"Balseros en tierra firme": la odisea de los miles de cubanos que atraviesan 8 países para llegar a EE.UU.
Empezaron montados en un avión y esperan terminar su odisea de la misma forma. Pero lo que ocurrió en el medio, merece ser contado.
Aníbal, Javier y Mario (*) apenas son tres de los miles de cubanos que forman parte de una nueva oleada migratoria proveniente de la isla caribeña.
Casi al final de su periplo hacia Estados Unidos, después de haber atravesado ocho países durante casi un mes, BBC Mundo se encontró con algunos de ellos en el sur de México.
De Cuba a Estados Unidos, con Ecuador, que no pide visa a los cubanos, como rampa de lanzamiento. Una épica odisea para escaparse de Cuba, un largo rodeo en busca de nuevas oportunidades.
Si en 1980 fue el éxodo del Mariel y en 1994 la crisis de los balseros, 2015 es el año de "los balseros en tierra firme", miles de cubanos lanzados a cruzar las Américas.
Los tres lo narran mientras esperan en Tapachula, en la frontera sur de México, por un permiso para seguir viaje al norte.
A ciegas
Es lunes 16 de noviembre, el calor implacable cruza Tapachula, por donde la gran mayoría de los 9.100 cubanos que se embarcaron en este periplo este año tramitan un oficio de salida para continuar rumbo a Estados Unidos.
Con las oficinas del Instituto Nacional de Migración cerradas por feriado, hacen fila para el día siguiente y dedican cuatro horas a contar un periplo que, esperan, termine al mes de haber comenzadoentregándose a las autoridades fronterizas estadounidenses.
Saben que ya pasó lo peor.
Es lunes 16 de noviembre, pero todo empezó el 23 de octubre, cuando tomaron un vuelo de LAN que aterrizó en Quito previa escala en Lima.
Los contactos cubanos, una aceitada maquinaria migratoria capaz de transportar a miles evadiendo controles, los fueron a buscar al aeropuerto, llegaron a una casa y tuvieron que desembolsar US$1.400 cada uno.
A cambio, llegarían —sin tener idea cómo— a un sitio llamado La Miel, en Panamá.
"No hago esto pensando en mí"
Los tres, licenciados en Cultura Física y Deporte, se conocen de Ciego de Ávila, en el centro de Cuba. Aníbal (33) juega al fútbol con Mario (43), Mario es cuñado de Javier (29).
No hacen esto por ellos mismos, tienen algo más grande por quien sacrificarse. Los mueve el amor por otros, dicen, no su propia salvación.
Quieren ayudar a sus familias. Aníbal lo hace por su madre y su hermana, de 15 años.
Javier busca que sus padres se puedan retirar, no anhela lujos ni riqueza, apenas "trabajar y vivir como persona".
Mario sueña con pasar Año Nuevo con sus padresen Nueva York a quienes no ve hace 13 años, y asegurarles un futuro a sus hijas adolescentes.
Salieron de la isla frustrados por la falta de oportunidades. Un par de ellos había dejado sus puestos donde ganaban US$25 al mes para dedicarse al trabajo por cuenta propia.
Los llamados "cuentapropistas", impulsados a fines de 2010 tras la primera gran reforma del gobierno de Raúl Castro, también perdieron la esperanza ante la "lentitud de los cambios".
Aunque comenzaron a ganar más, Javier, con un centro de fotocopiado y Mario, criando cerdos, el futuro no era prometedor.
Mucho se ha dicho que esta nueva oleada migratoria cubana se debe al deshielo en las relaciones entre Washington y La Habana y el temor de que se modifique la Ley de Ajuste Cubano, una normativa que permite la permanencia de los cubanos en EE.UU. una vez pisan su territorio.
"No lo hacemos por eso", explica Mario, "pero las eventuales mejorías van a demorar, cinco, diez años. Cuba va a seguir igual, tenemos un desarrollo intelectual muy bueno pero nos falta dinero para alimentar a nuestros hijos".
