ESTE miércoles, 14 de septiembre, se cumplen 93 años de la primera narración deportiva a través de la radio en Cuba y Centroamérica. La protagonizaron tres nombres: el asturiano "Manolín" Álvarez, en los controles; Lorenzo Martín, como traductor y el cubano Feliciano Reinoso, que puso su voz.
Este hombre —Feliciano Reinoso en la foto posterior— con quien tuve la suerte fortuita de intimar en su vejez, era un veinteañero en el Caibarién de 1923, un puerto del norte de Cuba que traspasó fronteras con una pelea de boxeo ya célebre.
Lo voy a contar.
ERA un sábado el catorce de septiembre de 1923, hace ahora 93 años. Desde bien temprano, en la estación de Manolín Álvarez en Caibarién —6EV— se ponían discos, en tanto avisaban de la proximidad de la pelea. A medida que llegaban las cinco de la tarde, hora marcada para el comienzo del combate, la aglomeración de público era cada vez mayor en torno al edificio de la Sociedad Liceo, escenario de la transmisión.
Una multitud aguardaba en las calles, y en el parque invadían hasta los tejados de las casas de los alrededores. Todo olía a presencia humana. Voces y gritos definían la impaciencia del público que saturaba los bares y cafés del pueblo.
Una multitud aguardaba en las calles, y en el parque invadían hasta los tejados de las casas de los alrededores. Todo olía a presencia humana. Voces y gritos definían la impaciencia del público que saturaba los bares y cafés del pueblo.
Me lo contaron para la historia el propio Álvarez y Reinoso: "Cuando llegó el momento apocalíptico de entrar en acción, a las cinco en punto de la tarde, estábamos recibiendo la señal de onda media de la WLW de Powell Crosley, el hombre que dio nombre a los famosos radios Crosley", recuerda Manuel.
"La WLW emitía desde Cincinnati Ohio con una potencia de quinientos mil watts. La recepción de la señal en Caibarién era clara y se oía como si el enfrentamiento fuera al doblar de la esquina".
Lorenzo Martín, un primo de Álvarez, demostró sus dotes como traductor ese día; Reinoso se debatió ante el micrófono con los pormenores del combate, y Manolín se puso en los controles. "Los primeros minutos nos parecieron toda la eternidad por nuestras ansias de no perder un solo detalle". —cuenta Manuel— "Íbamos retransmitiendo en español las incidencias del enfrentamiento que tenía lugar en el Polo Grounds de Nueva York, entre el norteamericano Jack Dempsey y el argentino Luis Angel Firpo, el Toro de las Pampas".
La “Pelea del Siglo” apostaba por el título mundial de peso completo. Todos los ojos del mundo estaban en Nueva York ese sábado, y Caibarién era parte de aquel acontecimiento. Aquel trinomio de hombres de radio —Manolín, Reinoso y Lorenzo—, protagonizaban un acontecimiento que justificaba la estridencia de los comienzos de la radio.
Por lo que narraban desde Estados Unidos, había lleno total en el Polo Grounds: más de ochenta mil espectadores enfurecidos apostando por el ídolo americano; en Caibarién, en cambio, toda la preferencia estaba en El toro de las Pampas. No cabía un alma mas en el centro de la ciudad, cuando empezaron a retumbar los altoparlantes que Manolín y su equipo habían dispuesto.
Firpo tenía veintiocho años y peleaba en busca de la cúspide de su carrera enfrentando a un Dempsey que ya era uno de los mayores boxeadores de la historia.
A plena tarde, todavía con el sol refulgente del Caribe, Dempsey y Firpo se dieron los primeros golpes. Feliciano comenzó su descripción y lo hizo como si él mismo habitara entre los dos boxeadores:
¿COMO EMPEZÓ ESTA HISTORIA?
En Céspedes, 7, Caibarién, el puerto del norte de Cuba donde tuvo su primera residencia cubana el forjafor de la radio en la isla, hay una placa inscripta que lo justifica todo: “Desde este lugar trasmitió en 1917 Manolín Álvarez las primeras señales de radio de Cuba. Caibarién. Instituto Cubano de Radio y Televisión. 10 de Octubre de 1982”.
