25 julio, 2019

TOMÁS CÁRDENAS, EL HOMBRE QUE ME ABRIÓ LAS PUERTAS DEL PERIODISMO

«Cárdenas no habría imaginado jamás que 30 años después estaría contándolo
⚫️ No conoció la opulencia. Vivió en Santa Clara, en la modestia de un edificio prefabricado. Con los demás, era de trato preferente, y le daba un alto valor a la mujer y a los hijos porque el primer valor para él, era la vida. El Alzheimer acabó con su existencia en La Habana, a los 78 años, el sábado 20 de julio. Al margen de su carrera política, fue ejemplo de sencillez con unos valores humanos extraordinarios, y a quien agradezco haberme abierto las puertas del periodismo y contribuir decisivamente en mi formación profesional. 
En los tiempos en que Tomás Cárdenas García era presidente en Villa Clara, yo me desempeñaba como periodista del Gobierno Provincial. Bajo su mandato, curtí mis primeros años en el oficio hasta que en mi afán por hacer periodismo puro, pasé a formar parte de la plantilla de reporteros del diario provincial Vanguardia. 


























EN LA RADIO 🎙
En esta foto de agosto de 1985, Tomás Cárdenas, a la izquierda, en la inauguración de CMHS Radio Caibarién, «La Voz de la Villa Blanca». A la derecha, el asturiano Manuel “Manolín” Álvarez Álvarez, padre de la radio en Cuba, tras cortar la cinta que abrió la nueva etapa de la radio en Caibarién. Tomás Cárdenas García y Víctor Manuel de la Rosa Arce, entonces presidente municipal, quien conversa conmigo (yo tenía 21 años), son dos nombres a quienes la radio tiene mucho que agradecer por la gestión emprendedora con que llevaron adelante el retorno de las transmisiones a la ciudad cubana que acunó la radiodifusión nacional. 

CÓMO CONOCÍ A TOMÁS "KIKO" CÁRDENAS
























YO nunca le dije Kiko, pero muchos lo llamaban así desde la humildad de su pueblito cubano de Báez, donde había nacido 78 años atrás.
Cuando Cárdenas tomaba su auto Niva para hacer la ruta de la serranía o los pueblos llanos de Villa Clara, nos decía a Tom, el fotógrafo y a mi: "Preparen las mochilas que mañana subimos a las montañas."
No tenía que decirlo dos veces, porque en el desenfreno de los mejores años, sólo queríamos salir a la búsqueda de noticias frescas.
Antes de abandonar su apartamento en los bajos de un edificio prefabricado, frente al hospital Materno de Santa Clara, Naida, su mujer, lo despedía con un beso y le advertía: "Vayan con cuidado que hay muchas curvas y esas carreteras son un peligro". Siempre le abrazaban sus hijos, Ernesto y José Luis, sin renunciar a la ternura de los años juveniles. 
Salíamos antes del amanecer para estar temprano en el destino y aprovechar más el día, una divisa prioritaria en Cárdenas. No había semana en que no nos pidiera que le acompañáramos. Vivíamos el esplendor de los ochenta. El derrumbe del socialismo europeo ni siquiera era un augurio, mucho menos el período especial de fuertes limitaciones que a la larga sumergiría a Cuba en los abismos de las carencias. 
Cárdenas y Tom pisaban la franja de los 40 y doblaban con creces mi edad. Con los 18 años de mis días mejores, ocupaba ya el asiento de informador del Gobierno Provincial. Cárdenas todavía no peinaba canas; la tonalidad de sus ojos azules y su cabello claro, le imprimían una aureola innata que le acompañó toda la vida. 

Al llegar a cada escenario donde rastreábamos la noticia y la obra de sus fecundos años, los anfitriones preguntaban:

–¿Vinieron el periodista y el fotógrafo? 
Cárdenas se adelantaba 
–Sí, están aquí.


