CUALQUIER chica de mi pueblo era bella como un Cristo. Viéndolas crecer hermosas y rebosantes, se nos acabó de estirar el cuerpo en Caibarién, el rincón cubano junto al mar, donde nací.
Las veíamos caminar con sus pasos sigilosos, mientras nos reuníamos en una esquina, en el parque o hacíamos la cola del pan de cada día.
Hace unos días, Alicia Castro, a quien siempre le acompañó una belleza incontrolable, me hizo despertar aquellos años de encantamientos cuando todos corríamos tras las muchachas bellas de mi pueblo.
Le iba a contestar su correo con las tecnologías de estos tiempos, pero preferí escribir esta crónica para compartirla con los amigos agradecidos del pueblo.
Con esta foto, Alicia o "Alicita" -como la llamamos-, me recordó el encuentro que tuvimos el 4 de febrero de 1989, en aquel Caibarién. La tomó para el recuerdo el fotógrafo villaclareño José Antonio López Godoy (TOM), mi compañero inseparable en los años de periodismo provinciano en Cuba. Tom (QED) disfrutaba, tanto como yo, el placer inmenso que provocaban los rostros de mujeres, imágenes que revelaba parsimoniosamente y después las obsequiaba como el mejor de sus tesoros sobre el papel.
Alicia era especialmente bella, con las curvas de su cuerpo contoneándose siempre que iba y venía por puerto Arturo; su piel era blanca como la espuma y los ojos claros como perlas marinas, y tenía un cabello alargado que le cubría toda la espalda. Pero, sobre todo, Alicia era un volcán de ternura que robaba todas las miradas y todos los momentos. Por eso, no nos importaba tanto el sentido de aquellos actos reverentes bajo el sol tórrido de una Cuba ya envilecida como los encuentros espontáneos entre los amigos. Ningún motivo era mejor que reírnos y charlar con las mujeres de mi pueblo, a ras de calle, en sus portales benditos o a la orilla de sus costas con el olor húmedo del Caribe.
A pesar de las carencias, las muchachas de mi tiempo vestían con buen gusto. Llegaban con pantalones largos y oscuros sin importarles el color del cielo, pero siempre imponía su candor, aunque llegarán con su pelo breve y resumido.
Ana Alicia Castro "Alicita" nació en Caibarién, nuestra Villa Blanca junto al mar, y en aquellos años adorables era un encanto tan costeño como las noches de luna llena, como lo eran las hermanas Yrasema e Iliana López Samuell (en la foto anterior) y lo siguen siendo las mujeres bellas de mi pueblo.
El padre de Alicia es el viejo Castro alias "Cañón", y fue un emprendedor como todo padre bueno. "Cañon" y todos los viejos queridos del pueblo, se dejaron sus años vitales buscándose el plato de cada día para las familias numerosas que formaron. Muchos a bordo de uno embarcación, como lo hizo "Cañón" o el mismísimo Luisito Echemendia; otros, estibando en los almacenes centenarios del puerto, como lo habría hecho mi padre José, como lo hizo Roberto Perez Ortueta y tantos padres buenos de Caibarién.
Alicia, en su fiesta de 15 junto a la abuela Anita (DEP), a quien tuve la suerte fortuita de conocer, cuando iba a degustar en su casa una de las mejores paellas que se hacían en puerto Arturo, el barrio marinero de Caibarién.
Hace cincuenta años, cuando nació Alicia, tal vez en Cuba soplaban aires con otro esplendor, pero todos esos sueños por vivir mejor se fueron perdiendo en el camino, entre todas las calamidades en que íbamos creciendo. Ni Alicia ni yo, jamás creímos en el cuento de que algún día viviríamos mejor. Han pasado 57 años y nada. Por eso se fueron familias enteras, y muchos como nosotros también han acabado yéndose de la tierra que nos vio nacer.
Ahora Alicia es una entre cientos de miles de cubanos que vivimos lejos del terruño y tenemos un trabajo digno que nos ayuda a sobrevivir mejor. Tal vez, todos habríamos tenido la ilusión de haber forjado una vida en nuestra tierra, pero la mentira y la sinrazón disiparon toda una generación.
Ya solo nos queda el recuerdo del tiempo ido en un pueblo cubano y marinero que en medio de las hordas de la desesperanza vio crecer la belleza de sus mujeres.
Alicia y yo teníamos poco más de 20 años en esta foto. Su belleza exótica le acompañó siempre. Por eso hoy no puedo menos que recordarla, y con ella, a todo el encanto de las mujeres bellas de Caibarién, el rinconcito pesquero donde nací.
Lo que hoy he contado desde el recuerdo, lo que nos contábamos y sentíamos los jóvenes de entonces, lo que nos decíamos del amor y de la modestia en que vivíamos, era todo un cúmulo de sueños irrealizables en un pueblo callado, donde lo mejor era el encanto de su gente.
Desde que me fui hace 17 años he seguido hurgando en la memoria de mi pasado. Sueño siendo un niño, sueño con hamacas y voladores. Pero, a veces, sueño despierto. Es evidente que con el recuerdo que me trae Alicia, sigo acordándome de la belleza irresistible de las mujeres de mi pueblo.
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