16 junio, 2013

MI MEJOR CONSEJERO

CONFESIONES A MI PADRE 

A propósito del Día de los Padres que hoy celebra casi toda América.

HOY me voy a sentar con mi papá, como siempre hacíamos cuando compartíamos el mismo bocado en Cuba, pero sobre todo con esa dosis de felicidad que siempre da la presencia del padre. HOY voy a escuchar a mi padre en sus consejos mas sanos con la energía vivificadora de sus años más tiernos.

Hace tres años que mi papá no está en este mundo. Hace mucho mas que yo me fui de su lado a emprenderme por la vida, y creo que he cumplido.
Sin embargo a mi papá siempre le deberé esta confesión. Esta crónica es la imagen de la vida que él llevó, que llevamos los dos en el constante avatar que ha sido la convivencia cubana a largo de más de medio siglo, en el esencial empeño por luchar y salir adelante. Nadie habría luchado tanto como él por ganarle la batalla a la muerte y seguir viviendo. 

Jesús Díaz Loyola

Si me preguntaran quien es el personaje de mi vida, sin duda alguna diría que es mi papá. Sólo por el hecho y el respeto al gen que me engendró, siempre diría que mi padre.

Pero resulta que mi padre es algo más, es el hombre de las confidencias más íntimas, de las grandes discrepancias, los mejores consejos y los besos más tiernos.

Hoy me vuelvo a sentar con él, tal vez para compartir los frijoles en la misma mesa donde crecí, pero sobre todo a recibir la energía vivificadora de sus años más adorables.

Hay un gran mérito en mi papá y en todos los padres del mundo que quiero recordar hoy, y ese mérito es el premio de habernos dejado a todos, a la familia que fundó y a los amigos que se ganó, un gran legado: la constancia y el amor.

No me importó convivir junto a él una etapa de carencias y mil vicisitudes en la isla que los dos hemos querido hasta lo más profundo de nuestras entrañas. Conviví contigo y crecí a tu lado, que es lo que importa, porque Cuba fue la vida que nos tocó.

Te recuerdo cuando yo comenzaba a vivir mis ansias desaforadas por la profesión que me marcó: el periodismo, y que solo a ti y a tú desdén puedo agradecer, porque tú fortaleciste mis afanes, siempre en el sentido de hacerme un hombre de bien. Gracias, mi viejo.

¿Sabes una cosa? No se me olvidan tus andaduras de recio buscavida por las calles de Cuba, desde las maratónicas jornadas cuando te ibas al
campo a "forrajear" los frijoles que después nos ponías con una ilusión placentera sobre la mesa, hasta las horas infinitas buscándote el pan de cada día bajo el sol abrasador de La Habana. 

Lo hacías, papi cuando eras un treintañero y yo un hijo de la inocencia que te seguía a todas partes. Y lo hiciste hasta el final de tus días, porque sobran razones para saberte un padre ejemplar.
Gracias viejo.

CUANDO yo era un niño que comenzaba a gatear, mi padre, que se llama José, se ganaba la vida como estibador del puerto donde los dos nacimos: Caibarién. 

Ya yo era un veinteañero, y en esos avatares de los primeros años y las primeras pasiones, con unos deseos inmensos por vivir, "siempre que nos sentábamos al frescor del Caribe hablabas de todo". Tus rechazos y tus durezas me maduraban, y yo sabía que, poco a poco, nos estábamos forjando por la vida, sumergidos en el único afán por salir adelante cada día. Esa es la vida que nos tocó, y no me arrepiento de haberla compartido contigo, mi viejo.

Cada vez que te bajabas de tu fecundo día en las noches cálidas del Caribe, cuando nos ponías la colada y te apretabas el puro que celebraba tu hornada, siempre decías con tu proverbial satisfacción. "La vida a mi no me vence". Ese día tu satisfacción más placentera estaba en que todos en casa dormíamos con los estómagos llenos.


   
En la madrileña puerta de Alcalá, 
durante el viaje que nos reencontró en España en 2004. 
Después, como el frondoso tronco que no abandona su raíz, 
mi padre regresó a la semilla y allí murió.

Te recuerdo hace cuatro años, en el último verano que pasé contigo. Eras el mismo de siempre cuando un dictamen médico te detectó la enfermedad degenerativa que te arrebató la existencia. Y lo asumiste con tu optimismo realista.

Aún así, con el presagio de tu inminente partida, fui capaz de prever el momento en que te quedarías paralizado, y desde la lejanía suplí tu invalidez y asumí tu papel responsable con esa perseverancia que nos inculcaste desde el primer día.

En 2010, ya estabas postrado y eras el vivo drama de tu injusta invalidez, y cuando las premoniciones de tu salud eran irreversibles, entonces hiciste derroche de tu dignidad paternal y me pediste perdón si en algo habías errado.

Y te dije entonces: "¡Que tengo yo que perdonarte, si tú me lo has dado todo!"

Aún así, me prometiste que en cualquier lugar siempre velarías por nosotros. 
Gracias viejo, y un abrazo donde quiera que hoy estés.

La última imagen que guardo del hombre extraordinario que fue mi mayor riqueza, es la de sus diminutos ojos escondidos debajo de los párpados en una lucha constante por vivir. Nunca abandonó su fuerza de caribeño curtido por el sol y el salitre. "Yo salgo de esta", me decía y se reía.

Cuando el seis de agosto de 2010 me fui a La Habana y lo llevé dormido hasta el campo santo del pueblo pesquero donde a los dos se nos estiró la vida, el negro David, compañero de aquellos fogueos entre los sacos y la estiba al borde del Caribe, me dijo con clara satisfacción como tantas veces se gozaba afirmándolo a José: "Fue el único hombre en la historia portuaria que descargó solo un vagón de 40 toneladas de cuero". 
Ese era mi padre.

Viniste desde los treinta cuando Caibarién, la Villa Blanca, era un esplendor de vida llena junto al mar, y te fuiste cuando toda la isla es un destino envilecido, una conjunción de suerte y rumbo por superar un día más.

En ese ambiente crecimos, corroborando cada vez el deterioro del cauce por la vida en la Cuba que nos tocó, "pero siempre estabas tú, dándonos unas ansias enormes por vivir".
¿Te acuerdas en el otoño de 1985 cuando éramos unas almas marcadas por las adversidades de un ciclón —Kate—? 
La casucha, en el rincón costero donde vivíamos sudando el salitre todo el santo día, había sido barrida por la furia de los vientos y las aguas. Allí estabas tú, dándolo todo. Gracias, viejo.

POSTDATA: 
Al alba del cinco de agosto de 2010, la muerte se llevó a mi padre, José, con 77 años encima y unas ansias enormes por seguir viviendo. Un año antes —2009—, su semblante de incansable luchador era un esplendor de vida llena en La Habana.  Una atrofia insospechada le cortó la existencia, pero mi padre se fue con el tesoro sagrado de habernos regalado casi medio siglo a nuestro lado desde el lejano julio de los sesenta, en que eligió a mi mamá —Elisa— para darnos la vida que nos tocó. 
Gracias, viejo.
                                JESÚS 

1 comentario:

  1. Enhorabuena.me parece una reflexión completa y muy profunda.coincido contigo en todos los valores que destacas de tú padre,pues tenía a mío como ejemplo de lucha,superación,constancia y sobretodo sabiduría,para hacer siempre lo más correcto.te felicito por dedicarle ésas palabras,que seguro estará leyendo,y le hará sentirse bien.un abrazo amigo,y otro para "EL"....
    para José
    César Ajenjo

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