para que terminaran presa de la injusticia en suelo americano.

Los pésames y las condolencias no lo resuelven todo, no cuentan tanto en su batallar, porque desde allí donde está, Gerardo valora aún más el sentimiento martiano que le marcó la vida, el de José Martí cuando presa también del destino escribió a su madre Leonor Pérez: “El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre".

En cualquier caso, desde todas partes La Habana es un afluente permanente de muestras solidarias, desde dentro y fuera de Cuba, de los cubanos de allí y los cubanos de acá, de la Coordinadora de Asociaciones de Cubanos Residentes en España, y en ella, de la Asociación de Cubanos Residentes en las Islas Canarias, por solo citar algunos. Pero en cualquier parte, todo el que está del lado de la verdad se ha unido al pesar por el fallecimiento de Carmen Nordelo este noviembre.

Carmen había nacido el 15 de febrero de 1933 en Islas Canarias y con 17 años se fue a La Habana, como tantos emigrados urgidos por razones económicas. Como cualquier madre de este mundo, fue una celosa veladora del desarrollo intelectual y social de los tres hijos que le dio la vida, pero sentía por Gerardo una suprema atracción.

Gerardo forma junto a otros cuatro -Fernando González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y René González-el grupo de los hoy célebres cinco luchadores cubanos frente al terrorismo y que Estados Unidos se resiste a liberar.

Los Cinco fueron detenidos el 12 de septiembre de 1998 cuando monitoreaban las acciones terroristas de grupos anticubanos asentados en el estado norteamericano de Florida. Por eso cumplen una condena despiadada e infinita en el sur de aquel país.

Paradójicamente, el mundo exterior ha sustentado la inocencia de "Los Cinco" en pruebas judiciales, y hasta el testimonio de altos jefes militares norteamericanos sostiene que ellos jamás atentaron contra la seguridad estadounidense.

Pero de qué vale nada. A Gerardo, Fernando, Ramón, Antonio y René, se les consume la vida tras las rejas imperiales de la nación "más justa". Su inocencia está probada y el reclamo de la comunidad internacional para su excarcelación es cada vez mayor.

Hoy no está Carmen, la madre amada de Gerardo, sin que ella pudiera todavía aguardar la esperanza volver abrazar a su hijo. Otras cuatro familias abogan desde la isla por ver a sus seres queridos y hasta eso les niega la nación del estado de derecho.

Ojalá las crónicas que se escriben no sigan resumiéndose a las notas y reseñas biográficas de los cinco cubanos inocentes que consumen sus días en las cárceles estadounidenses con unos deseos inusitados de vivir y hacer. Cada amanecer, ellos buscan en el alba la hora y el día.

Gerardo Hernández Nordelo, el hijo huérfano de Carmen tendrá ahora 44 años -11 se le han consumido en prisión, a la que llegó con el esplendor de un treintañero- Pero es joven aún con marcados deseos de vivir, pero espera y "resiste", como el mismo dice desde su encierro.

Su resistencia de más de una década de encarcelamiento injustificado se sobrepone a la desesperanza de dos cadenas perpetuas y quince años de condena que han caído sobre sus espaldas. Sin embargo, Gerardo ha sacado alguna utilidad de su encierro. Ya tiene un libro: "El amor y el humor todo lo pueden". Así justifica su vida fuera de la Patria y ajusticia la sin piedad de su encarcelamiento.

Si alguna razón pudiera encontrársele a los cargos por los que Gerardo y sus cuatro compatriotas viven confinados en una cárcel de Florida, entonces que levante la mano el justo juez que les juzgó, que la levante si alguna razón lógica hubiera para privar de libertad el perseguir al terrorismo que desde Florida apunta hacia la isla y ha dejado ya más de tres mil quinientas muertes y más de dos mil mutilaciones de vidas inocentes. Gerardo, Fernando, Ramón, Antonio y René podrían ser otras cinco.

En la foto, el Presidente cubano Raúl Castro en el funeral de Carmen Nordelo.

Si combatir el genocidio es un cargo de culpa, que el mundo levante las manos o que hable la jueza Phyllis Kravich, del Onceno Circuito de Atlanta, que por algo escribió 16 páginas en las que sostiene que el cargo de Conspiración para cometer asesinato supuestamente imputado a Gerardo, no se ha probado en ningún momento de su proceso.

Pero hoy, el dolor que le asiste a Gerardo es que su difunta madre ya no verá la razón hecha justicia, si es que la llegara haber un día, porque Gerardo despierta cada día en Florida y piensa que en el tiempo "el regreso a la Patria será ya solo una oportunidad para sus huesos".