"La apertura", interviene Aníbal, "es un negocio para el gobierno pero no para el pueblo cubano, el pueblo no se beneficia. No tengo esperanza de que las cosas cambien, no voy a esperar a ser un anciano para lograr mis sueños y hacer que el sueño de mi familia se haga realidad".
En la selva y a caballo
En busca de oportunidades para ellos y sus familiares, volaron, atravesaron selvas, montaron a caballo, viajaron en autobús, en camión, en chalupa, en lancha rápida.
La travesía sudamericana empezó con un viaje de 240 kilómetros en auto desde la capital ecuatoriana hasta Tulcán, en la frontera con Colombia, para cruzar el río Carchi y alcanzar Ipiales.
"Era domingo de elecciones, la frontera estaba cerrada. Y tuvieron que buscar alternativas. Los coyotes nos llevaron a unas lomas inmensas, pasamos un río, nos montamos a caballo, íbamos bordeando y evadiendo los retenes y los controles fronterizos", explica Mario.
Sin poder salir de la habitación, pasaron escondidos dos días en un hostal de Ipiales, con apenas una comida diaria, a la espera de la luz verde para continuar.
Cuando reemprendieron viaje, empezaron a sufrir por la policía. Iban en un camión que transportaba frutas y vegetales, hasta Pasto, a unos 80 kilómetros.
Los detuvieron en un retén y les pidieron US$2.000 a cada uno, "que si no los llevaban con migración, que se bajen, que miren que los van a llevar con migración, que paguen, que había que dar dinero, que los iban a detener". Por US$15 pudieron seguir viaje.
En Pasto el contacto desapareció. Iban a ciegas, forzados a confiar en quien se les apareciera. No sabían qué hacer. "Fue un momento crítico. Empezamos a pensar en un plan B", dice Aníbal.
Pasaban las horas. Y nada. Hasta que a la una de la mañana, por la esquina del hostal, apareció un camión y supieron que era para ellos. Allí harían los 400 kilómetros hasta Cali.
"Ese chofer corría", recuerda Javier. "No te puedo explicar la velocidad que llevábamos. Decidimos dormir, si la muerte nos llegaba, que nos cogiera durmiendo".
Al llegar a Cali los llevaron a una casa en una "zona roja" de la ciudad pero apenas estuvieron un par de horas hasta que en la madrugada les soltaron: "Arriba que nos vamos".
Camino a Medellín —otros 400 kilómetros—, en un autobús de pasajeros la policía les pidió dinero (US$50 a cada uno y terminaron dando US$20) y los quiso extorsionar el conductor.
"El chofer venía molesto pidiendo dinero, hasta que llegamos a Medellín y el contacto, una mujer, lo miro a los ojos y le dijo: 'No te hagas matar'. Ese hombre no habló más", cuenta Mario.
Cuando los choferes en Colombia se dan cuenta que no están dentro de la red y ven que hay cubanos, explican, hacen seña de luces a los policías en los retenes para que los paren y revisen, y cuando están comprados, o no los detienen o lo hacen y pero no controlan a los pasajeros.
Todos buscan su tajada.
Venía entonces la última escala antes de abandonar Sudamérica. Nueve horas de pie en autobús camino a Turbo, en el golfo de Urabá, en el mar Caribe.
"Pero Turbo estaba caliente, había policía. Tuvimos que zarpar de otro punto más al norte, Necoclí", explica Javier.
Viajaban en barco a La Miel, en Panamá, donde sus contactos cubanos en Quito les habían prometido.
¿Qué tipo de embarcación?
— Ayyyy, Dios mío, dice Mario. Y mira al cielo.
— Una chalupa, chiquita, estrecha y larga, apunta Aníbal.
— Yo viajé en el centro de la embarcación, recuerda Javier. Toda el agua del golfo de Urabá me la tragué yo. Yo me tomé toda el agua.