⚫️ Hace diez años, falleció José Antonio López Godoy (TOM), un fotógrafo excepcional, compañero y amigo, que me acompañó durante mis años de oficio en Villa Clara (1982–1989), los años vitales del liderazgo de Tomás Cárdenas. Los dos éramos uno solo en la obsesión de hacer reportajes cuando formábamos el equipo de trabajo periodístico del Gobierno Provincial junto a otro histórico, Guillermo Sánchez. Jamás olvido aquellos años bajo la guía certera de Cárdenas, con sus seguimientos profusos del periodismo que hacíamos y la realidad que reflejábamos. 
⚫️

Preguntaba de todo porque le gustaba indagar en el trasfondo de los problemas. "Una imagen vale más que mil palabras", sustentaba muchas veces Cárdenas para justificar que por eso con él siempre íbamos periodista y fotógrafo, para dejar los reportajes como pruebas irrefutables, malas o buenas, de aquellas visitas memorables que muchas veces llegaban por sorpresa.

Su poder de análisis era de una fuerza extraordinaria y así se iba a los empeños de cada día, a buscar los problemas donde estuvieran y a enfrentar a quienes los provocaban.
En ese reto ineludible, Tom se volvía un genio en el arte de captar la imagen perfecta, y mi pasión de novel reportero siempre estaba puesta en no perder el más mínimo detalle que asegurara la exclusiva.

En aquellos viajes de trabajo responsable en mi etapa provinciana, compartíamos oficio, mesa y hasta el sueño.
En los lugares de estancias, donde siempre había naturaleza y patios floridos, se sentía uno seguro, como en su propia casa, sin que el mundo exterior nos fuera ajeno. 
El trago favorito en esos años adorables de Cárdenas era el ‘Cubanito’, preparado a base de jugo de tomate, ron, limón y pimienta. Los hacían magistralmente Jorge y Fidel, sus dos chóferes inseparables. 

Pero lo que ni Cárdenas ni Tom habrían imaginado jamás, es que 30 años después yo estaría contándolo en medio de sus ausencias ingratas..

José Antonio López Godoy (Tom), sucumbió hace una década con 70 años. Los dos, ahora están muertos y solo quedan sus nombres y el testimonio de la vitalidad de sus mejores años. Confieso que desde que conocí la noticia de la muerte de Cárdenas, no he podido evitar el sobresalto y he viajado por todo mi pasado. 

ASÍ COMENCÉ A ESCRIBIR ✍🏻


El día de 1982 en que me encontré con él por primera vez y acepté su determinación a emplearme en el Gobierno Provincial, fui llevado hasta su despacho de Santa Clara por otro extinto, el entonces presidente municipal de Caibarién, Víctor Manuel de la Rosa Arce. 

Una noche antes, Víctor me comunicó la noticia mientras paseaba por el parque de mi pueblo diciéndome que Cárdenas, a quien yo no conocía de nada, quería hablar conmigo. Pero él ya tenía una percepción de mi pasión desenfrenada por el periodismo. Era el justo momento en que el acto de dar noticias se había revelado compulsivamente en mi y ya era habitual en los reportes de los noticiarios de la radio y las secciones de noticias de los diarios impresos del país. Por ese tiempo, varias veces Cárdenas había estado en la fijación de mis coberturas costeñas. 
Era un joven escuálido cuando estuve frente a él, entre la sorpresa y la inexperiencia de mis 18 años y unos deseos inmensos de comerme el mundo a cualquier precio. 
Aquel día, antes de nada, aun antes de saludarnos, me dijo sin que el momento imprimiera mayor solemnidad:
--Sabes porque te he mandado buscar. Queremos pedirte que trabajes con nosotros.
No tuvo que abundar mucho, porque para mis años jóvenes solo existía una idea fija: el periodismo. 
Ese mismo día del verano de 1982, mi determinación no tuvo negativa alguna, sin importarme, incluso, el cambio que representaba dejar todos los cursos en mi pueblo y ponerme de inmediato a ganarme la vida en lo que mas me gustaba hacer, alternando estudios y trabajo a la vez. Así comencé a escribir. Me contrataron por 111 pesos cuando todavía la moneda nacional no tenía la devaluación abrumadora de hoy. 
En esa etapa, me empezaron a pasar infinidad de anécdotas cuando yo contraponía mi afán por escribir frente a la censura oficialista que ha sido siempre el mal de la visión mediática de mi país.  

EL PEDRAPLÉN 🗾
🌊48 KILÓMETROS SOBRE EL MAR🌊
El pedraplén Caibarién–Cayo Santamaría de 48 kilómetros, una obra de ingeniería colosal que vi construir desde mi pueblo cuando me fraguaba en el oficio de escribir.