Por eso, ya nadie niega en Cuba que mil novecientos diecisiete fue el año de los grandes emprendimientos por la radio. Y ese año, y muchos otros, hay que agradecerlos a la figura de Manolín, el emigrante asturiano que se fue a La Habana un día y nunca volvió a su tierra.
A lo largo del camino toreó el chantaje y las incomprensiones de petulantes cuando pretendió enseñar la radio como un invento humano, “lo mas humano que se ha hecho”, me decía siempre justificando su auto de fe por la vida.
Por eso, ya nadie niega en Cuba que mil novecientos diecisiete fue el año de los grandes emprendimientos por la radio. Y ese año, y muchos otros, hay que agradecerlos a la figura de Manolín, el emigrante asturiano que se fue a La Habana un día y nunca volvió a su tierra.
A lo largo del camino toreó el chantaje y las incomprensiones de petulantes cuando pretendió enseñar la radio como un invento humano, “lo mas humano que se ha hecho”, me decía siempre justificando su auto de fe por la vida.
En 1917 transmitió las primeras señales y en 1920 ya estaba en posesión de la primera estación de radiotelefonía de Cuba: la 6EV desde Caibarién, a la que luego sucedieron 6LO y CMHD, sin contar los lugares adonde llegó su impronta de genuino forjador de las ondas.
Ahora lo voy a recordar en sus años más vitales, junto a Feliciano Reinoso, porque la muerte no se lleva a los amigos, sino que los guarda y los retiene en sus años adorables como los días en que los dos me contaban sus historias y yo los escuchaba todo entusiasmado.
Caibarién, 1923
La radio cubana canta
el primer knock out
el primer knock out
“Mi obcecación era cada vez mayor,
pero la radio era nuestra mejor terapia”.
Manuel Álvarez, 1923
En tres años, la 6EV se había vuelto un hervidero de hombres compulsivos en el arte de comunicar. La estación en Caibarién era una rebatiña constante tras el último acontecimiento y la última noticia.
La fuerza emocional que trasladaban las ondas, corría como pólvora y trascendía las fronteras naturales del mundo que nos rodeaba. Sudábamos la camiseta a cualquier precio y nos curtíamos en pleno Caribe. Nos lo dejábamos todo por la radio.
Con esa fijación, casi obsesiva, fuimos al gran reto de la primera transmisión deportiva a través del micrófono y ese momento llegó con la simultánea de una pelea de boxeo desde Estados Unidos. Lo conseguimos con particular supremacía, antes incluso que la primera retransmisión de un partido de fútbol en España
Feliciano Reinoso Ramos, discípulo desde el primer día, fungió como narrador, y lo hizo con dotes excepcionales. Reinoso era reconocido en el pueblo por sus excelentes nociones del pugilismo.
Con Feliciano venía manteniendo una sólida amistad que nació a raíz de mis primeros ensayos en el diecisiete cuando éramos unos veinteañeros y la amistad duró toda la vida.
Un día fortuito en las tertulias que manteníamos en el café Ambos Mundos de Caibarién, Reinoso pasó de ser testigo a brazo fuerte del oficio de comunicar con la voz y el sonido. Temas de actualidad, de sociedad y las novedades que llenaban la crónica diaria se descifraban en aquellas charlas.
El día que fraguamos la primera transmisión deportiva, aquella célebre taberna era un abejero impenitente de escritores, periodistas y artistas de todos los ámbitos que veníamos a discutir nuestros pareceres y confrontábamos los más personalizados criterios ideológicos. Todo el centro de la villa, era aquellos años un espacio impregnado por el conocimiento y el saber. Y en ese ambiente proyectamos llevar una pelea de boxeo por el éter radiofónico.
Cada paso, cada proyección de nuestros días, lo masticábamos en Ambos Mundos. A veces madrugábamos al pie de los alcoholes buscando el trasfondo de algún tema medular. Un día fortuito de mil novecientos veintitrés ese tema fue el boxeo y la idea acariciada de transmitir la pelea del siglo desde el Polo Grounds de Nueva York.
