28 septiembre, 2010

Cuba: Fidel disfrazado de Fidel


Por el realismo intrínseco que refleja, reproducimos a continuación un artículo de Francisco Rodríguez Adrados, de la Real Academia Española, aparecido en su columna La tribuna, que escribe para el diario La Razón.

Hay una matización de Adrados que justifica la razón de todo lo que pasa en Cuba:
Decía Platón que había un ciclo de los regímenes políticos: la tiranía cae, llega la libertad, pero luego la libertad corrompida crea nueva tiranía y así siempre.

O sea: cayó la tiranía que era Batista, llegó la libertad que era Fidel, ésta se convirtió a su vez en tiranía.

LA OTRA OPINIÓN

Francisco Rodríguez Adrados
Tomado de La Razón

Este nuevo Fidel que reaparece ahora vestido de verde-oliva y diciendo «aquí estoy», ¿es de verdad Fidel? Ya no es el debelador del antiguo tirano Batista, el liberador de Cuba, ni siquiera ocupa el puesto «number one», tiene que competir difícilmente con su hermano, tiene que dejar que el arzobispo le arrebate sus prisioneros y tratar de asustarnos con el pavor atómico que pide a Obama que aleje de nosotros (a Ahmadineyad, el iraní, parece que no osa pedírselo). Algo conserva de su imagen, las damas del PSOE y sin duda otros más le miran con arrobo. Pero conviene ver la realidad bajo la apariencia que nos muestran.

Fidel es ahora un liberador borroso y desvanecido, como una vieja foto. No le deseo nada malo, pero los viejos tiranos deberían desaparecer, irse del todo, no digo otra cosa. Es un liberador convertido en tirano y ahora ni siquiera; es simplemente un hombre viejo con las tripas recortadas que se autoafirma de un modo u otro cuando casi se sentía olvidado.

Fotografiándose con Chávez, vistiendo el uniforme verde, anunciando terrores. Conservando un resto del poder de su imagen, de su mito, de su tiranía –que ahí fue a parar aquella liberación, como otras tantas–. En suma, no es sino un pretexto para que la tiranía continúe.
Alguien, ya saben, intenta convencer a Europa de que en Cuba las cosas han cambiado.

Fidel era el joven salvador, primero católico, luego comunista encriptado, luego comunista con toda la barba, pero hablando todavía de libertad en larguísimos discursos. Un hombre impactante, carismático, valeroso y resistente, creador de un mundo entonces ideal, hoy casi muerto pero que, pese a todo, se resiste a morir. Se resigna a ser un segundo benévolo que trata de salvarnos pidiendo a los Estados Unidos que no tiren la bomba. En definitiva, es una máscara de sí mismo. Anómalo en su destino dentro de los tiranos, que al final, según los casos, mueren guillotinados como Robespierre o derrocados por nuevos libertadores o se suicidan o son condenados en juicio o simplemente mueren en la cama. Castro no: hace sencillamente un modesto número a ver si aceptamos que es de nuevo el joven Fidel. En todo caso, la tiranía sigue.

Es una vez más la tragicomedia humana. Decía Platón que había un ciclo de los regímenes políticos: la tiranía cae, llega la libertad, pero luego la libertad corrompida crea nueva tiranía y así siempre. O sea: cayó la tiranía que era Batista, llegó la libertad que era Fidel, ésta se convirtió a su vez en tiranía. Pero algo falla aquí. Al cabo de más de cincuenta años no pasa lo que en el ejemplo prototípico de Francia: cayó Luis XVI (que no era un tirano), los liberadores se convirtieron en tiranos, ellos mismos se exterminaron unos a otros, Napoleón acabó con todos ¡y comenzó de nuevo el ciclo de las libertades! Ni como en la Unión Soviética: Lenin engendró tiranos sucesivos, al final el tinglado cayó por su propio peso.

No: en Cuba el libertador-tirano y su sucesor siguen al cabo de más de cincuenta años y el primer tirano reaparece, envejecida imagen, y todo sigue igual. Todo parece una comedia de errores. Con las diferencias que sean, este perpetuarse de las dictaduras, sea cual sea su origen, yo lo he vivido muy de cerca en Bulgaria, en Grecia, por supuesto en España.

En Cuba hace ya tiempo que estuve, pero ya se notaba la misma esclerosis: la coexistencia de la realidad y la apariencia, del futuro en germen y el presente aparente. Había un buen hotel, el Nacional, allí vivíamos los extranjeros en una abundancia relativa (mil cosas fallaban, había micrófonos ocultos...), fuera era la miseria, las colas para comprar un helado. A mí me habían invitado a dar unas conferencias, me pagaron en pesos que, al verme blanquito, nadie quería cogerme, me editaban libros que no me pagaban. En el Museo de la Alfabetización publicaban los telegramas enviados al Comandante, «hoy hemos alfabetizado a tantas personas». ¿Para qué alfabetizaban, si no había nada que leer? ¿Para qué las bibliotecas si no había un mal libro (yo, al regresar, envié algunos, no logré averiguar si llegaron o no)? Dos países: el de la realidad y el de la apariencia. Y así sigue.

En algunos momentos los liberadores son necesarios, en otros estorban, ellos no lo ven. Esquilo dejó en Agamenón el modelo del salvador-tirano. Continúa, pero mucho más sofisticado, entre idealismos, dobleces, propaganda. Pero hay algo grandioso: ni la tiranía ni el caos radical son eternos. Sólo, ¿por qué duran tanto? Yo escribí hace tiempo, el año 1990, en «El Independiente», un artículo, «Setenta y dos años». Son los que tardaron los intelectuales de Occidente en enterarse (creo que no del todo) de qué es lo que era, en realidad, el Comunismo de Lenin y de Stalin (todavía el de Castro). Y la voz de individuos aislados nada puede y pasa tiempo y tiempo. Esto es todo.

Escrito esto, leo en LA RAZÓN que Fidel ha declarado: «El modelo cubano ya no nos sirve ni a nosotros». Estupendo, aunque un poco tardío. A ver si se traduce en algo.

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