Me pasó con el pedraplén Caibarién-Cayo Santa María, una colosal obra de ingeniería de 48 kilómetros que enlazó la geografía central de la isla con la Cayería Norte y se comenzó a construir anónimamente, pero sobre la que yo defendía el derecho a informar de un movimiento constructivo que estaba revolucionando la vida en la costa. Mis crónicas fueron después habituales en el diario provincial ‘Vanguardia’. 

Muchos años después, Cárdenas dedicaría un libro con las memorias de aquella obra de gigantes, coautorado con su compañera en la vida, Naida Orozco Sánchez, que casi siempre le acompañaba en aquellas correrías. "Collar de Piedras" inmortalizó la proeza de sus constructores y el esfuerzo innegable de todo un país y su principal propulsor, el extinto líder cubano Fidel Castro, por conquistar un entorno virgen de su geografía. Valió la pena llegar hasta allí. 

1985: EL HURACÁN KATE 💨 



De esa época, es también mi cobertura al huracán Kate que azotó severamente el norte de la provincia en 1985. El día en que Fidel visitó las zonas devastadas, yo escribí una crónica que titulé "Desolación en las playas de Corralillo" para reflejar el destrozo en toda su magnitud en la franja costera. Cárdenas me dijo que daba una imagen de "desastre deprimente". Entonces le pregunté: "¿Y qué otra imagen deja el paso devastador de un ciclón?". Cárdenas no dijo nada. Y así siempre era; poniendo su ojo avisor sobre las cosas que escribía. 

LA CARRETERA SANTO DOMINGO–CORRALILLO

En ese viaje, que Fidel realizó por la vieja Carretera Central atravesando todo el Circuito Norte, al aproximarse a territorio villaclareño, pidió ir hacia Santa Clara, la capital provincial, por la carretera Santo Domingo–Corralillo que acortaba el largo trayecto desde La Habana. Pero esa vía, que el Comandante tenía reportada como construida, en realidad no existía. El lider se encontró con una extensa llanura de tupida vegetación.

Fue Cárdenas quien contó para la historia aquella experiencia desconcertada de Fidel, una mentira oculta que no quedó en vano porque después se puso en marcha el brazo duro del presidente cubano y vinieron despudos y sustituciones masivas de los cargos responsables. Aquella verdad escamoteada se convirtió en otra gran obra colosal que finalmente se hizo.

EL PEZ GATO 

En los ochenta, todavía bajo su gobierno, el cultivo del pez gato se comenzaba a desarrollar como alternativa alimentaria en los estanques de alevines del Centro de Acuicultura de Pavón, en la localidad de Encrucijada. Cárdenas no le perdía pie ni pisada a aquella experiencia. Íbamos juntos, muchas veces bajo un cielo ennegrecido, porque él decía que la soberbia de las aguas le cambiaban el curso a la vida en un abrir y cerrar de ojos. 
En épocas de contingencias, el tiempo se volvía loco, y vientos y fuertes lluvias lo arrasaban todo. Entonces los criaderos de pez gato se resentían. Cárdenas no demoraba en estar allí en busca de la suerte de los alevines. Los aguaceros intermitentes arreciaban sobre Pavón y los estanques rebosaban.

–¿Se mueren los peces cuando arrecian las aguas? –preguntaba a los cultivadores.
–Se cubren y se protegen los estanques. –le decían.
–¿Pero no se muere ninguno? –insistía.
–Los tratamos con suma paciencia, como a nuestra familia.

CUANDO ME RIÑÓ JUAN ALMEIDA

Después llegó "El monumento", la majestuosa plaza de Santa Clara diseñada por el escultor cubano, también fallecido, José Delarra. Allí, como siempre, estuvieron Cárdenas y Tom, que llevaron el pulso a la marcha de las obras desde que se esculpió el primer detalle de la imponente escultura de Che Guevara como símbolo esencial. Tom consiguió un testimonio gráfico monumental que con el paso de los años desapareció por culpa de la indolencia humana. 

De aquellos trabajos, yo había escrito un reportaje a página completa que no gustó al poder del país porque era una obra que se empezó a construir en silencio. Por eso, fui llamado a la administración central del Estado por el extinto comandante Juan Almeida Bosque, que llevaba el control de la obra. 
El primero que me dio el aviso fue Tomás Cárdenas García. Desde su cargo de Gobernador creó las condiciones para mi traslado a La Habana. Me dispuso su coche oficial, un Lada 1600, de las últimas herencias soviéticas en Cuba, que era un privilegio en los ochenta.
A la luz de una soleada mañana, vestido con una guayabera impoluta, tuve ante mi al negro más célebre de la Revolución cubana. Juan Almeida, un hombre de baja estatura que ya peinaba canas, me saludó raudo y locuaz, con una precisión que justificaba en él la grandeza incuestionable con que llevaba el tercer asiento del país.