Ese día, mi perseverancia estaba en realizar el sueño de aquella transmisión, y asumimos que si superábamos aquel reto nos consagraríamos.
-Este será un camino largo, Feliciano –le dije.
-Pero estamos desarmados, Manuel –comentó aludiendo a todo lo que aquel empeño requería.
-Lo intentaremos, Reinoso –precisé.
Al tercer trago de aquella tertulia, nuestras voces retumbaban en Ambos Mundos.
-Te crees dueño del mundo, Manuel –me dijo con una sonrisa zumbona.
-¡Como para levantarle la moral a cualquiera! –riposté.
Con toda la fuerza de mi ira tiré contra el suelo un ejemplar de El Comercio que tenía en mis manos. Me puse negro y sentí una enorme indignación por lo que Reinoso decía.
Me asomé al portal y hasta la calle daba espanto. Habíamos pasado de la media noche. Encendí un pitillo y me volví a Feliciano:
-Mira, Reinoso, no las vamos a jugar como sea.
-Adelante entonces –asintió más optimista.
-Cuanta más audacia empleemos, más seguro será el éxito, verás. –finalicé.
En realidad, Reinoso era un profesional consolidado. Se había formado en el campo de la ingeniería y la electrónica. Éramos contemporáneos y especialmente él gozaba de una inteligencia y cultura prodigiosas. Lo demostraba cada día en las conversaciones desenfrenadas que manteníamos en Ambos Mandos. Empezábamos por política, pasábamos por las mujeres de nuestras vidas y terminábamos en una gran disputa por los partidos de pelota de las grandes ligas americanas que ya levantaban furor en toda América.
La noche del gran proyecto, cuando nos habíamos atizado media botella de ron, pusimos todo el empeño en la pelea del siglo y aún así, refugiado en su modestia, Reinoso no dejaba de reparar en la sorpresa de haberle elegido para aquella transmisión.
La idea de encargarle a él y no a otro aquel reto, había partido del director del periódico El Comercio, Bernardo G. de Santamarina y el doctor Pedro Luis Valenzuela, nombres vinculados a la radio desde el primer día. En definitiva, éramos un puñado de almas nuevas que nos movía el arte de transmitir, y ese día el arte estaba en el boxeo.
Reinoso era siempre preciso a la hora de comentar. Sus puntos de vista clarificaban cada vez más aquella idea. Por eso trabajamos muy coordinados en aquel empeño y con una compenetración como si nos conociéramos de toda la vida.
El sábado catorce de septiembre de mil novecientos veintitrés, el día del enfrentamiento entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo, la radio se puso a prueba.
Las cuarenta y ocho horas anteriores al combate fueron cruciales en el mundo interior de la emisora. Precisamos los pormenores de la transmisión, nos imaginábamos la euforia del momento de la pelea y de los días siguientes. Los dos, Reinoso y yo, mirábamos al futuro con unas ansias enormes de comernos el mundo a cualquier precio.
La noche antes, el viernes trece, ninguno de los dos pegamos ojos. Vivimos un estado de vigilia total a la expectativa del acontecimiento que relanzaría a la radio en todo Centroamérica.
Con una caña brava se improvisó una antena rústica en busca del mayor alcance de la señal de las ondas electromagnéticas. Hicimos una base resistente, empalmamos una vara, otra y otra, hasta conseguir una altura, de manera que la señal viajara con el viento. Subí a lo más alto de ella para asegurarme de que todo estaba dispuesto. A las cuatro de la tarde del catorce de septiembre, una hora antes de aquel duelo de titanes, yo estaba trepado en un mástil de más de veinte metros en medio de todo el lío que generaba aquella osadía.
Confieso que aquel día viví entre el estupor y la astucia. El viento regalaba un zumbido cuando se entrecruzaba con la antena, Y de esa manera, la 6EV.puso a prueba su entereza en la soberbia de los brazos sobre el cuadrilátero.
