Pintura Naïf
El viernes me
despedí de Isabel con la pena que provoca siempre abandonarle inmersa en sus
instintos, a pesar del peso de sus años. Las charlas con ella albergan historias
interminables. La dejé, como siempre, sentada y serena, rodeada de sus cuadros
llenos, Pareciera
como si ella misma se aplicara a la sabia ilustre de Picasso: “Yo no digo todo,
más pinto todo”.
Una pintura
es un poema sin palabras. Isabel Martínez Ferrero (Zamora, 1917), la decana pintora
naïf española que un día fortuito conocí en Madrid, me obsequió el viernes en
su casa, una pieza del poema inacabado que es su obra legendaria sobre el lienzo.
A sus 94,
ella sigue pintando.
Decía Oscar
Wilde que “antes del impresionismo no había sombras azules”, pero el azul
intenso y celeste del ambiente en que creció y se forjó Isabel, entre Zamora y
Madrid, ha marcado su pintura toda la vida.
“El río que
nace en las montañas azules”, una expresión de su extensa obra que tantas veces he
comentado, ahora cuelga con beneplácito en mi salón, sin que ella sepa que el
mayor mérito que me concede es el de hacer una fiesta permanente para la vista.
Isabel Martínez
está al borde de los 95, del Siglo se puede decir, y sigue pintando, que es lo
mejor. “Hasta el final de mis días”,
me dijo entre susurros y emociones, cuando este viernes por fin estuve en su
casa de la madrileña calle de Orense, en mi afán por seguir armando la historia
de su vida que, en definitiva, es la biografía pintada de sus cuadros.
Le pregunté
a Isabel ¿cuántos cuadros en toda una vida? “Cientos”,
asintió sin reparos. “Doscientos”, “trescientos, tal vez”, precisó
María Ángeles, una de sus cuatro hijos.
La pintura de
Isabel no es poesía muda: “A ver quien
pinta esos árboles”, me dijo segura de la distinción de sus cuadros llenos que
se mueven entre lo abstracto y lo pintoresco. En cualquiera de ellos, confluye todo lo esencial
del arte naïf: lo ingenuo, lo sencillo y candoroso hasta lo fresco y
espontáneo.
Isabel pinta movida por el cúmulo de historias y emociones del pasado que atesora. Su vida es una carrera de producción en serie que le ha brotado desde la ingenuidad y la espontaneidad imaginativa de la pintura que recrea. Pero es más, un acontecimiento desde el derrotero de sus ancestros, entre las incursiones de su padre en la aventura de hacer las Américas, que ella recuerda con nitidez, hasta su afán autodidacta de emprenderse por sí sola
Isabel pinta movida por el cúmulo de historias y emociones del pasado que atesora. Su vida es una carrera de producción en serie que le ha brotado desde la ingenuidad y la espontaneidad imaginativa de la pintura que recrea. Pero es más, un acontecimiento desde el derrotero de sus ancestros, entre las incursiones de su padre en la aventura de hacer las Américas, que ella recuerda con nitidez, hasta su afán autodidacta de emprenderse por sí sola
El
colorido y la escasa técnica con que se mueve Isabel, la han hecho exponente de
un arte libre de convenciones. Es una
consumada maestra popular de la realidad, una expresión del primitivismo moderno
que le brotó arrimada a la naturaleza. Sus pinturas son poemas sin palabras. En sus paisajes hay
un viejo amor, está el suspiro de un eco lejano, hay melancolía y añoranza,
pero sobre todo, hay exuberancia multicolor entre los recuerdos del pasado y
los resuellos del presente.
Nadie que no
haya conocido a Isabel y no haya vivido su amor empedernido por la pintura,
puede imaginarse a esta anciana con 94 años, en un lugar de Madrid, sumergida en
su pasión insaciable por el arte de pintar, en una confrontación descarnada con
la realidad en la imaginería del mundo de colores que dibuja
Nadie que no
la haya visto enfrentada a un lienzo con el olfato primitivo de su pintura,
puede concebir siquiera como palpita el arte naïf en una mujer que lo lleva en
la sangre. Nadie que no ame a la pintura puede entender las cosas que yo llevo
diciendo hace años de esta nonagenaria, cuya obra nunca acaba, o más bien,
acaba y comienza cada vez que termina un cuadro. Ayer tenía dos sobre su
caballete.
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