10 noviembre, 2012

EL POEMA SIN PALABRAS DE ISABEL MARTÍNEZ FERRERO

Pintura Naïf
Una pintura es un poema sin palabras. Isabel Martínez Ferrero (Zamora, 1917), la decana pintora naïf española que un día fortuito conocí en Madrid, me obsequió el viernes en su casa, una pieza del poema inacabado que es su obra legendaria sobre el lienzo.

A sus 94, ella sigue pintando.

Decía Oscar Wilde que “antes del impresionismo no había sombras azules”, pero el azul intenso y celeste del ambiente en que creció y se forjó Isabel, entre Zamora y Madrid, ha marcado su pintura toda la vida.

“El río que nace en las montañas azules”, una expresión de su extensa obra que tantas veces he comentado, ahora cuelga con beneplácito en mi salón, sin que ella sepa que el mayor mérito que me concede es el de hacer una fiesta permanente para la vista.

Isabel Martínez está al borde de los 95, del Siglo se puede decir, y sigue pintando, que es lo mejor. “Hasta el final de mis días”, me dijo entre susurros y emociones, cuando este viernes por fin estuve en su casa de la madrileña calle de Orense, en mi afán por seguir armando la historia de su vida que, en definitiva, es la biografía pintada de sus cuadros.

Le pregunté a Isabel ¿cuántos cuadros en toda una vida? “Cientos”, asintió sin reparos.  “Doscientos”, “trescientos, tal vez”, precisó María Ángeles, una de sus cuatro hijos.

La pintura de Isabel no es poesía muda: “A ver quien pinta esos árboles”, me dijo segura de la distinción de sus cuadros llenos que se mueven entre lo abstracto y lo pintoresco. En cualquiera de ellos, confluye todo lo esencial del arte naïf: lo ingenuo, lo sencillo y candoroso hasta lo fresco y espontáneo.

Isabel pinta movida por el cúmulo de historias y emociones del pasado que atesora. Su vida es una carrera de producción en serie que le ha brotado desde la ingenuidad y la espontaneidad imaginativa de la pintura que recrea. Pero es más, un acontecimiento desde el derrotero de sus ancestros, entre las incursiones de su padre en la aventura de hacer las Américas, que ella recuerda con nitidez,  hasta su afán autodidacta de emprenderse por sí sola  

El colorido y la escasa técnica con que se mueve Isabel, la han hecho exponente de un arte libre de convenciones. Es una consumada maestra popular de la realidad, una expresión del primitivismo moderno que le brotó arrimada a la naturaleza. Sus pinturas son poemas sin palabras. En sus paisajes hay un viejo amor, está el suspiro de un eco lejano, hay melancolía y añoranza, pero sobre todo, hay exuberancia multicolor entre los recuerdos del pasado y los resuellos del presente.

Nadie que no haya conocido a Isabel y no haya vivido su amor empedernido por la pintura, puede imaginarse a esta anciana con 94 años, en un lugar de Madrid, sumergida en su pasión insaciable por el arte de pintar, en una confrontación descarnada con la realidad en la imaginería del mundo de colores que dibuja

Nadie que no la haya visto enfrentada a un lienzo con el olfato primitivo de su pintura, puede concebir siquiera como palpita el arte naïf en una mujer que lo lleva en la sangre. Nadie que no ame a la pintura puede entender las cosas que yo llevo diciendo hace años de esta nonagenaria, cuya obra nunca acaba, o más bien, acaba y comienza cada vez que termina un cuadro. Ayer tenía dos sobre su caballete.

 
El viernes me despedí de Isabel con la pena que provoca siempre abandonarle inmersa en sus instintos, a pesar del peso de sus años. Las charlas con ella albergan historias interminables. La dejé, como siempre, sentada y serena, rodeada de sus cuadros llenos, Pareciera como si ella misma se aplicara a la sabia ilustre de Picasso: “Yo no digo todo, más pinto todo”.
 
“El río que nace en las montañas azules”, tiene ya el mérito de ser una fiesta a la vista de los demás, como lo es tanta pintura suya dispersa por España y por el mundo.
 Gracias, Isabel.

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