13 noviembre, 2015

Habla el cronista que inmortalizó a Omaira, la niña heroína de la tragedia de Armero



Tomado de El País 

Germán Santamaría es  el cronista que narró la agonía de la pequeña Omaira Sánchez entre el fango de muerte en el que quedó convertido la ciudad de Armero el 13 de noviembre de 1985.
Desde Lisboa, donde hace cuatro años y medio ejerce como Embajador de Colombia en Portugal, el comunicador que inmortalizó a esta pequeña, pero gran heroína de la tragedia,  evocó esta experiencia periodística que hace 30 años lo puso frente al dolor y la muerte,  como enviado especial de  El Tiempo. 
¿Dónde lo sorprendió la noticia de la avalancha de Armero?
La tragedia de Armero fue un miércoles a las 10:30 de la noche y el jueves a las 6:30 de la mañana llegué allá, en un helicóptero de El Tiempo. Regresé a las 7:00 p.m. a Bogotá a escribir todo el reportaje. El helicóptero había aterrizado  en una colina y estaba  ahí con damnificados, con gente que estaba casi desnuda y alguien me dijo que una niña estaba atrapada cerca de ahí. Esa colina era como una isla, entonces caminamos entre el agua,  la empalizada, rocas y pedazos de cemento de las casas, con el agua  casi hasta la cintura y llegamos. Había  solo dos socorristas, un sargento de la Policía y ahí estaba la niña en un charco de agua sucia, rodeada de pepas de café,  tal vez de una bodega  cuyos bultos  habían estallado y  se habían regado en el pantano y comencé a conversar con ella. 
Su relato de ese diálogo es desgarrador. Uno lo vuelve a leer 30 años después y vuelve a llorar...
Eso fue más o menos a las 3:30 de la tarde del día siguiente de la tragedia. Yo la vi y ella me miró a los ojos. Estaba tranquila. Los socorristas la tenían de los brazos. Entonces le pregunté al sargento porqué no la podían sacar de ahí  y me contó que estaba atrapada de la cintura para abajo entre los escombros de la terraza de su casa y que debajo estaba su familia sepultada.  Le pregunté su nombre y comencé a conversar con ella,  habló de la tarea de matemáticas del día siguiente, de su mamá que estaba en Bogotá y cantó. Estuve como  una hora allí, pero yo no entendía porque no podían sacarla  y pregunté qué había que hacer. Me dijeron que se requería una motobomba para extraer el agua.

