El mejor corrector del periodismo de mi tiempo ✒️
GUIDO, EL MAESTRO
«YO me estaba haciendo periodista; Guido fue de esos colegas que me perfeccionó»
Cada vez que al gremio villaclarareño llegaba un novato periodista, Guido lo arropaba correspondiendo la bocanada de irreverencia y aire fresco que representaba una pluma primeriza en la profesión.
Me pasó en 1985, cuando aterricé en "Vanguardia" y allí estaba Guido de Armas Bermudez, el maestro que murió octogenario este martes en Santa Clara, Cuba, sin poder seguir burlando su existencia entre el arte de escribir y vivir, y el ser bohemio que habitaba en él.
GUIDO VISTO POR EL HUMORISTA VILLACLAREÑO, PEDRO MÉNDEZ.
En los tiempos en que Guido se desempeñaba como redactor en el periódico provincial y, luego, en la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional (AIN), por su olfato de buen adalid en el oficio pasaban los textos de una generación: Nelson García, Mercedes Rodriguez, Luis Machado y hasta yo.
Guido era la viva expresión del lenguaje conciso, sin hojarascas ni textos floripondios. Así salía su página cultural de Vanguardia cada día y así concebía las noticias que escribía para la Agencia de Información Nacional como última escala de su carrera profesional.
Hasta hace unos años en que su vida cayó en declive, este periodista de estirpe innata, guardaba el mérito de haber educado a toda una generación en el periodismo de primera línea. Con su muerte, Guido de Armas deja la gran herencia de la madera de periodistas que junto a él se curtió.
Recuerdo la primera vez que me presenté frente a él con tan solo veinte años. Llegué hecho un escuálido, pero con unas ansias enormes por aprender y escribir. De esa época, todos recordamos la primera lección de periodismo cuando Guido nos decía: «no te cases con textos panfletarios que nadie va a leer». Guido era el rey de la concisión y la precisión.
Cuando a mi me expulsaron de una reunión en la Santa Clara de los ochenta, el sonado artículo con el que denuncié un caso contra la liberad de palabra y prensa en Cuba, fue Guido de Armas, quien después de medulares correcciones le puso el título y la sazón: «Un hecho fuera de este tiempo» El artículo acaparó espacio en la primera plana, y tras ser denunciados los hechos, la causa acabó engavetada por trabas partidistas.
Por cuenta de sus consejos y su énfasis, Guido iluminó el lenguaje y llenó de chispa la crónica periodística de mi tiempo, sin decir mentiras, pero precisando siempre en los juicios mas certeros. Lo hizo en la página cultural de «Vanguardia» primero y como afanado corresponsal de la AIN después. Lo hizo con todos los que nos arrimábamos a él, porque cada noticia en sus manos la transformaba en una historia impactante.
¿Y saben por qué? Porque Guido siempre buscaba dentro de la noticia otra noticia mejor. Por eso siempre que lo visitaba en Santa Clara, le decía: “Guido, cuando me acuerdo de ti, cada vez escribo mejor”.
Y el me espetaba con una frase: "Nunca se escribe mejor o peor. El periodismo hay que estar innovándolo todos los días y decir la verdad bien dicha"
Hace unos años, cuando Guido estaba sumergido ya en el crepúsculo de su vida, le visité en Santa Clara. No se imaginan lo que le sentó mi presencia ¿Y saben qué me dijo?: “Loyo, como me gustaría volver a los tiempos de "Vanguardia" y de la AIN”.
Tras su paso por el periódico y después en la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional, Guido acabó siendo uno de los colegas más entrañables y admirados del periodismo villaclareño, sobre todo entre los que perseguíamos esa audacia suya. “Si vienes decidido a ser periodista de profesión, déjame guiarte y aprende cómo se escribe mejor”.
Cada vez que le llevaba dos cuartillas me las dejaba en una y la noticia no dejaba de ser un gancho. Después con sus concejos perseverantes, escribir era una magia.
Uno de los periodistas más prolíficos que he conocido sucumbió ayer en Santa Clara. Montado en los 80, Guido de Armas Bermudez fue un ejemplo de lucidez y ética profesional hasta el final de sus días. La ética y el saber estar fueron sus autos de fe en la vida. Durante su más de medio siglo como periodista, fue un hombre absolutamente alérgico a las pompas y a los homenajes. Ni siquiera al mas brillante de los artistas que pasaron por su página impresa de cultura. Fue un prudente cada vez que levantaba el lápiz, y nunca abandonó el pudor y la vergüenza en lo que mas le gustaba hacer: escribir, consciente siempre de que hacia el periodismo para los demás y no para uno mismo.
