“Hemos vencido el miedo; esperamos que también lo puedan vencer los jóvenes de aquí, los de Miami”, dijo Juanes este septiembre histórico de La Habana ante más de un millón de personas esperanzadas; pero sobre todas las cosas Juanes pidió a Cuba y a Estados Unidos:
“Es tiempo de cambiar”
La cantante puertorriqueña Olga Tañón abrió el ya histórico espectáculo.
Visión del Corresponsal
Cinco horas bajo el sol tórrido de La Habana
"Todo el mundo baila,
grita
y hasta llora"
Gerardo Arreola
Tomado de La Jornada
Tomado de La Jornada
“Es tiempo de cambiar”, le pide Juanes a Cuba y a Estados Unidos. Y como buen negociador pone sobre la mesa el resultado de su concierto: un millón 150 mil personas, según el reporte que trae al escenario Miguel Bosé, después de tres horas de espectáculo bajo el calor caribeño.
A los dos se les escapa el dato, o no lo mencionan de tan evidente. Ésta es una multitud de jóvenes que abrazan la esperanza, quizá menores de 30 años, pero que abarrota la Plaza de la Revolución.
“Celebro estar aquí por encima de cualquier diferencia”, dice Juanes, enganchado con la polémica que trae desde hace un mes. “Hemos vencido el miedo para estar con ustedes aquí esta tarde. Nosotros esperamos que ustedes también lo puedan vencer; que todos los jóvenes de la región, todos los jóvenes en Estados Unidos, en Miami, en todas las ciudades, perdamos el miedo y podamos llegar a entender lo importante que es cambiar el odio por amor, muchachos… A pesar de que todos somos distintos, pensamos distinto, estamos acá, tranquilos y disfrutando.”
Le contesta en un alarido la voz de la plaza. Sin discursos y con mucha música, Paz sin fronteras sugiere cambiar las claves del conflicto. Desterrar el odio, repite el colombiano. “Un abrazo fraternal”, sugiere Olga Tañón, quien abre la cartelera recordando “al exilio cubano, a los que nos apoyaron y a los que no”. Una frase que dicha en voz alta –y en este caso en cadena nacional– es insólita en la isla. It’s time to change, insiste la puertorriqueña (y más tarde cantan Juanes y Bosé). Amaury Pérez habla con una televisora hispana de Miami y pide “olvidar rencillas pasadas”. Cambio contra inmovilismo. El mensaje va para los dos países, pero el foco está prendido en el impacto de la emigración.
A los dos se les escapa el dato, o no lo mencionan de tan evidente. Ésta es una multitud de jóvenes que abrazan la esperanza, quizá menores de 30 años, pero que abarrota la Plaza de la Revolución.
“Celebro estar aquí por encima de cualquier diferencia”, dice Juanes, enganchado con la polémica que trae desde hace un mes. “Hemos vencido el miedo para estar con ustedes aquí esta tarde. Nosotros esperamos que ustedes también lo puedan vencer; que todos los jóvenes de la región, todos los jóvenes en Estados Unidos, en Miami, en todas las ciudades, perdamos el miedo y podamos llegar a entender lo importante que es cambiar el odio por amor, muchachos… A pesar de que todos somos distintos, pensamos distinto, estamos acá, tranquilos y disfrutando.”
Le contesta en un alarido la voz de la plaza. Sin discursos y con mucha música, Paz sin fronteras sugiere cambiar las claves del conflicto. Desterrar el odio, repite el colombiano. “Un abrazo fraternal”, sugiere Olga Tañón, quien abre la cartelera recordando “al exilio cubano, a los que nos apoyaron y a los que no”. Una frase que dicha en voz alta –y en este caso en cadena nacional– es insólita en la isla. It’s time to change, insiste la puertorriqueña (y más tarde cantan Juanes y Bosé). Amaury Pérez habla con una televisora hispana de Miami y pide “olvidar rencillas pasadas”. Cambio contra inmovilismo. El mensaje va para los dos países, pero el foco está prendido en el impacto de la emigración.
Juanes grita varas veces que quiere ver “una sola familia cubana”.
