Ha nacido un mago:
Se trataba de un aprendiz de mago, como enseguida pudimos comprobar. Y estaba dispuesto a encandilar a su improvisado público con todos los trucos que, tras decenas de horas invertidas en contemplar vídeos de magia colgados en Internet -esto lo sé a ciencia cierta- y de sacrificadas sesiones de ensayo -esto sólo lo puedo suponer-, había aprendido. Con una disciplina férrea.
Dany Magical
Sergio Gómez
Sergio Gómez
Informativo Leganés
El chaval se plantó ante nosotros con una caja de zapatos. Ocurrió durante una calurosa noche del mes de julio, mientras estábamos sentados en una de las plazas de nuestra ciudad.
A la espera de ver lo que el soporífero verano nos deparaba. Entonces, como les decía, llegó este chaval con su caja de cartón, se situó frente a nosotros y, tras extraer una baraja de ella, comenzó a mostrarnos sus sorprendentes habilidades.
Se trataba de un aprendiz de mago, como enseguida pudimos comprobar. Y estaba dispuesto a encandilar a su improvisado público con todos los trucos que, tras decenas de horas invertidas en contemplar vídeos de magia colgados en Internet -esto lo sé a ciencia cierta- y de sacrificadas sesiones de ensayo -esto sólo lo puedo suponer-, había aprendido. Con una disciplina férrea.
La verdad es que el chaval consiguió entretenernos durante algo más de media hora. Se lo aseguro. Uno tras otro, su listado de trucos y artimañas variadas se fue sucediendo mientras dejaba tras de sí un reguero de bocas que se iban quedando abiertas.
Ante nuestros asombrados ojos consiguió realizar algunas hazañas que antes sólo habíamos visto, pobres espectadores incrédulos, en la pantalla de la televisión: mediante unos toquecitos, convirtió una torre de naipes de póquer en una serie de clones de una misma carta; adivinó el número y el palo de las cartas que robamos a hurtadillas de su baraja; hizo desaparecer en sus pañuelos de colores monedas, para más tarde convertirlas en billetes...
A pesar de que su gran espectáculo comenzó con nervios -normal: estaba ante una audiencia espontánea a la que, además, no conocía, y probablemente se trataba de su primera prueba de fuego-, poco a poco fue subiendo de nivel y de espectacularidad, al mismo ritmo que se incrementaban los aplausos después de cada truco. Hasta el punto de que al final éramos capaces de imaginarlo enfundado en un elegante frac, sombrero con conejo incluido en una mano y varita en la otra, actuando en un salón con un público a su medida. Previo pago.
En fin. Lo cierto es que el show acabó y, tal como llegó, el chaval se marchó con sus pertrechos dentro de la caja. Dando la espalda a un público al que había dejado encandilado, como a un grupo de jóvenes impresionables. Eso, creo, es lo bonito del engaño consentido llamado magia.
Por cierto. Nuestro mago, un quinceañero de Leganés, se llama Daniel. Quédense con el nombre. Por si acaso.
Estos son sus domicilios electrónicos:
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