31 marzo, 2019

RELATO DEL HOMBRE QUE LLENÓ SU PUEBLO DE GLORIAS DEPORTIVAS

⚓️CAIBARIÉN: "MELÓN”, 
EL MAR Y LAS VELAS 🌊⛵️


▪️Rolando Pérez Llada, el hombre que se pasó la vida entre remos, velas y canoas.

◾️Jesús Díaz Loyola.~
▪️📸 Fotos del camarógrafo Yosvany Mayoral 
       (Centro Norte de TV Caibarién)  
Ni “Melón ni yo, hubiéramos podido imaginar que más de treinta años después estaría contando su historia, aún después de muerto. Ahora, con 55 años vividos, sé que haber nacido en Caibarién ha sido la mejor cosa que me ha pasado en la vida. Todas las vivencias de mi juventud son gratas. Así que recuerdo al pueblo como era: un rinconcito pesquero al borde del Atlántico, donde se conocía todo el mundo y todo era ilusión por vivir cuando mirábamos al futuro sin que nos marcara todavía la nostalgia. 

En las noches, cuando la brisa soplaba desde la costa y el clima era más agradecido, el centro se llenaba de almas para entretener la vida. Los más jóvenes, nos extasiábamos dando vueltas en el parque tras las novias de entonces. Los días de verano, el calor era tan abrasador, que en Caibarién no había mejor opción que irse a la playa a refrescar el cuerpo. 

Para llegar a la playa, que estaba en la punta de una pequeña península, tomábamos unos ómnibus desgastados que recorrían las principales calles repletos de gente. Muchas veces se quedaban a mitad de camino. Por eso, algunos preferíamos hacer el trayecto caminando o en bicicleta, sin importarnos el sol castigador del Caribe. 

Aquellos años, mi vida de principiante en el periodismo  la marcaba la pasión tras las noticias del club más saludable de mi pueblo: la base de deportes náuticos que estaba en la misma ribera del balneario.

Allí siempre había un hombre: Rolando Pérez Llada, el célebre "Melón”, que con el tiempo se convirtió en la persona clave de los practicantes del yatismo en todo Caibarién. Tenía 87 años cuando se murió el pasado domingo 17 de marzo. No era el mismo hombre vital de 40 años atrás, cuando sobre él pesaba la responsabilidad de comisionado de deportes náuticos. Su vida había cambiado
mucho y ya estaba totalmente encanecido.




Rolando "Melón" era uno de esos viejos bien conocidos de mi pueblo. Tuvo tres hijos: uno es Rafael Pérez (Rafe) que siguió los olfatos de su padre en el yatismo y llegó a campeón panamericano en la modalidad de 470 y se hizo célebre junto a Manuel Acosta (Mangüelo).  El otro era Rolando "Roly", que también lo llamaban Melón. Y el tercer hijo que tuvo junto a Magalis Cabello, su mujer de toda la vida, fue una chica, Raisa, que no pocas veces se dejaba ver por la orilla. "Melón” siempre andaba descalzo sobre los los snipe y las canoas. Se metía en el agua con un pantalón viejo remangado hasta la rodilla cada vez que atracaba o se hacía al mar con las embarcaciones del club que se llenó de nombres que hicieron historia, gracias a hombres como él.

Esto que yo cuento es de los episodios gratos de mi juventud, y así recuerdo también a Rolando Pérez Llada, en los años de mayor efervescencia de los deportes náuticos en la Villa Blanca. Siempre andaba con el pantalón deshilachado de sus días y su torso desnudo y corpulento de 40 años exhibiendo la piel tostada por el sol y el salitre, porque amaba el mar y el yatismo más que a su vida, tanto que era una leyenda viva.

Cuando “Melón” avanzaba hacia el embarcadero de la base deportiva, lo hacía inclinándose hacia un lado y hacia el otro, exhalando un humo blanco del puro que siempre llevaba prendido en la boca y que únicamente soltaba cuando sus pies descalzos tocaban la orilla y sus manos arenosas se iban sobre las embarcaciones.

Esa era una imagen casi diaria en la misma punta por dónde empieza la playa, encima de una tramo de costa rocosa que se ocultaba tras un bosque de inmensos pinos, y por dónde cada verano  íbamos y veníamos de los baños placenteros de nuestro “charco” más querido. Allí, justamente estaba la base del club náutico, donde ya en los ochenta, Rolando “Melón” era nombre y figura de una escuela que forjó héroes en el arte deportivo de navegar, atletas locales que después alcanzaron renombre nacional e internacional por sus éxitos consecutivos y la formación certera que recibieron.
"Melón” llegó a la base en 1969, después de varios años al frente de la vida deportiva local, y en poco tiempo comenzó a dominar aquel mundo de regatas y veleros donde se le pasaron más de tres décadas. De alguna herencia le venía su vocación por la navegación que se volvió una obsesión en él. Con el paso de los años se convirtió en uno de los principales impulsores de la vela deportiva cubana del último tercio del Siglo XX.
Ya como comisionado y padre del club, vivía con suma complacencia la capacidad de formación y concentración de los noveles deportistas. El hecho de que nombres y figuras de Caibarién formadas a sus órdenes hayan conseguido infinidad de títulos y campeonatos, era más importante para “Melón” que toda su vida porque como él decía: “aquí lo que cuenta no es el trabajo de uno sólo, sino la labor de un equipo entero, del club".
En el crepúsculo de su vida, Rolando Pérez Llada se dedicaba a fabricar artesanalmente las velas de la flota deportiva del club que forjó en Caibarién y los de otras provincias cubanas.
Esa manera de ver la vida del club justificaba la razón de encontrarlo muchas jornadas en el agua, de día y de noche, cualquier mes del año, entre una y otra temporada, sin descansar siquiera. En realidad, Rolando no paraba nunca.

