A PROPÓSITO DEL 14 MARZO: DÍA DE LA PRENSA CUBANA
Con el ímpetu de un colega inolvidable en la memoria, Jorge García Sosa, me voy a reiterar en esta crónica, hoy Día de la Prensa Cubana, y recordar con él la redacción de Vanguardia de nuestro tiempo en aquel desvelo impenitente por currarnos la noticia de cada día. Gracias, Jorge por toda la sabía que nos inculcaste.
A Jorge García Sosa.
Con tu implacable lápiz rojo
Por Jesús Díaz Loyola.
Te lo dije la última vez que nos encontramos en Santa Clara: "He añorado siempre que volviéramos a ser la redacción de «Vanguardia» que una vez fuimos".
Con tu implacable lápiz rojo
Por Jesús Díaz Loyola.
Te lo dije la última vez que nos encontramos en Santa Clara: "He añorado siempre que volviéramos a ser la redacción de «Vanguardia» que una vez fuimos".
El testimonio más elocuente que guardo de Jorge García Sosa (Santa Clara, 1951—2013) es el de los años 80, los del gran fogueo del periodismo provinciano cuando rastreábamos la noticia palmo a palmo, sin importarnos límites ni tiempo.
Como jefe de información entonces, con tu implacable lápiz rojo, limpiabas de hojarascas y textos floripondios, las crónicas certeras que volcábamos en las gacetillas de cada día. Así nos impregnabas el aire nuevo. Por eso estuviste en la cúspide y lideraste aquel tándem de hacedores de la noticia cuando el periódico era un hervidero, un verdadero zafarrancho en el desvelo por la exclusiva de cada día.
Después, como diseñador, nutriste de ideas nuevas el lenguaje de los formatos de las páginas que llenábamos con el día a día.
Jorge era alérgico a los actos y al reunionismo. Durante sus más de 30 años de ejercicio, la perspicacia por la novedad le había gobernado siempre en la esencial divisa de que el periodismo es para los demás, y no para uno mismo. Por eso nos concienciaba que detrás de un acto y una reunión había otra noticia mejor.
TRES DÉCADAS FECUNDAS
En el momento de su muerte, ocurrida el domingo 1 de diciembre de 2013, Jorge ocupaba el sillón de jefe de redacción en
«Vanguardia» y dejaba tras de sí, tres décadas de ejercicio fecundo en la redacción del periódico que lo amamantó toda la vida desde que terminó sus estudios en la Universidad de La Habana.
En los años 80, todavía en la época en que «Vanguardia» se imprimía en la rotativa que tenía en la misma redacción actual de Céspedes y Plácido, por un golpe de suerte, pasé a integrar la plantilla de reporteros del diario después de tres años destinado en el Gobierno provincial de Villa Clara.
Aquel salto me permitió conocer mejor las dimensiones de un Jorge García, a quien ya admiraba como un "as de la redacción". La burocracia administrativa que había dejado atrás, no perdonaba que primero fuéramos periodistas y después portavoces.
En esa manera de decir las cosas como son, tuvo mucho que ver la suspicacia de Jorge García, que cada día nos volcaba en una batalla permanente por poner sobre el tapete los problemas más acuciantes de la vida. Fue así como llegué a intimar con él, en sus tiempos memorables como jefe de información de
«Vanguardia». En realidad, fue él y no otro, quien me propuso que me fuera a trabajar en el periódico y le sacara partido a mi entonces naciente vocación.
Y hasta lo dudó en algún momento: “Mejor te quedas en el Poder Popular, porque entonces quien nos va a sorprender a la hora del cierre cada día, diciendo: ¡Traigo un 'palo', un notición!“.
Hay una exclusiva que puedo considerar el mayor bombazo informativo que haya metido durante mis años en «Vanguardia» a la vera del ímpetu certero de García Sosa, y ese fue el reportaje denuncia a la pasividad burocrática que lastraba la ejecución de la fábrica de traviesas de Santa Clara, un tema que levantó polémica y revolucionó el espíritu constructivo de una obra que cuando la denunciamos en "Vanguardia" era como un mamut fosilizado que lastraba el desarrollo de la provincia.
De ahí salió el reportaje titulado: "Fabrica de traviesas: Un elefante blanco dormido".
—Salió como un tiro", me dijo ese día cuando manoseábamos la plana ya impresa que fue un 'boom' que agotó bien temprano la edición en los Kioskos.
En ello, no sólo tuvo que ver Jorge, que ya era brillante emplanando las páginas del diario; también fue determinante la rienda abierta que nos daba otro as de la noticia: Ifrain Sacerio Guardado, el jefe de información que sucedió a García y que desafortunadamente también sucumbió.
Jorge y Sacerio fueron dos nombres, dos identidades de una época de «Vanguardia», que se convirtieron en los mejores confidentes de las investigaciones que una batería de reporteros tenaces llevábamos adelante cada día en el afán por revelar lo bueno y lo malo.
Pero no siempre todo se publicaba. Tanto Jorge como Sacerio se habrán llevado a la tumba muchas historias no contadas de esa dinámica a veces infructuosa cuando a ellos tocaba la triste determinación de anunciarnos la no publicación de muchas cosas. Fue lo que me pasó con el Secuestro de Agustín García Fernandez, un pescador del puerto de Isabela de Sagua, que vivió mil desventuras en el estado norteamericano de la Florida, y aún cuando regresó, no pudo ser héroe en su tierra. Eso nunca se publicó, y no precisamente obedeció a una determinación de Jorge o Ifrain.
'El Secuestro de Agustín' se fue a la basura, pero me quedó el aliento certero de dos maestros de mi tiempo y de mi oficio. Al menos, de aquellos batacazos quedaba la sólida enseñanza que en buena lid me inculcaron Jorge y Sacerio. "¡Tú, sigue así!", me decían premiando mi afán, aunque los reportajes cocinados durante días enteros en las máquinas de escribir, a veces fueran a parar a la papelera, porque sencillamente "no ayudaban".
Así fue como yo comencé a ver un periodismo que cada día perdía más sustancia —lo veían todos— y se quedaba más rezagado, en medio de historias estremecedoras que la indolencia burocrática rechazaba ajena a toda la voluntad de mis colegas.
A pesar de ello, la dinámica que me impregnaron mis años provincianos en «Vanguardia», sirvió para que todos creciéramos periodistas ejercidos y curtidos. Muchos como yo, llegaron en los 80, recién graduados e imberbes todavía, pero con el mayor empeño puesto en publicar. Así se nos acabó de estirar el cuerpo, arropados en el desvelo de nombres como el de Ifrain Sacerio Guardado y el mismísimo Jorge García Sosa, aunque ya sólo queden sus nombres para recordarlos.
El periódico era la mejor escuela de periodismo, pero en realidad, la escuela era Jorge García siempre que empuñaba el lápiz rojo sobre las cuartillas de los reporteros que escribíamos la crónica del siguiente día.
En la plenitud de los 80, cuando empezábamos a trajinar sobre la máquina de escribir y las grabadoras de bovinas que cobraban vida en las redacciones.
Tanto Jorge como Sacerio, tuvieron la audacia de curtirnos a muchos noveles periodistas cuando «Vanguardia» era un corrillo de corresponsales y reporteros, el diario que daba en la diana de la noticia cada día.
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