Han pasado 45 años del asesinato del Che Guevara en tierras bolivianas. Atrio Press retoma la figura del mítico guerrillero y reproduce algunos episodios poco conocidos de su trágico final. Este es el testimonio de Juan Coronel, el hombre que trasladó a Moscú las manos amputadas del Che Guevara y que finalmente reposan en Cuba.
Carmen de Carlos
Fuente: ABC
«Eran robustas... daban la impresión de que habían sido cercenadas con instrumental inadecuado»
SANTA CRUZ DE LA SIERRA (BOLIVIA).- «Córtenle las manos y pónganlas en formol». La orden del general Alfredo Ovao Candia, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas bolivianas, se cumplió en la madrugada del 10 de octubre de 1967, como precisó en su día el cubano y agente de la CIA exiliado en Miami Félix Rodríguez.
Los únicos testigos de la amputación fueron militares. La prensa se había retirado a dar cuenta de que el Che, el guerrillero sin fronteras, había muerto la tarde anterior en la escuela de la Higuera. Las fotografías de su cuerpo dieron la vuelta al mundo, pero el cadáver que mostraban ya no existía. El verdadero estaba mutilado.
Ovando temía que Fidel Castro negase la muerte de Ernesto Che Guevara e incluso llegó a plantear que lo decapitaran y le hicieran llegar la cabeza como prueba «fehaciente».
Las explicaciones de Rodríguez, en el sentido de que no era adecuado que alguien andase de un lado a otro «con la cabeza de un ser humano», le convencieron: «Córtele un dedo que nosotros tenemos sus huellas digitales de la Policía Federal argentina», sugirió el cubano. Ovando asintió pero, para que no hubiera lugar a dudas, quiso las dos manos. En Buenos Aires certificaron la identidad del muerto y devolvieron los restos a Bolivia. A partir de ahí, como el cadáver de Evita, recorrerían medio mundo.
«El ministro de Gobierno, Antonio Arguedas Mendieta, recibió el paquete junto con una mascarilla mortuoria en yeso que le habían hecho. Consultó al cascarrabias de Ovando que debía tener un mal momento (tenía una úlcera), y éste le dijo: «Haga usted lo que le de la gana».
Él lo tomó al pie de la letra. Excavó un hoyo en su dormitorio y enterró dentro los despojos del Che». Al recordar esta historia, Juan Coronel, de 69 años, antiguo responsable de la Comisión Nacional de Prensa del Partido Comunista Boliviano, rescata los detalles que precedieron a la misión que habría de desempeñar como «correo» de los restos del guerrillero.
«Arguedas cayó en desgracia por enviar una copia microfilmada del diario del Che a Castro… pide asilo en la Embajada de México y desde allí llama a su amigo Víctor Zannier. Le pide que, con un hijo suyo, desentierre las manos del Che y la máscara de su dormitorio. Después tendría que ocuparse de que también llegaran a Cuba».
«No olía a nada»
Zannier delegó la misión del viaje en Jorge Sattori, de 39 años, y Juan Coronel, de 32. «Se suponía que al ser los dos del PC teníamos una infraestructura… Nos vimos la noche del 22, 23 ó 24 de julio de 1969 y aceptamos la misión».
Luego «entramos en mi cuarto y abrimos el bolsón. No olía a nada. Contenía dos bultos de tamaño regular envueltos en periódicos viejos y asegurados con un piolín (cordel). Deshicimos el primero y nos encontramos con un frasco cilíndrico de unos 25 centímetros de alto por 18 de diámetro sellado con lacre rojo. En el interior flotaban en un líquido pardusco dos manos humanas. Eran robustas, aparentemente de un hombre fuerte. Estaban cubiertas por un bello fino y las muñecas daban la impresión de que habían sido cercenadas con instrumental inadecuado porque el corte era muy irregular».
Quedaba el segundo «bulto. Era una mascarilla donde se veían en negativo las facciones del Che. La impresión fue tremenda. Una vez repuestos, volvimos a empaquetar todo y guardamos el bolsón debajo de mi cama. Ahí permaneció cinco meses, los que necesitamos para preparar la entrega».
«Elegimos el «campo socialista» (este de Europa). Viajaría yo solo el último domingo de diciembre de ese 1969, ya que al ser fin de año los controles serían menos rigurosos». Con el problema financiero resuelto, Juan Coronel cerró el itinerario y organizó su maleta. «Llevé sólo el bolsón. Dentro incluí ropa interior y un par de camisas… No facturé nada».