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Entonces, ¿qué hizo?
Dije, voy por la motobomba (a Bogotá), pero el tiempo se puso muy malo, ya eran como las 4:00 de la tarde y nos tocó  desviar el helicóptero hacia Mariquita, donde había muchos aviones y mucha confusión. Logré irme en un avión ambulancia, como con diez  heridos. Fui al periódico y me dediqué a escribir su  historia. Y le dije  al   entonces subdirector del diario,  Juan Manuel Santos, que  por favor fuera a buscar una motobomba. Mientras yo escribía, él fue  a Paloquemao, hizo abrir un almacén  y llegó como a la medianoche con la motobomba, 
pero no se podía viajar sino al otro día. A las 5:30 de la madrugada aterrizamos y allí estaba la niña atrapada, rodeada de más socorristas y de más  gente.
Usted lanza  un madrazo muy bien puesto en la crónica, ante la impotencia de no tener la motobomba para salvar la niña...
Hace 30 años que no leo la crónica, porque me impacta y me duele mucho. No recuerdo el madrazo, pero sí recuerdo que sentí mucha rabia contra la naturaleza, contra la vida, aún contra Dios, contra los seres humanos, contra todo, porque no entendía cómo no podíamos sacar la niña de allí. Seguramente dije (escribí) eso, pero no recuerdo. Yo sí renegué, me sulfuré mucho, pero fue mucho más dramático el día sábado, cuando volvimos  con la motobomba.
Meses antes se instalaron alarmas ante una eventual catástrofe y el mes anterior  se distribuyeron cartillas   instructivas. ¿Hubo negligencia al no evacuar ante  señales como la ceniza que cayó en la tarde? 
Hubo dos negligencias fundamentales. Tres meses antes de la tragedia, fue a El Tiempo el alcalde de Armero, Ramón Rodríguez, amigo mío desde Ibagué. Lo entrevisté y dijo que en la vereda El Sirgo, en un cañón a  5 kms. de Armero, había  un derrumbe que había represado el río formando un lago artificial gigantesco y que temía  que si esa represa se rompía, iba a arrasar con Armero. Se tituló que una bomba de tiempo amenazaba a Armero. Pero nunca fue atendida esa denuncia. Estoy seguro de que con la erupción en el Nevado, el agua del deshielo bajó con tanta potencia, rocas y piedras que  se reventó la laguna y fue lo que multiplicó, en tamaño, la avalancha.  La segunda negligencia sí pudo ser que  al empezar a caer ceniza y lluvia, no se imaginaron –ni las alarmas lo dijeron –que el volcán iba a hacer erupción. Sí debieron haber evacuado de inmediato.   Sí hubo una negligencia esa noche, pero  fundamentalmente  hubo una omisión del Estado colombiano y el Gobierno de entonces, de no haber atendido el llamado para intervenir ordenada y técnicamente esa represa que crecía como una bomba de tiempo sobre Armero.
¿Cómo lo marcó en lo personal y en lo periodístico ese cubrimiento?
Siempre he pensado que lo de Armero me dejó  un poco o mucho más viejo, pero un poquito más sabio sobre la vida, sobre la humildad. Nunca he visto tanto dolor y tanta tragedia y lo he utilizado  como una terapia de mi vida, para que no se me suban los humos ni creerme  importante. Cuando me siento soberbio, prepotente, pienso en Omaira, para que me devuelva un poquito  la humildad, recuerdo Armero y pienso que la vida no vale nada,  que uno es muy frágil, que hay mucha gente que ha sufrido de tal manera, que las vanidades no importan. 
¿Quién es Omaira Sánchez?
Es una persona extraordinaria. Como periodista he visto sufrir, morir gente en Caquetá, en Beirut, en el Medio Oriente, en Centroamérica, pero nunca he visto una persona tan valiente, con tanta dignidad y coraje frente a la muerte como ella. Una  niña de menos de 13 años, que casi con alegría, con entereza y dignidad enfrentó la muerte. Fue destruida, pero no derrotada. Por eso sigue siendo reconocida en el mundo. En Europa sale mucho, fue declarada por la revista París Match entre los 50 personajes más famosos del Siglo XX. Hay escuelas con su nombre en Japón, en Francia es conocidísima, es una mártir colombiana universal,   que le mandó  a Colombia un mensaje de valentía y de dignidad.
¿Sabe que su crónica es material de referencia en las facultades de Comunicación Social y periodismo?
Seguramente que sí.  Espero que los estudiantes entiendan que fue en circunstancias muy difíciles. Llegué a la redacción a las 8:00 de la noche, me tocó escribir casi para tres páginas  en papel, en   máquina de escribir Remington –no existían computadores– y a una velocidad de 20 o 30 cuartillas en dos horas porque el periódico estaba cerrando. Don Enrique Santos, el director,  me arrancaba la mitad de la cuartilla y se la llevaba para ir levantando textos en armada, entonces yo no podía ver qué había escrito atrás. En el computador usted mira, analiza y corrige. Allí no,  fue a una velocidad vertiginosa, loca y bajo una gran presión. Terminé a  la 1:00 de la mañana y   a las 5:00  iba  otra vez para Armero.  No dormí esa noche, impresionadísimo. Cuando llegué a mi casa y vi a mi hija mayor dormida,  casi de la misma edad, parecida a Omaira, me puse a llorar;  mientras mi hija dormía en su camita, la otra niña agonizaba  entre el lodo. 
Si volviera a cubrir este  hecho hoy, ¿qué haría o dejaría de hacer?
Hoy en día la tecnología es diferente, me daría más capacidad de reflexión, de análisis, pero no haría nada diferente a lo que hice, porque no había otra alternativa. Es posible que haya inexactitudes, equivocaciones, conceptos apresurados, pero hice esa crónica, no con el cerebro, sino  con el corazón en la mano y el sentimiento. Me senté ante la máquina  de escribir embarrado, los zapatos y la ropa llena de lodo hasta los codos, solo me lavé las manos para escribir. Y tenía sangre porque viajé en el avión con los heridos. Fue una crónica escrita con sangre y dolor,  pero con honestidad. 
¿Volvió a saber de Consuelo, la niña que nació en ese mar muerto?
No, en ese momento  me dijeron que se había salvado,  después me dijeron que había muerto. Nunca tuve la certeza de si está viva o no. En ese maremagnum  uno iba y volvía, todo cambiaba, nadie daba razón, todo era un caos. Nunca más supe de ella.
Usted es de Líbano, Tolima, conocía el terreno...
A mí me mandaban a todas esas tragedias porque era el cronista, pero sí me ayudó ser de Líbano  y conocer muy bien Armero, porque mi tía había sido enfermera del Hospital allí. Cuando el helicóptero aterrizó el primer día en la terraza del hospital, me di cuenta que  donde mi tía había trabajado y  yo  había   hasta dormido muchas veces, había sido destruido. Miré a los lados y me dije: Armero está borrado del mapa. Estaba todo cubierto de lodo. Hasta el hospital que tenía dos pisos. Ese conocimiento me dio  ventajas para trabajar,  para identificar gente, personajes,   sitios.  
      