–Buenos días.
–¡Siéntese!
La conversación fluyó espontánea:
–¿Qué edad tienes?
–Veinte años.
–¿Lo escribiste tú? -me preguntó Almeida, el tercer hombre de Cuba mostrándome en sus manos el reportaje impreso de ‘Vanguardia’.

Sobre su despacho del Palacio de la Revolución, había varias notas de mi autoría y un ejemplar del reportaje a toda página con que yo difundía la gran obra de masas que comenzaba a ser la construcción de la Plaza Ernesto Che Guevara en Santa Clara, hasta ese momento un tema anónimo en los medios.

–Yo dije (en Santa Clara) que de esto no se publicara nada hasta que el Comandante en Jefe tuviera toda la información. –me dijo aludiendo a una visita suya que no me callé

Después de una larga charla a la manera del férreo orden cubano, uno de los pocos hombres duros con el rango de Comandante, felicitó finalmente la crónica y ordenó servir café.
–No debió haberse publicado. No queríamos hasta que Fidel estuviera bien informado –sentenció y acto seguido comentó.
-Pero está bien escrito. Te felicito.

Aquel encuentro me permitió conocer de cerca la rectitud del revolucionario cuando le escamotean sus decisiones.
Mi ubicación en la vacante de periodista del Gobierno Provincial durante cuatro años, fue siempre una plaza deseada y hasta envidiada. "El periodista de los ministros", me llamaban los colegas por esa manera de reservarme siempre la exclusiva y soltarla. En cambio, disfrutaba aquel placer de los "palos periodísticos" con el golpe de suerte de tener siempre en la mano la primicia de cada visita o acontecimiento importante en la provincia. 
Y no es que haya tenido mayor o menor suerte. Cualquiera de mis colegas podía haber estado en mi lugar. Lo seguro es que el periodismo es un oficio de todos los días. Y confieso que durante todos esos años, yo estaba permanentemente trabajándomelo. Así me curtí periodista.

CÁRDENAS VIVÍA RODEADO DE LIBROS
Cárdenas escribía y le gustaba hacerlo. Siempre leía libros. En los años que me relacioné con él, vivía rodeado de las últimas novedades editoriales en su despacho de la Asamblea Provincial, donde se sentaba a leer con unos lentes bifocales y la serenidad que imponían sus cargos responsables. Por ahí muchas veces coincidía con su hijo Ernesto, que husmeaba los pasos de su padre: “Realmente siempre mi papá fue un paradigma para mi, yo lo respetaba mucho. Y ya estando muy mal, hace algunos; meses le dije que yo estaría junto a él hasta el final”, me dijo Ernesto poco después de conocerse la negasta noticia. “Murió cuando yo llegué a verlo al hospital el sábado 20 de julio. Yo estabacon él”, dijo. 
Todo el mundo tiene una estrella. Tomás Cárdenas García, que de cierto modo, fue mi buena estrella en la Tierra, ya descansa en la suya.
En realidad, su vida fue una crónica constante de su magia como persona y figura.


Cárdenas (segundo por la izquierda)  en un cumpleaños colectivo entre trabajadores, en Santa Clara. Yo (a la derecha) arribaba a los 20 años.


⚫️ POSTDATA
Esta crónica escueta de uno de los hombres más extraordinarios que he conocido, tiene un epílogo que me estremeció como un relámpago para que yo la escribiera. El sábado 20 de julio, en una noche ingrata de La Habana, después de años lidiando con el mal del Alzheimer que le aquejaba, se fue para siempre Tomás Victoriano Cárdenas García “Kiko”, el consejero, el guía, el amigo, llevándose tras de sí un cúmulo de historias por contar todavía. (DEP)▪️

Un foto ya histórica: En 1984, cuando yo comenzaba a gatear en el periodismo, compartiendo cena con Ernesto y sus padres, Tomás Cárdenas y Naida Orozco. que todavía vive en La Habana.

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