En La Habana de sus ancestros, su madre murió cual rosa deshojada a la que le cortaron el sol. Hace once años le arrebataron a su hijo. Gerardo no ve la hora ni el día en que pueda volver a ver la luz. Su esposa Adriana Pérez O`Connor, el "Bonsái" de su vida, en más de una década no ha vuelto a besarle.

Y pensar que en el país de la justicia y las libertades, en todo este tiempo -11 años justos, que se dicen pronto- en toda una década no haya habido una sola voz que devolviera, al menos, un tierno rocen a una madre entristecida ya sepultada por la asfixia de la pena y la ausencia de su hijo.

Ojalá que no como Gerardo; Fernando, Ramón, Antonio y René, estén a tiempo todavía de acariciar alguna vez ese tronco familiar de la sangre y los genes que allá, en Cuba, les dio la vida.

La concesión del visado estadounidense es un trámite administrativo, no penal. ¿Qué menos derechos tienen "Los Cinco" cubanos entre cientos y miles de presos en las cárceles norteamericanas, que a diario se abrazan con sus familias?. Por más razón que tuviere el imperio de la justicia, ¿acaso el amor de una madre se encarcela con su condena? Sería bueno preguntárselo a un Presidente Nobel de la Paz. ¿Por qué los abrazos están rotos?, ¿por qué siempre lo han estado cuando de Cuba se trata?.

02 mayo, 2010

Isabel Martínez Ferrero: La madre del arte naïf

Pintar a los 93

Decía Napoleón que "el porvenir de un hijo es siempre obra de su madre". Isabel hoy ha de andar orgullosa porque legó tres retoños a la vida, además de su fecunda obra en la pintura.

No podía ser de otro modo que hoy volviera a evocar a esta nonagenaria zamorana afincada en Madrid, de la que siempre he admirado su don innato sobre el lienzo.


«He necesitado toda mi vida para pintar como un niño»
Pablo Picasso.

Apuntando hacia sus cuadros, dije una vez que no hace falta ser Van Gogh para pintar maravillas. Se llama Isabel. Su obra impresiona, no deja de impresionar. Lo vivieron en su infancia de Villarín de Campos, allá en la Zamora de los años treinta, cuando de las manos de la niña Isabel salían los primeros cuadros; lo vive hoy Madrid y todo el que se sabe seguidor del arte naïf de Isabel Martínez Ferrero (Zamora, 1917).

Una selección de la obra de esta nonagenaria que acunó en los campos de Zamora las virtudes de su arte se alista para una nueva exposición este verano en Madrid.
Hoy es un día de flores, y cuando le pregunté por qué tantas flores, tanta arboleda y tantas casas rústicas del campo en sus creaciones, una frase justificó todo el ingenio del arte de pintar de esta mujer que se me antoja ver como la madre de los pintores naïf en España: “Ahí nací, crecí y me forjé”

Su mayor estímulo ha estado siempre en la familia y en el pueblo: “De niña siempre pintaba por los pasillos de casa, en el colegio, me gustaba pintar”.
Entre las cosas que he hablado con Isabel desde que vengo conociéndole hace poco más de un año, y en medio la atracción desmesurada que provocan sus pinturas, emociona, sobre todo, ver a una mujer que lejos del paso de los años, deslumbra por la facilidad con que rastrea en el pasado de su infancia, donde ella fundamenta el soporte de su gloria.

Isabel Martínez Ferrero va camino de los 100 años, el siglo. Tiene ahora 92 y cuando se asiste a su pintura, no se puede evitar decir que sus manos tienen un prodigio mayor que solo expresa cuando enfrenta el lienzo con el pincel. Su pintura es un reflejo del desenfreno de un tiempo no menos feliz, entre el color del campo y el calor pueblo.

No he profundizado mucho en su pasado, pero imagino que los padres que la engendraron se estarán gozando en la Gloria del prodigio de una niña adelantada, y la recordarán en su más tierna infancia de Zamora mirando al horizonte y después zambullida en los dibujos sobre un papel en los rincones de su casa con esa libertad inocente que tienen los niños en sus andaduras tempranas.
Isabel es una artista consumada. Lo es desde hace mucho tiempo. Leí su currículum. Es impresionante la constancia artística que lega a toda una vida. Decenas de exposiciones han dejado la impronta de su pincel en buena parte de España y en el extranjero. Cito algunas de sus colecciones personales con acuñado éxito: Palacete de Cruz Roja y Centro Gallego, en Madrid, entre 1985 y 1987. De otra parte, el Ayuntamiento de Madrid y el Palacio de Congresos y Exposiciones, vienen repitiendo sus exposiciones desde 1989, pero hay muchas otras.

Por todas esas razones se fundamenta la fecunda carrera artística de Isabel Martínez Ferrero, que atesora también premios: el que le adjudicó la VIII Exposición de Pintura Naïf “La Primavera”, en 1998; el primer accésit del IV Certamen de Arte Naïf “Madrid 2012 a soñar” (2003) y la mención de honor en el Salón Internacional de Pintura Naïf en Estoril, Portugal, en 2004.