— Yo venía prendido de esta señora, la virgencita de la caridad, y muestra Mario cómo la lleva amarrada al cinto. Así pasé las casi cuatro horas de viaje. No soy creyente pero estuve pidiéndole a Dios que no nos pasara nada.
— Yo tenía una fe inmensa de que iba a llegar, continúa Javier. Si digo que me puse nervioso, estoy mintiendo. Si digo que me estresé, estoy mintiendo. Lo disfruté, iba riéndome, calmándolo a él, y mira a Mario, dándole fuerzas. Tenía la sensación de que lo peor había quedado atrás, tal vez por la carga de estrés que sufrí en Colombia.
El cruce del golfo de Urabá es traumático para los cubanos. Existe una historia ocurrida un par de meses atrás y que ha ido de boca en boca entre ellos. Una que todos saben y que nadie olvida.
Es la tragedia de una familia cubana que una noche en un salto de la lancha contra el oleaje, perdió a su hijo en la oscuridad del mar. Su padres, al llegar a La Miel, buscaron alambres para ahorcarse. Primero la madre, luego el padre.
La etapa centroamericana
A partir de ahora no hay coyotes, contactos ni un camino trazado. Pero serán extorsionados por indígenas, sufrirán un acuerdo entre oficiales de inmigración y hoteleros y contarán con la ayuda de militares para seguir su viaje.
Al llegar a La Miel treparon una inmensa loma y al entrar formalmente en territorio panameño, se les apareció un señor. Les pidió 50, arreglaron en 20.
En el puesto migratorio, un oficial les inspeccionó los pasaportes y los cubanos viajaron en una embarcación manejada por civiles camino a Puerto Obaldía, donde los militares esperaban en un muelle para una nueva revisión.
Luego de tres días en Puerto Obaldía, el gobierno dispuso de una lancha rápida con capacidad para 40 pasajeros, todos cubanos,
"El gobierno puso un ferry grande para los cubanos. Por eso digo que el gobierno de Panamá se portó muy bien con nosotros. Ahí fuimos acompañados por una fragata militar", señala Javier.
A ellos les tocó una embarcación que hacía el trayecto en cuatro horas en lugar de dos días en un barco normal. Allí los de mayores recursos tienen la opción de hacer el recorrido en dos tipos de avionetas, por US$105 o US$275.
A llegar a un punto que no recuerdan el nombre en la comarca, zona indígena de Panamá, los indios comenzaron a pedir: US$1 por pisar tierra sagrada, otro por poner un pie sobre el muelle, y US$20 para salir de su área.
Pagaron y se terminaron yendo en patrullas de la guardia panameña hasta una terminal, en la que tomaron un autobús que en media hora los dejaría en la capital.
De allí a Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica, donde las cosas se empiezan a enlentecer. El ritmo casi frenético de la travesía sudamericana había quedado atrás.
Ocho días pasaron en esta ciudad, cuando otros migrantes cruzaban en media hora.
"Te dabas cuenta que era un negocio, que el objetivo era retener al cubano durante un mayor tiempo para que se hospedara en hoteles, para que consumiera, entonces al final se averigua todo y el problema es que los hoteles, y los lugares donde se come, dan el 10% al personal de migración".
Eso cuenta Aníbal que con Javier se puso a trabajar en el hotel, limpiando y pintando para ahorrarse el hospedaje.
Con el salvoconducto costarricense en la mano, debían presentarse en las oficinas centrales migratorias en la capital, San José, pero por esos días, comienzos de noviembre, el presidente cubano, Raúl Castro, visitaba México.
"Teníamos miedo que se nos alargara la estancia, no teníamos tanto dinero, y estaba sonando que iban a cerrar Tapachula", explica Javier. "Raúl estaba en México, sabíamos que se iba a tratar el tema de la inmigración, teníamos la incertidumbre de que se firmara un convenio, todo el mundo tenía eso en la mente, que esto no iba a seguir, que esto se iba a terminar en algún momento".