Desde bien temprano, en la estación se ponía discos, en tanto avisábamos de la proximidad de la pelea. A medida que llegaban las cinco de la tarde, hora marcada para el comienzo del combate, la aglomeración de público era cada vez mayor en torno al edificio de la Sociedad Liceo, desde cuya primera planta se gestó la transmisión. Toda la equitación de la emisora estaba allí. Una multitud aguardaba en las calles y el parque lo ocupaban centenares de personas que invadían hasta los tejados de las casas de los alrededores. Todo olía a presencia humana. Al paso de cada minuto, mi obcecación era mayor con aquel reto. Voces y gritos definían la impaciencia del público que saturaba los bares y cafés del pueblo.
Cuando llegó el momento apocalíptico de entrar en acción, a las cinco en punto de la tarde, estábamos recibiendo la señal de onda media de la WLW de Powell Crosley, el hombre que dio nombre a los famosos radios Crosley. La WLW emitía desde Cincinnati Ohio con una potencia de quinientos mil watts. La recepción de la señal en Caibarién era clara y se oía como si el enfrentamiento fuera al doblar de la esquina.
Lorenzo Martín Álvarez, mi primo que ya hacía su vida en Cuba, demostró sus dotes como traductor ese día; Reinoso se debatió ante el micrófono con los pormenores del combate, y yo me puse ante los controles. Los primeros minutos nos parecieron toda la eternidad por nuestras ansias de no perder un solo detalle. Íbamos retransmitiendo en español las incidencias del enfrentamiento que tenía lugar en el Polo Grounds neoyorkino, entre Dempsey y Firpo, el célebre Toro de las Pampas.
La “Pelea del Siglo” apostaba por el título mundial de peso completo. Todos los ojos del mundo estaban en Nueva York ese sábado, y Caibarién era parte de aquel espectáculo. Protagonizábamos un acontecimiento que justificaba la estridencia de los comienzos de la radio.
Por lo que narraban desde Estados Unidos, había lleno total en el Polo Grounds: más de ochenta mil espectadores enfurecidos apostando por el ídolo americano; en Caibarién, en cambio, toda la preferencia estaba en El toro de las Pampas. El centro de la ciudad y todos los alrededores estaba abarrotado de gente. No cabía un alma cuando empezaron a retumbar las bocinas que habíamos dispuesto a gran altura.
Firpo tenía veintiocho años y peleaba en busca de la cúspide de su carrera enfrentando a un Dempsey que ya era uno de los mayores boxeadores de la historia.
A plena tarde, todavía con el sol refulgente del Caribe, Dempsey y Firpo se dieron los primeros golpes. Feliciano comenzó su descripción y lo hizo como si él mismo habitara entre los dos boxeadores:
¡La pelea en el primer round comenzó casi pareja! ¡Dempsey utilizó su técnica y sus velocidades frente a la fuerte pegada de Firpo que ahora mismo domina el ring! ¡Hay movimiento en el ring!
Por el enfrentamiento coordinado, daba la sensación de que iba a ser un combate largo. Me asomé a la calle y en torno a la estación 6EV, en su sede de Céspedes, había hombres, mujeres y niños por todas partes. Una multitud agolpada escuchaba atenta los altoparlantes, que provocaban una verdadera explosión social por la inmediatez que les trasladaban las ondas. Ese día, tenía la sensación de que nosotros también nos estábamos inmortalizando al propio tiempo que lo hacía Firpo frente a Dempsey.
-¡Es espectacular lo que estamos viviendo, Feliciano!, le dije gesticulando de la emoción que todos advertíamos. Lo que narraba Reinoso, le brotaba de sus entrañas.
Como si el poder de los puños oyera nuestro mandato, en los minutos siguientes, aquel pleito dio un giro de noventa grados. Aquellas dos almas se pegaban como bestias voraces, como si uno de los dos sobrara en el ring. Reinoso seguía la descripción con pelos y señales:
¡Ha sido llegando al final del primer asalto! Firpo consiguió acorralar a Dempsey contra las cuerdas y con una certera derecha a la barbilla, lo arrojó fuera del cuadrilátero. ¡Jack salió despedido diecisiete segundos por entre las cuerdas del ring! ¡Esto es lo jamás visto!
