Este febrero, por fin estuve frente a frente con el David de Miguel Ángel, en Florencia.
Si por algo es famosa la Galería de la Academia (Galleria della Accademia) es por tener en su interior la obra maestra de Miguel Ángel: una escultura de mármol blanco de 5,17 metros de altura que representa a David antes de enfrentarse con Goliat.
Después de detenerme ante esta majestuosa escultura que Miguel Ángel realizó entre 1501 y 1504, me abrí a Florencia, un paraíso arquitectónico de la Toscana italiana, bañado por el río Arno.
Florencia es, sobre todas las cosas, la capital del Renacimiento, un lugar en donde el arte y la belleza se conjugan y despiertan todos los sentidos humanos.
Florencia vive permanentemente en un estado de regocijo que se entrecruza con el pasado maravilloso del gran Miguel Ángel, de Rafael o incluso del mismísimo Leonardo Da Vinci.
Mientras uno recorre sus calles y se adentra en sus museos admirando las espectaculares creaciones de estos genios incomparables, atrapan a la vista viejas y señoriales fachadas de los edificios, donde siglos atrás hombres ingeniosos pusieron sus manos.
Atrapa sobremanera, la hermosura de las edificaciones en la plaza de la “Santa Croce”. En el interior de su iglesia viajan junto al tiempo el recuerdo de toda la inmensidad de Miguel Ángel. Allí, en la "Santa Croce" está su tumba, y también la de Galileo e incluso la de Maquiavelo.
En la plaza de “La Signoria” entre la imagen imponente de sus palacios y la espectacular galería de Los Uffizi es buen momento para decir adiós a Florencia, aunque confieso que yo me resisto.
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