Bajo la actual ley migratoria mexicana, el gobierno otorga a los cubanos que alcanzan su territorio, y no son reconocidos como nacionales cubanos por parte del gobierno de la isla, un oficio de salida durante 20 días para que regularicen su situación o puedan seguir viaje por el país, aunque la inmensa mayoría opta por continuar rumbo a Estados Unidos.
Con eso en mente, Aníbal, Mario y Javier optaron por evitar un nuevo trámite en San José y por US$80 se dirigieron a la frontera con Nicaragua.
A 20 kilómetros del puesto fronterizo de Peñas Blancas, un retén los forzó a abandonar el autobús y caminar por la selva durante una hora para finalmente pagar una "multa migratoria" de US$80 que les permitiría continuar hasta Guasaule, en el límite con Honduras.
Pocos días después, otros no correrían la misma suerte. Fueron devueltos por el ejército de Nicaragua y denuncian haber sido atacados con gases lacrimógenos.
"Víctimas de la politización"
Peñas Blancas es desde hace una semana escenario de un cruce entre los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua, aliado de Cuba, que no da paso a unos 2.000 cubanos que ya fueron autorizados a abandonar territorio costarricenses y ahora se encuentran en un limbo.
En medio de esta crisis, el gobierno cubano emitió una declaración esta semana en la que criticó la política adoptada por Washington.
"Estos ciudadanos son víctimas de la politización del tema migratorio por parte del gobierno de los Estados Unidos, de la Ley de Ajuste Cubano y, en particular, de la aplicación de la llamada política de 'pies secos-pies mojados', la cual confiere a los cubanos un tratamiento diferenciado y único en todo el mundo, al admitirlos de forma inmediata y automática, sin importar las vías y medios que utilizan, incluso si llegan de manera ilegal a su territorio", aseguró la cancillería en un cubano.
De acuerdo a cifras del gobierno de EE.UU., más de 25.000 cubanos llegaron a su país a través de la frontera sur entre octubre de 2014 y septiembre de este año, un incremento de casi el 80% con respecto al anterior período.
La vía terrestre para muchos es menos costosa y menos arriesgada que pagar US$10.000 para cruzar los 150 kilómetros que separan Cuba de Estados Unidos, donde las autoridades, bajo la política de "pies secos-pies mojados" —adoptada en 1994 tras la crisis de los balseros— pueden detener a los cubanos en el mar pero no en tierra.
Rumbo a México
Los tres consiguieron atravesar Honduras sin inconvenientes junto a otro grupo de cubanos en tres autobuses puestos por el gobierno, y pagados por los migrantes.
Tras recibir un salvoconducto en la capital, Tegucigalpa, alcanzaron Aguas Calientes, en la frontera con Guatemala, donde volvieron a aparecer los "coyotes".
"No no, para los cubanos no hay terminal, ustedes no sacan pasaje", decían.
Por US$100, viajaron 14 horas en una pequeña camioneta que apenas paró dos veces hasta Ciudad Tecún Umán, en el límite con México. Se dieron una ducha en un hotel y se lanzaron a cruzar el río Suchiate, frontera natural entre Guatemala y México.
Un par de puentes comunican Tecún Umán con Ciudad Hidalgo pero los cubanos cruzan el río en balsashechas con grandes cámaras de neumáticos y trozos de madera.
Por US$5 atraviesan los 100 metros que separan una orilla de otra. Lo hacen antes del amanecer y tras la caída del sol.
De un lado hay policías guatemaltecos, del otro, militares mexicanos. Todos saben que los cubanos pasan, todos miran hacia otro lado.
Setenta y cinco kilómetros del Suchiate, que nace en las faldas del imponente volcán Tacaná que se divisa a lo lejos, sirven de límite natural entre ambos países.