Una pelea para no olvidar, indescriptible se puede decir. Dempsey cayó sobre los periodistas, golpeándose contra una máquina de escribir, sufrió un corte en su cabeza, y, ciertamente, estuvo entre catorce y diecisiete segundos fuera de combate. Pero sólo la magia de la radio y el poder de la palabra podían trasladar el mensaje de lo que se estaba viviendo en Nueva York.
En realidad, fue una pelea de las que pocas se habrían visto en la historia del boxeo. Feliciano, con su medular narración, ya formaba parte de un tiempo y ese tiempo comenzaba a hacer historia. Sus comentarios fluían uno tras otro.
Dempsey tuvo tiempo de pasarse los dedos por la cabeza desangrada. Presentía su propia derrota cuando tuvo la tentación de su revancha.
¡Hay una actuación injusta! –Reinoso se emocionaba-. ¡El árbitro llegó sólo a la cuenta de nueve segundos cuando Dempsey logró regresar ayudado por los periodistas!
Feliciano se contoneaba frente al micrófono, parecía que estuviese en el cuadrilátero. Se enardeció más cuando vio que le arrebataron la pelea a Firpo.
Dempsey se incorporó como el que despierta de una muerte súbita y con una fuerza que no habría tenido nunca arremetió sobre su rival.
¡Esto es injusto! ¡Lo nunca visto! Una cuenta increíblemente lenta, sumado al hecho de que Dempsey no volvió al ring por sus propios pies, Firpo debió haber sido declarado ya ganador por knock out. ¡Pero, no, señores, sigue el combate! –alentaba Reinoso y seguía al hilo la pelea:
¡Hay un segundo asalto! Dempsey, recuperado, se lanzó sobre su rival y se convirtió en una máquina de dar golpes. ¡La sangre brotó del rostro de El Toro Firpo! ¡Jack Dempsey logró derribarlo tres veces!
En el resumen de la pelea, Reinoso fue preciso:
¡La pelea ha sido detenida a los cincuenta y siete segundos! ¡Lo nunca visto! ¡Ya lo digo yo! ¡Dempsey es el ganador por knock out!
De cierto modo, los dos huesos duros que eran Dempsey y Firpo, parecían demonios enfrentados en un duelo a muerte. El combate duró cuatro minutos. Aquel día que inmortalizó la radio quedó grabado para siempre y la caída de Dempsey fue recordada como el momento deportivo más dramático en la primera mitad del siglo veinte.
Terminado el combate, la mirada de Reinoso no podía ocultar la risa delatora por aquel primer gran triunfo del deporte por las ondas y, al propio tiempo, un dejo de insatisfacción por la pelea robada a Firpo. Desde esa transmisión, Feliciano Reinoso fue de por vida mi gran compinche de la radio.
Al siguiente día, el domingo quince de septiembre, la radio era la noticia en las portadas de los diarios. Habíamos prometido una transmisión simultánea y la conseguimos con un éxito rotundo.. Captamos la transmisión de onda media de la WLW y sin perder un solo detalle llevamos el combate de principio a fin. En cambio, la PWX de La Habana, que anunció con bombos y platillos aquella transmisión, no lo hizo sino a medida que entraba por teleprinter.
El catorce de septiembre, la 6EV se hizo mayor entre todas las estaciones que había en Cuba y se hizo grande en el mundo, porque aquel combate radiado pasaría a la posteridad como el primer control remoto internacional en la historia de las ondas.
Reinoso, con veinticinco años, cantó el primer knock out al aire y llegó a apasionarse tanto con aquella transmisión que con el tiempo se ganó el mote de Dempsey, y así firmaba después sus crónicas deportivas en la radio y en los periódicos.
Con Reinoso nació un estilo para triunfar en el éter, porque con su incombustible voz le dio color y emoción al deporte por la radio. De la máquina de escribir le brotaban las crónicas más deslumbrantes de cada acontecimiento. Cogía las noticias al vuelo y las cocinaba con su lenguaje particular.
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