La ruta no podía ser más complicada. En la primera fase «volé con Iberia en un avión «lechero» que hacía Santiago-La Paz- Lima-Guayaquil-Bogotá-Caracas-Madrid». Llegó a España el 29 de diciembre. Tras estar en tránsito «tres o cuatro horas, abordé un avión de Air France hasta el aeropuerto de Orly. Siempre con mi bolso en mano. En ninguna escala me revisaron».
Al día siguiente, Juan Coronel y su «bolsón» volvieron a viajar con Air France, esta vez destino Budapest. De la ciudad húngara viajó a Moscú. Su contacto en la ciudad le anunció: «Te vamos a llevar al hotel del partido. Era muy bueno, podías solicitar desde cigarrillos hasta champán sin coste alguno.
Ahí coincidí con «La Pasionaria». Dolores Ibárruri debía tener entonces unos 70 años, alta, bien plantada… Era de un físico imponente. No me atreví a hablar con ella. Tampoco con Santiago Carrillo y Enrico Berlinger con los que me cruzaba. ¿Una pena, no?».
En Moscú debía encontrarse con Víctor Zannier. «El 5 de enero, a las nueve de la mañana, Zannier y yo estábamos en la Embajada de Cuba para gestionar nuestro viaje a La Habana».
En la legación diplomática fueron recibidos por el primer secretario, que «desconocía la historia. Quedó en que nos llamaría después de consultar con la Cancillería cubana. Así fue y esa misma tarde citó sólo a Zannier. «Regresó con gesto contrariado y me dijo: «Cuba autoriza mi viaje pero no el tuyo porque eres militante del Partido Comunista traidor, del boliviano que traicionó al Che Guevara»».
Coronel, atónito después de la travesía y los riesgos que había corrido, le dijo: «No sé qué hacer. He traído esto por cuenta del PC con el encargo de entregarlo en La Habana». «¿Qué derecho tenía yo de impedir que esas manos llegasen a Cuba, el pueblo que tanto amó el Che?
No tenía ningún derecho por mucho que me hubieran ofendido». Esa misma noche, «5 de enero de 1970, el diplomático y Zannier se fueron a La Habana en un vuelo de Cubana de Aviación». Castro inspeccionó las manos y la mascarilla. «Si se las entregó Zannier, el secretario de la Embajada u otro funcionario no lo sé».
Carmen de Carlos
Fuente: ABC
«Eran robustas... daban la impresión de que habían sido cercenadas con instrumental inadecuado»
SANTA CRUZ DE LA SIERRA (BOLIVIA).- «Córtenle las manos y pónganlas en formol». La orden del general Alfredo Ovao Candia, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas bolivianas, se cumplió en la madrugada del 10 de octubre de 1967, como precisó en su día el cubano y agente de la CIA exiliado en Miami Félix Rodríguez.
Los únicos testigos de la amputación fueron militares. La prensa se había retirado a dar cuenta de que el Che, el guerrillero sin fronteras, había muerto la tarde anterior en la escuela de la Higuera. Las fotografías de su cuerpo dieron la vuelta al mundo, pero el cadáver que mostraban ya no existía. El verdadero estaba mutilado.
Ovando temía que Fidel Castro negase la muerte de Ernesto Che Guevara e incluso llegó a plantear que lo decapitaran y le hicieran llegar la cabeza como prueba «fehaciente».
Las explicaciones de Rodríguez, en el sentido de que no era adecuado que alguien andase de un lado a otro «con la cabeza de un ser humano», le convencieron: «Córtele un dedo que nosotros tenemos sus huellas digitales de la Policía Federal argentina», sugirió el cubano. Ovando asintió pero, para que no hubiera lugar a dudas, quiso las dos manos. En Buenos Aires certificaron la identidad del muerto y devolvieron los restos a Bolivia. A partir de ahí, como el cadáver de Evita, recorrerían medio mundo.
«El ministro de Gobierno, Antonio Arguedas Mendieta, recibió el paquete junto con una mascarilla mortuoria en yeso que le habían hecho. Consultó al cascarrabias de Ovando que debía tener un mal momento (tenía una úlcera), y éste le dijo: «Haga usted lo que le de la gana».
Él lo tomó al pie de la letra. Excavó un hoyo en su dormitorio y enterró dentro los despojos del Che». Al recordar esta historia, Juan Coronel, de 69 años, antiguo responsable de la Comisión Nacional de Prensa del Partido Comunista Boliviano, rescata los detalles que precedieron a la misión que habría de desempeñar como «correo» de los restos del guerrillero.
