“No me puedo quejar, he vivido”
Era uno de los pocos centenarios que deambulaban por las calles de Madrid presumiendo de impecable salud. Hoy lo recordamos en Atrio Press, porque nos dio el honor de estrechar sus manos centenarias. En los años 20, Pascual Gallego Acosta sirvió a Primo de Rivera.
Uno de los hombres más viejos de España vivió entre dos siglos y, por fortuna, alcanzó el milenio 2000. Jesús Díaz Loyola.
Especial de ATP
La última vez que le vi fue en el verano de 2008. Andaba espléndido, solo y por las calles de Madrid, sin más compañía que la de su bastón. Poco antes de navidades encontré a su hija Concepción por los mismos senderos de su padre, y nos sorprendió: Pascual había muerto hacia un mes, poco después de arrancarle al calendario 103 años justos. "Se fue satisfecho de toda una vida", me dijo Concha. No había motivos para estar triste.
Hoy lo recuerdo con la misma vitalidad con que un día estreché sus manos centenarias. Fue en las justas jornadas en que Pascual, ya montado en el siglo, llegaba a recorrer un kilómetro diario.
Justo en días de verano era cuando más le placía charlar a pie de calle. Nuestros encuentros fueron habituales a lo largo de 2007 y 2008, pero su ausencia fue evidente el último año cuando Pascual sintió el peso de su larga existencia y se tomó un reposo que le abrió la puerta de la tranquila partida.
Pero como les decía, estuve a tiempo de escuchar la fluidez de su lúcida memoria, aun cuando Pascual Gallego y Acosta superaba ya todas las expectativas de esperanza de vida de los españoles marcada en 80 años.
Cuando llegó a los 100 años, el siglo, hablamos de todo, discrepamos y nos reímos.
¿Como ha llegado tan lejos?
-Soy el sexto de 10 hermanos y sólo cinco quedan en pie. Con 13 me vine a Madrid y comencé a ganarme la vida repartiendo pan y en tiendas de ultramarinos, pero a los pocos meses salí con “más piojos que una pava“.
En los años 20, en su buena época como hostelero en el restaurante Molinero de Gran Vía, servía al general Primo de Rivera, presidente de un régimen militar que entonces gobernaba en España.
Y fue en ese tiempo cuando le llegó un puesto para la brigada obrera topográfica del Estado Mayor. Luego echó el resto de su vida activa como cobrador en los tranvías y autobuses de la ciudad hasta su jubilación a los 63 años.
SUS ÚLTIMOS AÑOS EN MADRID
A Pascual se le veía todas las mañanas en su ir y venir por las calles de Corazón de María, Santa Hortensia y Padre Claret, donde vivió con su hija Concepción y Pedro, su yerno (DEP), a la altura de una planta 14, que él subía y bajaba en ascensor dos veces al día. “Tengo dos hijas, dos nietas y cuatro biznietos, y estoy cuatro meses con una y cuatro meses con otra”, nos contaba entonces.
Era un celoso velador de sus días. Le gustaba, sobre todo, caminar, “porque a cualquier edad es saludable y alarga la vida”, decía y remarcaba: “Yo llegué a los 100 y con buena salud”.
Antes de abandonar la existencia con 103 años, sus dolencias solo se manifestaban en un poco de pérdida auditiva y algunos achaques propios de la edad. Ya finalmente no se podía sostener, pero la lucidez no le abandonó nunca.
Cuando me recordaba que había nacido en Rágama, Salamanca, el 16 de septiembre de 1906, rememoraba: “He hecho de todo, en el campo y en la ciudad, y cada vez que puedo me escapo a Segovia“. Su fijación era obsesiva hacia la casa de campo que él mismo levantó en 1971, en Cerezo de Arriba, donde vivió 17 años.
Pascual Gallego Acosta nunca estuvo al volante y cuando intentó sacarse el carné de conducir recibió el llamado de la guerra en 1927, a cuatro meses de haberse casado con la segoviana María García Castro. “En la guerra no cogí un fusil ni disparé nada. Me destinaron como topógrafo en los montes de Teruel”.
¿Cuál es su mejor recuerdo?
-María, la madre de mis dos hijas y la única mujer que he querido, aunque hace 11 años no está con nosotros.
¿Qué le hubiera gustado hacer?
-Siempre adoré el oficio de pastelero y nunca lo hice.
¿Hubo tarta en los 100, Pascual?
-A nadie le amarga un dulce. El día que los cumplí celebramos todos.
¿Cómo es un día suyo?
-Me levanto a las 10, a las 11:30 estoy en la calle y hacia las dos me subo a casa para comer.
¿Y por las tardes?
-Otra hora de paseo haga frío o calor, pero siempre a la luz del día.
¿Que come?
-De todo. Por las mañanas abundante: Carne, pescado, frutas..., y muchas veces digo que no me pongan tanto. La cena va ligera.
¿Siesta?
-No siempre. Más bien una hora en sillón, y eso sí, cada tarde rezo 15 minutos por mis padres, por la familia y por el mundo. Los domingos me voy a misa.
¿Fumó alguna vez?
-A los 23 años dejé de fumar y hoy sólo bebo en las comidas un chato de vino, un café y una “gotita” de orujo y agua, que no falte.
¿Y que le dicen cuando le ven solo?
-Que no me puedo quejar, que hay otros con menos edad que ya no pueden valerse.
¿Que desea a las nuevas generaciones?
-He vivido muchas etapas, la sociedad ha perdido muchos valores, pero hoy hay más porvenir, esa es la verdad. Deseo prosperidad a las nuevas generaciones y un futuro de vida cada vez mejor.
¿Y como está ahora?
-Me siento bien y solo deseo que Dios me destine el final cuando crea conveniente.
Y Dios nos lo arrebato con toda una fecunda vida poco después de septiembre pasado, cuando Pascual, el abuelo centenario de las calles de Madrid nos dejó con 103 años cumplidos:
"Y le confieso que he vivido".
Antes de abandonarnos Pascual, la muerte sorprendió este mismo año 2009 a Pedro, su yerno, de quien el abuelo centenario fue siempre un eterno agradecido. Entre Pedro y su hija Concepción (en la foto), Pascual vivió los últimos años de su vida. Desde esta página trasladamos todo el aliento en las ansias por seguir viviendo a Concha, que ahora sólo le rodea el recuerdo de dos vidas fecundas.
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