Pero no todo fue color de rosa. “Melón” vio el fracaso muchas veces cuando se malograba alguna regata en medio vientos soberbios y mala mar. Así escribió su historia en el yatismo, entre triunfos y sorpresas inesperadas. 

Nunca perdió la calma ni la serenidad de buen velero y gran guía. Los periodistas que conocimos de su recia fortaleza, sabíamos que "Melón” encima de un barco deportivo era algo mas que un hombre, era una roca que marcaba el rumbo de la vela en Caibarién, gracias a su pasión por el mar y la navegación. 
Había que ver a "Melón" como yo lo vi, maniobrando sobre un snipe o un finn. Desde que arriaba las velas para ponerse en marcha, era un maestro por la destreza con que se movía hacia babor y estribor y el rumbo con que siempre guiaba la quilla en dirección con el curso controlado de su proa. Era un hombre proa en el mar y en la tierra. 

Entre sesiones de entrenamiento, charlas y noticias, en la base náutica casi siempre coincidan Venancio "Veny" Sanchez, Pedro "Langosta” y muchos nombres que hicieron época en aquel rincón costero adorado bajo el pinar por el que discurría el camino angosto hasta la playa de mi infancia. 

Cuando llegaban las temporadas de regatas nacionales a Caibarién, la bahía se llenaba de embarcaciones por todas partes porque las velas y el yatismo eran allí como el fútbol en Europa, como el béisbol en América. Eran los años ochenta, en que nombres como el binomio de Nélido Manso y Octavio Lorenzo (“El Jimagua”), triples campeones panamericanos y del mundo, abrían desde un snipe el libro de los triunfos en lides internacionales del deporte que los hizo reyes como la pareja estelar en finn que formaban Pedro Luis Suárez “Langosta” y Juan Jimnez “Juancito”. Ellos y muchos otros llenaron con sus nombres y sus proezas las páginas de triunfos de los deportes náuticos en la villa. Y en ello, indiscutiblemente, tuvo que ver la entrega parsimoniosa de “Melón”.

Pedro “Langosta”, que fue uno de los primeros discípulos en traer los lauros náuticos al terruño, era alto, rubio y tostón por su genética, no como "Melón”, que se le tostó la piel de los soles de toda una vida en el yatismo y metido siempre en el agua hasta la cintura, entre los kayak y las canoas; los finn y los snipe.

Cuando yo iba en busca de alguna exclusiva a las instalaciones de la base náutica, me encontraba a “Melón” con sus pantalones mojados y remangados y un olor a recina incrustada en su cuerpo de haber estado trajinando sobre las averías se las embarcaciones.
Cuando los soles del verano abrumaban, eran los mejores días para entrar en faena. Entonces "Melón” lucia sus mejores dotes de león adiestrado en el arte de los velas y los remos. Pero cuando llegaba el tiempo macabro de las tormentas y las lluvias, se rompían todos los cálculos y no había Dios en la base que se entendiera con la soberbia del mar. Todo el pinar de la playa se crispaba con las fuertes ráfagas de vientos, que parecían que iban a desenterrar el bosque. Durante horas enteras, el ambiente lo dominaba el zumbido  desesperado del viento entre los pinos. Ni el mismísimo “Melón” podía con aquellos días grises, y en la playa no tenían más cabida que los aguaceros intermitentes. 
Paraban los entrenamientos y  todo el club se reunía a escuchar las historias recurrentes de “Melón”, mientras afuera de las instalaciones solo se oía el tintineo de la lluvia y el bullicio de las ranas.

—Hay días buenos y días de mala suerte. Y en días así no se mueven ni los remos, –decía "Melón”.  Entonces su voz sonaba mejor que la del viento cuando comenzaba a contar historias.

Rolando era de poca estatura, andar pausado y palabras precisas. Siempre que me veía aparecer, exclamaba: “¡Periódico!", “¡Llegó Periódico!". Él junto con “Veny” Venancio me colgaron aquel mote cuando yo iba en busca de noticias frescas a la base.
—¿Usted está aquí porque le gustan los barcos y el mar o vive de este trabajo? –fue de las primeras cosas que le pregunté en los 80 al ver su entregada pasión. 