Un día le pregunté a Guido:
¿A qué edad comenzó a hacer periodismo? Y respondió: —Cuando comprendí que antes de hablar es mejor escribir.
Y escribiendo se le fue la vida.
Llegué a ser muy amigo de Guido, en un tiempo en que acabábamos extenuados hasta que no parábamos por ver la primera impresión de "Vanguardia".
Todos los que conocimos su periodismo exigente desvinculado de toda parcialidad, aprendimos con él que las cosas que teníamos que decir como periodistas nunca las iban a decir los que dirigen, y mucho menos el gobierno. Y otra esencia suya fue que nunca había más fidelidad que cuando escribía un periodista, siempre que escribiera sin hojarascas y con precisión.
Solo en su rigor exigente aprendí a rehuir de los discursos pamplineros y los textos floripondios que tanto aborrece el lector.
Cuando yo le llevaba una cuartilla a Guido, me la llenaba de tachaduras y correcciones. Luego decía: "no te cases con facilismos ni frases hechas; elabora y crea". Volvía todo desmoralizado a la redacción. Hoy se lo agradezco.
Uno de los maestros de la gacetilla perfecta y el texto conciso ha sucumbido en Santa Clara. Junto a Roberto González Quesada, Jorge García Sosa, Ifraín Sacerio, Otto Palmero y todo aquel tándem de prolíficos decanos, fue de los que nos empujaban a escribir cada día mejor.
Gracias, Guido.
GUIDO, EL MAESTRO
«YO me estaba haciendo periodista; Guido fue de esos colegas que me perfeccionó»
Cada vez que al gremio villaclarareño llegaba un novato periodista, Guido lo arropaba correspondiendo la bocanada de irreverencia y aire fresco que representaba una pluma primeriza en la profesión.
Me pasó en 1985, cuando aterricé en "Vanguardia" y allí estaba Guido de Armas Bermudez, el maestro que murió octogenario este martes en Santa Clara, Cuba, sin poder seguir burlando su existencia entre el arte de escribir y vivir, y el ser bohemio que habitaba en él.
En los tiempos en que Guido se desempeñaba como redactor en el periódico provincial y, luego, en la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional (AIN), por su olfato de buen adalid en el oficio pasaban los textos de una generación: Nelson García, Mercedes Rodriguez, Luis Machado y hasta yo.
Guido era la viva expresión del lenguaje conciso, sin hojarascas ni textos floripondios. Así salía su página cultural de Vanguardia cada día y así concebía las noticias que escribía para la Agencia de Información Nacional como última escala de su carrera profesional.
Hasta hace unos años en que su vida cayó en declive, este periodista de estirpe innata, guardaba el mérito de haber educado a toda una generación en el periodismo de primera línea. Con su muerte, Guido de Armas deja la gran herencia de la madera de periodistas que junto a él se curtió.
Recuerdo la primera vez que me presenté frente a él con tan solo veinte años. Llegué hecho un escuálido, pero con unas ansias enormes por aprender y escribir. De esa época, todos recordamos la primera lección de periodismo cuando Guido nos decía: «no te cases con textos panfletarios que nadie va a leer». Guido era el rey de la concisión y la precisión.
Cuando a mi me expulsaron de una reunión en la Santa Clara de los ochenta, el sonado artículo con el que denuncié un caso contra la liberad de palabra y prensa en Cuba, fue Guido de Armas, quien después de medulares correcciones le puso el título y la sazón: «Un hecho fuera de este tiempo» El artículo acaparó espacio en la primera plana, y tras ser denunciados los hechos, la causa acabó engavetada por trabas partidistas.
Por cuenta de sus consejos y su énfasis, Guido iluminó el lenguaje y llenó de chispa la crónica periodística de mi tiempo, sin decir mentiras, pero precisando siempre en los juicios mas certeros. Lo hizo en la página cultural de «Vanguardia» primero y como afanado corresponsal de la AIN después. Lo hizo con todos los que nos arrimábamos a él, porque cada noticia en sus manos la transformaba en una historia impactante.
¿Y saben por qué? Porque Guido siempre buscaba dentro de la noticia otra noticia mejor. Por eso siempre que lo visitaba en Santa Clara, le decía: “Guido, cuando me acuerdo de ti, cada vez escribo mejor”.
