En medio de ruinas, donde no importan muertes y mas muertes, las balas se disputan los escombros de lo que queda de Siria, entre el resistente régimen de Bashar Al Assad, las milicias kurdas y los grupos armados de la oposición, a la que hace resistencia en buena medida, el grupo yihadista Estado Islámico (EI). Un destino sin Ley que se ha convertido en el infierno de este mundo, y que es, sobre todo, territorio vetado para informadores de cualquier latitud.
Pese a todo ello y sin importarles los asesinatos ante las cámaras de periodistas y cooperantes británicos, estadounidenses y japoneses, sigue habiendo gente como José Manuel Lopéz, Ángel Sastre y Antonio Pampliega, los tres periodistas españoles ahora desaparecidos en Siria. Están perdidos en la misma boca del lobo.
El Alepo de 2015 no tiene nada que ver con aquella capital económica de Siria a la que hasta 2011 viajábamos desde Damasco en apenas cinco horas de autopista por el simple capricho de cenar en su ciudadela antigua, machacada. Desde el inicio del levantamiento contra Al Assad Alepo está divida en dos partes, dos ciudades diferentes, dos mundos en los que los civiles, según el lado en el que se encuentren, sobreviven bajo la lluvia de barriles bombas del régimen y los atentados y morteros de la oposición armada.
El EI es fuerte en las afueras, al norte y este de Alepo, pero dentro de la ciudad son otras facciones como Ahrar Al Sham (Movimiento de los hombres libres) o el Frente Al Nusra, filial de Al Qaeda en Siria, las que tienen el control. Desde comienzos de mes trece de estos grupos se han unido bajo el nombre de Ansar Al Sharia (Partidarios de la Sharia, o ley islámica), con el doble objetivo de «liberar Alepo y sus alrededores» y establecer posteriormente «un gobierno de acuerdo a la ley islámica», según revelaron antes de lanzar una ofensiva para intentar ganar terreno ante el Ejército sirio. Este avance opositor y la promesa de «liberar» Alepo, lo que supondría un duro golpe para Damasco, fue la percha que empujó a los tres compañeros desaparecidos a viajar de nuevo al norte de Siria, un lugar al que ya habían ido en anteriores ocasiones, pero donde las cosas cambian en cuestión de segundos. El poder del grupo con el que has entrado al país de forma ilegal se puede acabar en apenas una calle y entonces ya te encuentras en territorio enemigo.
El ministerio de Exteriores español habla de «desaparición», pero agencias sirias como Step News lo califican de «secuestro». Las familias de Antonio, Ángel y José Manuel piden «respeto» y «prudencia» y las de todos los que nos movemos en la zona nos miran con los mismos ojos que tenían en septiembre de 2013 cuando empezaron a faltarnos los reportajes, fotos y tuits de Javier Espinosa, Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas, los tres colegas que estuvieron seis meses secuestrados por el EI en Siria. No importa que recuerdes que los yihadistas han liberado a los tres informadores españoles que han tenido en sus manos y el Frente Al Nusra también puso en libertad al reportero norteamericano Peter Theo Curtis hace un año, unos días después del asesinato de su compatriota James Foley, el primer decapitado ante las cámaras del EI. Esa mirada te pide que no vuelvas, que ya vale, que te quedes en casa. Es la mirada de quien sabe que mañana le puede tocar sufrir ese vacío.
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