—No tengo la suerte de venir aquí por diversión. Meto el cuerpo y hasta el alma en las embarcaciones y con los alumnos porque vivo para el club, pero no estoy aquí para divertirme.

—¿Y lo mejor que ha sentido aquí?

—Saber que en este camino he ido acumulado tantos amigos y tanta gente que me aprecia ha sido muy reconfortante para mí. —me contó Pérez Llada tres décadas atrás, cuando el esplendor de mi juventud quería atrapar todas las pasiones de mi pueblo.

Todo lo que advertían sus palabras lo corroboraba después en el escenario de su trabajo contemplándolo zambullirse en el agua, dando instrucciones a sus alumnos sobre el manejo perfecto de las embarcaciones.

En la mar, ni tiempo ni marea paran o esperan. Entonces, “Melón” nunca rehusaba en una invitación tentadora:

—Tú también te puedes mojar y venir aquí a aprender lo que es el arte del deporte náutico. Mira que inmenso mar, y hay agua, mucha agua para navegar. 

Lo pasión por el yatismo la llevaba este hombre en la sangre como hijo legítimo del pueblo donde nació y creció pegado al mar. Para “Melón”, estaban claras las reglas para triunfar: Suavidad, calma y paciencia. Por eso hablaba siempre de salud y buena mar en tres claras coordenadas a la hora de navegar: no darse por vencido, anticipar la proa al viento y no intentar corregir nunca una maniobra fallida.
Fuera de las temporadas de regatas o al regreso de competiciones internacionales, "Melón” se enfundaba en un chándal azul como el color del mar y de su cielo y paseaba su satisfacción por el centro de la ciudad cruzando opiniones y alimentando las tertulias callejeras en cualquier esquina de Caibarién. Fue lo que hizo con los cinco campeonatos nacionales de snipe ganados por Miguel del Río, con su hija Raisa Pérez, como ella me lo contó tras su muerte: “También fue un padre muy especial; yo estudié licenciatura en deporte y fui 15 años entrenadora de velas desde el 91. Viví y disfruté muchas cosas del deporte gracias a él. Pero hasta después que se fue, he vivido muchas cosas lindas sobre su persona”.
A la familia de “Melón” la conocían en todo el pueblo del que no salió nunca. Entre sus hijos, siempre resaltaba Roly por las voces que soltaba en cualquier parte. Aunque no incursionó en los deportes náuticos como su hermano, en temporadas de velas siempre andaba con su vozarrón gritando a los cuatro vientos. 
Cuando Rafe Pérez Jr. marcaba distancia en las regatas, en toda la base se escuchaban exclamaciones de ¡Melón! ¡Melón! Entonces su inquieto hermano sobresalía dando saltos despavoridos y agitando sus brazos enardecidos entre gritos de ¡Rafe! !Rafe! ¡Campeón! Eso hacía Roly, y "Melón” solo soltaba sonrisas de satisfacción. 

En realidad, “Melón” tuvo muchos hijos campeones con las de nombres grandes que salieron de la base. No hubo año ni lid deportiva en que  no triunfara un atleta de Caibarién. El pueblo eufórico  se volvía una algarabía abrazando a sus campeones. 
Si se pudiera cuantificar  la flota que durante toda una vida se alineó a las órdenes de “Melón” en las aguas de Caibarién, sería interminable la suma de embarcaciones que el sudor de su frente vio desfilar por la bahía donde ya en los setenta llegaron a contarse 21 barcos, solo en la modalidad de snipe.   

Rolando se murió con 87 años el domingo ingrato del 17 de marzo con una reputación muy bien ganada que lo harán figurar en el gran podium de las glorias deportivas de mi pueblo.

Con su muerte, la élite de la vela nacional ha dicho adiós a uno de los mejores impulsores del yatismo en Cuba. 
➕DEP Rolando Pérez Llada, el eterno "Melón”; un trabajador incansable curtido por los soles de toda una vida sembrado en Caibarién, pero sobre todo, un ser humano extraordinario, a quien tuve la suerte de conocer y entrevistar muchas veces cuando el esplendor de su vida lo marcaba la vitalidad del yatismo.🌊⚓️🛶

▪️Y no se murió sin mencionar a forjadores de una tradición que como él, hicieron que el deporte de las velas fuera un acontecimiento imperecedero. Al final del documental con el que le homenajearon en 2008, menciona nombres de la historia deportiva náutica  local, que hurgando en la memoria y en su voz entrecortada, se pueden leer: "Machito Griñao, Israel Esterio, Mario Rojita, Bienvenido León, Roberto Pérez Ortueta y Macho Sacudio. Todos junto a Rolando Pérez Llada y los que le sucedarán seguirán enalteciendo a Caibarién, el puerto cubano de tantas historias junto al mar, a más de 300 kilómetros de La Habana. 

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