«Arguedas cayó en desgracia por enviar una copia microfilmada del diario del Che a Castro… pide asilo en la Embajada de México y desde allí llama a su amigo Víctor Zannier. Le pide que, con un hijo suyo, desentierre las manos del Che y la máscara de su dormitorio. Después tendría que ocuparse de que también llegaran a Cuba».
«No olía a nada»
Zannier delegó la misión del viaje en Jorge Sattori, de 39 años, y Juan Coronel, de 32. «Se suponía que al ser los dos del PC teníamos una infraestructura… Nos vimos la noche del 22, 23 ó 24 de julio de 1969 y aceptamos la misión».
Luego «entramos en mi cuarto y abrimos el bolsón. No olía a nada. Contenía dos bultos de tamaño regular envueltos en periódicos viejos y asegurados con un piolín (cordel). Deshicimos el primero y nos encontramos con un frasco cilíndrico de unos 25 centímetros de alto por 18 de diámetro sellado con lacre rojo. En el interior flotaban en un líquido pardusco dos manos humanas. Eran robustas, aparentemente de un hombre fuerte. Estaban cubiertas por un bello fino y las muñecas daban la impresión de que habían sido cercenadas con instrumental inadecuado porque el corte era muy irregular».
Quedaba el segundo «bulto. Era una mascarilla donde se veían en negativo las facciones del Che. La impresión fue tremenda. Una vez repuestos, volvimos a empaquetar todo y guardamos el bolsón debajo de mi cama. Ahí permaneció cinco meses, los que necesitamos para preparar la entrega».
«Elegimos el «campo socialista» (este de Europa). Viajaría yo solo el último domingo de diciembre de ese 1969, ya que al ser fin de año los controles serían menos rigurosos». Con el problema financiero resuelto, Juan Coronel cerró el itinerario y organizó su maleta. «Llevé sólo el bolsón. Dentro incluí ropa interior y un par de camisas… No facturé nada».
La ruta no podía ser más complicada. En la primera fase «volé con Iberia en un avión «lechero» que hacía Santiago-La Paz- Lima-Guayaquil-Bogotá-Caracas-Madrid». Llegó a España el 29 de diciembre. Tras estar en tránsito «tres o cuatro horas, abordé un avión de Air France hasta el aeropuerto de Orly. Siempre con mi bolso en mano. En ninguna escala me revisaron».
Al día siguiente, Juan Coronel y su «bolsón» volvieron a viajar con Air France, esta vez destino Budapest. De la ciudad húngara viajó a Moscú. Su contacto en la ciudad le anunció: «Te vamos a llevar al hotel del partido. Era muy bueno, podías solicitar desde cigarrillos hasta champán sin coste alguno.
Ahí coincidí con «La Pasionaria». Dolores Ibárruri debía tener entonces unos 70 años, alta, bien plantada… Era de un físico imponente. No me atreví a hablar con ella. Tampoco con Santiago Carrillo y Enrico Berlinger con los que me cruzaba. ¿Una pena, no?».
En Moscú debía encontrarse con Víctor Zannier. «El 5 de enero, a las nueve de la mañana, Zannier y yo estábamos en la Embajada de Cuba para gestionar nuestro viaje a La Habana».
En la legación diplomática fueron recibidos por el primer secretario, que «desconocía la historia. Quedó en que nos llamaría después de consultar con la Cancillería cubana. Así fue y esa misma tarde citó sólo a Zannier. «Regresó con gesto contrariado y me dijo: «Cuba autoriza mi viaje pero no el tuyo porque eres militante del Partido Comunista traidor, del boliviano que traicionó al Che Guevara»».
Coronel, atónito después de la travesía y los riesgos que había corrido, le dijo: «No sé qué hacer. He traído esto por cuenta del PC con el encargo de entregarlo en La Habana». «¿Qué derecho tenía yo de impedir que esas manos llegasen a Cuba, el pueblo que tanto amó el Che?
No tenía ningún derecho por mucho que me hubieran ofendido». Esa misma noche, «5 de enero de 1970, el diplomático y Zannier se fueron a La Habana en un vuelo de Cubana de Aviación». Castro inspeccionó las manos y la mascarilla. «Si se las entregó Zannier, el secretario de la Embajada u otro funcionario no lo sé».
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