La técnica de esta mujer, que por suerte afortunada sigue regalando esplendor aun superados los 90, deja a un lado el mundo real en que vivimos y nos traslada con fuerza imaginaria al escenario de sus orígenes zamoranos, cada vez que de sus manos brota un nuevo lienzo adosado en el expresionismo de la naturaleza que nos rodea.

La pintura de Isabel es un edén y el mundo maravilloso que son sus cuadros, paisajes y retratos, se funde en una naturaleza viva que ella no ha olvidado jamás desde sus días de infancia en Villarín.
Uno se detiene, por ejemplo, en La Rosaleda (2000) y admira a derroche el poder de traslación a lo real maravilloso del entorno, del pueblo y de la sierra que, en cualquier caso, trasmite Fernández Ferrero. La Rosaleda bien es un tributo de Isabel a las madres de este mundo.
Hay otros: El árbol amarillo, creación de 1990; Al final del camino o Flores en el camino, que le brotaron entre 1995 y 1999, todos sin excepción, trasladan una fuerza de sentimiento del bien y de la ternura impregnada en la pintura de Isabel.

En un punto de la madrileña calle de Orense, Isabel Martínez consume su vida abrazada a su arte, entre los trajines diarios de su casa, donde, sobre todo, se presenta complejo y singular el entorno donde esta anciana hace maravillas con el pincel. Tendrá cuadros por todas partes, las huellas de su pintura estarán en cualquier rincón. La imagino cada vez que se cruza entre la paleta de óleos y el caballete del que sale cada lienzo, inmersa siempre en el oficio que le ha llenado de colores la vida.

A sus 92, Isabel se muestra apacible y callada como las figuras de sus cuadros, o mejor de sus “caras” de la vida, como ella prefiere llamar a cada lienzo que dibuja con las vivencias guardadas de los caminos y veredas de su infancia.

El peso de los años le causa ya pérdida auditiva, pero en su pintura traslada esplendor, vitalidad y ternura en unos paisajes que son la fuerza de su dibujo, y así Isabel es feliz. Lo que pinta Martínez Ferrero tiene una fuerte dosis de impresionismo porque sus cuadros trasladan luz más allá de las formas de sus paisajes.

Desde la Asociación Española e Internacional de Críticos de Arte, Amparo Martí ha valorado la obra de esta nonagenaria: “Construye sobre contrastes un naïfauténtico, un mundo irreal, positivo y feliz” .

Otros artistas plásticos como Leticia Ortiz de Urbina, la define como una “pintora auténtica” que enseña su habilidad en el manejo del color, en tanto Villa-Toro apunta que “el naïf en las manos de Isabel se convierte en un exótico y maravilloso arte sin tiempo”

Isabel estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y sus primeras obras datan de 1939. Tiene colecciones y exposiciones individuales y colectivas por toda España. Una pintura suya fue donada a la Ciudad del Vaticano y otras tantas forman parte de muestras privadas.
Fuera de España sus obras se encuentran expuestas en Italia, Estados Unidos, Argentina, Paraguay y Venezuela.

Isabel Martínez Ferrero es una expresión de surrealismo de la geografía peninsular. Cada cuadro suyo atesora una historia personal afincada en sus orígenes, pero sobre todas las cosas, su obra expresa el sentido del bien en el complejo mundo que dibuja su óleo.
Feliz Día de la Madre, Isabel
y que sea por mucho tiempo
"Con mi pintura
me siento más joven.
Para mí, crear es existir,
es vivir entre bosques encantados
y montañas azules,
dando vida a paisajes
siempre con flores y agua
y personas llenas de paz"

La palabra hablada y escrita

En la antigua Roma, atrio era un espacio abierto en sus míticas casas cercado de pórticos y destinado a reuniones familiares y a los huéspedes. En las iglesias romanas, atrio se describía en un patio amplio que miraba al exterior. Atrio son los extensos corredores al aire libre que se disipan a la majestuosidad de muchos templos y palacios en la fisonomía de las grandes ciudades de este mundo.

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En honor a esa pauta primera del derecho al foro y a la opinión sale @trio press. Como un foro público, un espacio para difundir actualidades. Vamos a contar la historia que vivimos a partir del testimonio que es uno mismo. Queremos, sobre todas las cosas, encontrar los protagonistas del pasado y del presente del derrotero que es la vida.

Esto es @trio press el espacio donde invitamos a contar la historia, la de este mundo y que, a veces, pasa inadvertida. Contáctenos y cuéntenos lo que quiera en Atrio Press, el foro de noticias. Nosotros lo diremos tal como nos lo cuenten. Bienvenido a @trio press.

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