Fue  enviado especial a sitios de conflicto y desastres naturales, ¿pero ha llegado a ver algo similar?
No, no. Al  terremoto de México llegué en cuatro o cinco horas. Al de Popayán,    hora y media después. La gente todavía estaba en la calle asustada y lo cubrí  muchos días. Estuve en Perú, en la Guerra de las Malvinas, en muchos eventos de orden público en Caquetá, pero lo de Armero sí es el tope de la tragedia y del dolor.
¿Regresó a Armero luego?
Muchas veces, pero a los dos años regresé con mis hijas, y pusimos una bandera blanca con el nombre de Omaira, escrito con (mancha de) pepas de aguacate. Esa bandera ha permanecido allí, porque la gente la cambia cada que se destruye. Para sorpresa mía, una vez estaba en Nueva York y la revista dominical de The New York Times había puesto en portada la foto de la bandera blanca en la tumba de Omaira. Imagínese. Eso nos demuestra que esa niña es un símbolo universal y que Armero es la tragedia  más triste y dolorosa que se ha producido en Colombia, un país que ha vivido con  violencia permanente y que  ha estado muy cerca de la muerte, pero esto sí fue la muerte en una dimensión terrible.
¿Qué incidencia tuvo esta catástrofe sobre la otra tragedia que acababa de vivir Colombia con la toma del Palacio de Justicia?
Es muy triste decirlo, pero de alguna manera, los  más de 20.000 muertos de Armero, sepultaron ‘momentáneamente’ los más de cien del Palacio de Justicia; fue como un telón de fondo, una cortina con que se cubrió o de lo contrario, las circunstancias políticas del país se hubiesen complicado más, porque la gente, la opinión pública apenas estaba digiriendo, asimilando lo del Palacio de Justicia cuando estalló lo de Armero. Tuvo una incidencia política.
Polémica
  • ”Por la crónica ‘La Niña que agoniza en el fango’,hubo controversia en Europa, en especial en Francia y en España, que cuestionó si era ético usar una niña o una persona como un instrumento periodístico- mediático”.
  • Pero pienso, que esa niña  fue el rostro de la tragedia, porque 20.000 muertos son muchos y no son nada, son una masa sin rostro, triste y dolorosa, solo recordada por su familia. Nuestro modesto aporte fue haberle dado identidad y personalidad, entrevistarla y mostrarla como un ser valiente y  ser humano excepcional.
  • Omaira le dio identidad universal a la tragedia, como  acaba de pasar en Europa con el niño sirio. La historia de Aylan, muerto tirado en la playa, en toda la prensa del mundo, obligó a David Cameron,  primer ministro británico, y a su homóloga de Alemania, Ángela Merkel, a cambiar la política y a recibir a los refugiados. Es muy triste, pero es la verdad.

Lea aquí la crónica completa de Germán Santamaría sobre la tragedia de Armero.

Nombre: Germán Santamaría B.Trayectoria: Escritor y periodista, nació en El Líbano, Tolima. Ex periodista de El Tiempo, ex director de la Revista Diners y desde 2011, embajador en Portugal. Ocupó cargos en Señal Colombia, Consejo Nacional de Televisión y en el consulado de Colombia en Nueva York.
Premios: Cinco veces  Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar; Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, Vancouver, 1987. Premio Iberoamericano de Novela 1994 y Nacional de Narrativa, 1984.

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