La idea reflota con la música. Por primera vez en diez años se presenta en la isla Orishas, un grupo rapero que reside en Europa y lleva el nombre de los dioses del panteón yoruba o santería, la devoción sincrética tan extendida en Cuba. Cucú Diamante debuta en su propio país, con su banda Yerbabuena. Unos y otros dicen y cantan que también son cubanos.
Para la nueva generación éste es su estreno en un show de tal alcance, aunque ni sus padres ni sus abuelos, ni los padres ni los abuelos de ellos tuvieron un espectáculo masivo al aire libre con un elenco internacional como este.
Para los veteranos de la escena musical en la isla hay casos memorables, como la resonante descarga de Oscar d’León en el festival de Varadero de 1983. O la presentación de Audioslave, en mayo de 2005, que reunió a unas 70 mil personas con apenas un día de promoción. O la de Air Supply, dos meses más tarde, ya con mejor publicidad y un auditorio de al menos cien mil roqueros. Pero nada que ver con lo de hoy. Hay un público joven ávido por la música, por el espectáculo y por figuras como éstas, que no suelen venir a la isla.
El escenario en este caso también es protagonista. La Plaza de la Revolución es un brillante en el collar de símbolos políticos de la isla después de 1959. Decenas de discursos se han dicho desde la tribuna. Millones de personas han desfilado por ahí, siempre bajo un lema beligerante. Ahí se homenajeó a su muerte al Che Guevara y la silueta del guerrillero corona un costado del Ministerio del Interior, uno de los varios edificios sedes del poder que rodean la explanada.
La idea reflota con la música. Por primera vez en diez años se presenta en la isla Orishas, un grupo rapero que reside en Europa y lleva el nombre de los dioses del panteón yoruba o santería, la devoción sincrética tan extendida en Cuba. Cucú Diamante debuta en su propio país, con su banda Yerbabuena. Unos y otros dicen y cantan que también son cubanos.
Para la nueva generación éste es su estreno en un show de tal alcance, aunque ni sus padres ni sus abuelos, ni los padres ni los abuelos de ellos tuvieron un espectáculo masivo al aire libre con un elenco internacional como este.
Para los veteranos de la escena musical en la isla hay casos memorables, como la resonante descarga de Oscar d’León en el festival de Varadero de 1983. O la presentación de Audioslave, en mayo de 2005, que reunió a unas 70 mil personas con apenas un día de promoción. O la de Air Supply, dos meses más tarde, ya con mejor publicidad y un auditorio de al menos cien mil roqueros. Pero nada que ver con lo de hoy. Hay un público joven ávido por la música, por el espectáculo y por figuras como éstas, que no suelen venir a la isla.
El escenario en este caso también es protagonista. La Plaza de la Revolución es un brillante en el collar de símbolos políticos de la isla después de 1959. Decenas de discursos se han dicho desde la tribuna. Millones de personas han desfilado por ahí, siempre bajo un lema beligerante. Ahí se homenajeó a su muerte al Che Guevara y la silueta del guerrillero corona un costado del Ministerio del Interior, uno de los varios edificios sedes del poder que rodean la explanada.
Esta vez el lema no es beligerante, sino conciliatorio. Ya hubo un mensaje similar en 1998, cuando el papa Juan Pablo II ofició una misa desde el mismo lugar donde ahora está el escenario: "Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba"
El programa lo abre la Tañón, Bosé queda a la mitad y hace dúos con el cubano Carlos Varela y Juanes y cierran Los Van Van, en un final apoteósico, de lágrima viva, con casi todo el elenco cantando el Chan chan de Compay Segundo.
“Duélale a quien le duela, el concierto por la paz ya se hizo”, dice el líder de Los Van Van, Juan Formell. La nueva generación cubana se queda en la plaza las cinco horas y minutos que dura el concierto y baila, grita y llora.
El programa lo abre la Tañón, Bosé queda a la mitad y hace dúos con el cubano Carlos Varela y Juanes y cierran Los Van Van, en un final apoteósico, de lágrima viva, con casi todo el elenco cantando el Chan chan de Compay Segundo.
“Duélale a quien le duela, el concierto por la paz ya se hizo”, dice el líder de Los Van Van, Juan Formell. La nueva generación cubana se queda en la plaza las cinco horas y minutos que dura el concierto y baila, grita y llora.
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