Decenas de balsas sobre el Suchiate se usan para transportar cubanos, abuelas que llevan a nietas a la escuela, escolares uniformados, alumnos sin uniforme, gallinas enjauladas, gallinas en manos de humanos, ciclistas, señoras en silla de ruedas, rollos y rollos de papel higiénico, litros de aceite, kilos de harina.
Mario, Aníbal y Jorge hicieron el cruce en 10' conlas escasas pertenencias que cargan: una mochila con una muda de ropa, un short, chancletas, una botella, cepillo de diente y algún objeto para aferrarse a Dios, una pulsera plateada con el Padre Nuestro grabado, una medalla de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, una estampita.
Llevan poco pero reconocen que están en una situación de privilegio con respecto a los miles de migrantes centroamericanos que año a año se lanzan a una aventura similar para llegar a Estados Unidos.
También escapan de la falta de oportunidades, pero los mueve el huir de la violencia en sus países.
Entre octubre de 2014 y abril de 2015, el gobierno mexicano detuvo a unos 90.000 centroamericanosque intentaban atravesar su territorio.
Sometidos a todo tipo de abusos, son deportados a sus países, donde están expuestos a más horrores.
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Incremento de la llegada de cubanos
El director general de Control y Verificación Migratoria del Instituto Nacional de Migración (INM) de México, Mario Madrazo, le dijo a BBC Mundo que a partir de abril de este año comenzó a incrementarse el número de cubanos que llegan al país.
Fueron 1.871 en 2014 y 9.100 en lo que va del año.El 60% ingresan al país y se registran en la estación migratoria de Tapachula, con capacidad para 900 personas, la mayor del país.
El porcentaje de cubanos que inician un trámite para regularizar su situación y permanecer en México no alcanza el 1%, asegura Madrazo quien da cuenta de un aumento en la cantidad de migrantes que pasan por las estaciones migratorias del INM.
Fueron 86.000 migrantes en 2013, 127.000 en 2014 y esperan cerrar el año en torno a 200.000, el 90% de ellos centroamericanos, y casi dos tercios guatemaltecos.
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Pero aun así deciden seguir emigrando, aunque no más sea para conseguir un trabajo temporal en México.
Cuando BBC Mundo estuvo en Ciudad Tecún Umán, un centenar de jóvenes guatemaltecos estaba reunido a las 7 de la mañana en la plaza para recibir su documentación e irse por un mes a una hacienda de papaya en el vecino estado de Chiapas.
No saben cuánto van a ganar, ni en qué condiciones van a intentar sobrevivir, "pero acá no hay oportunidades", dice Juan José. "No hay trabajo, hay que irse".
Se van con ojos cansados y sin mayores esperanzas, una imagen que contrasta con la de los cubanos,muchos de ellos universitarios, que hacen el recorrido con la ilusión casi certera de alcanzar Estados Unidos, reunirse con familiares y empezar una nueva vida.
Aníbal, Mario y Javier van bien vestidos. Llevan semanas viajando, pero Javier no pierde el pelo engominado, la barba hipster, el pantalón slim fit impoluto.
Se hacen tiempo para dar una clase de historia,hablar de la importancia de la revolución cubana, de la admiración por Fidel, de cómo "sacó a los gringos", de la calidad de la educación y de la salud en la isla, de cómo gracias a la Unión Soviética aquello funcionaba, de cómo falló el sistema, de cómo no les quedó más alternativa que irse a vivir a un país donde se reconozca el esfuerzo.
Cuando reciban el oficio en la estación migratoria de Tapachula, tomarán un vuelo a Ciudad de México y de ahí otro a Reynosa.
Cruzarán la frontera, se entregarán a un oficial de migración. Será el inicio de una nueva vida.
(*) Por temor a eventuales represalias, los entrevistados pidieron que sus nombres reales fueron cambiados.
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