Y el me espetaba con una frase: "Nunca se escribe mejor o peor. El periodismo hay que estar innovándolo todos los días y decir la verdad bien dicha"
Hace unos años, cuando Guido estaba sumergido ya en el crepúsculo de su vida, le visité en Santa Clara. No se imaginan lo que le sentó mi presencia ¿Y saben qué me dijo?: “Loyo, como me gustaría volver a los tiempos de "Vanguardia" y de la AIN”.
Tras su paso por el periódico y después en la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional, Guido acabó siendo uno de los colegas más entrañables y admirados del periodismo villaclareño, sobre todo entre los que perseguíamos esa audacia suya. “Si vienes decidido a ser periodista de profesión, déjame guiarte y aprende cómo se escribe mejor”.
Cada vez que le llevaba dos cuartillas me las dejaba en una y la noticia no dejaba de ser un gancho. Después con sus concejos perseverantes, escribir era una magia.
Uno de los periodistas más prolíficos que he conocido sucumbió ayer en Santa Clara. Montado en los 80, Guido de Armas Bermudez fue un ejemplo de lucidez y ética profesional hasta el final de sus días. La ética y el saber estar fueron sus autos de fe en la vida. Durante su más de medio siglo como periodista, fue un hombre absolutamente alérgico a las pompas y a los homenajes. Ni siquiera al mas brillante de los artistas que pasaron por su página impresa de cultura. Fue un prudente cada vez que levantaba el lápiz, y nunca abandonó el pudor y la vergüenza en lo que mas le gustaba hacer: escribir, consciente siempre de que hacia el periodismo para los demás y no para uno mismo.
Con él se fue un tesoro de historia por todo el cúmulo de anécdotas y vivencias que guardaba tras su carrera fecunda y que muchas veces en las tertulias nos contaba todo entusiasmado.
Fue en los 70 que Guido Emilio de Armas Bermúdez, se incorporó a la redacción de Vanguardia, y desde la página cultural asumía con "estilo desenfadado los principales acontecimientos artístico-literarios que transcurrieron en al antigua provincia de Las Villas", como lo describe el colega y también amigo, Luis Machado Ordetx, en su crónica «GIOVANNIS, EL PERIODISTA BOHEMIO».
Y fue a partir de ese momento —recuerda Luis— que el propio Guido adoptó el seudónimo de Geovannis "para rubricar los textos que aparecieron en el diario, y luego en las emisiones de radio que ofrecían los servicios de la Agencia de Información Nacional o la Emisora provincial CMHW, redacción en la cual laboró luego de la jubilación profesional a finales de los 90 cuando decidió tomar un alto en el universo periodístico".
EN LA FOTO: Con Guido de Armas, en uno de los últimos encuentros en Santa Clara, hace unos años. "Escribir mejor cada día" fue la sabia que acompañó toda la vida a este veterano periodista que murió el martes 24 de marzo en Cuba montado en los 80 años.
Un día le pregunté a Guido:
¿A qué edad comenzó a hacer periodismo? Y respondió: —Cuando comprendí que antes de hablar es mejor escribir.
Y escribiendo se le fue la vida.
Llegué a ser muy amigo de Guido, en un tiempo en que acabábamos extenuados hasta que no parábamos por ver la primera impresión de "Vanguardia".
Todos los que conocimos su periodismo exigente desvinculado de toda parcialidad, aprendimos con él que las cosas que teníamos que decir como periodistas nunca las iban a decir los que dirigen, y mucho menos el gobierno. Y otra esencia suya fue que nunca había más fidelidad que cuando escribía un periodista, siempre que escribiera sin hojarascas y con precisión.
Solo en su rigor exigente aprendí a rehuir de los discursos pamplineros y los textos floripondios que tanto aborrece el lector.
Cuando yo le llevaba una cuartilla a Guido, me la llenaba de tachaduras y correcciones. Luego decía: "no te cases con facilismos ni frases hechas; elabora y crea". Volvía todo desmoralizado a la redacción. Hoy se lo agradezco.
Uno de los maestros de la gacetilla perfecta y el texto conciso ha sucumbido en Santa Clara. Junto a Roberto González Quesada, Jorge García Sosa, Ifraín Sacerio, Otto Palmero y todo aquel tándem de prolíficos decanos, fue de los que nos empujaban a escribir cada día mejor.
Gracias, Guido.
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