• Sus obras, sin desperdicio, son cuadros cristalizantes que inyectan luz en la retina.
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El hispano-cubano Andrés Puig, afincado en Madrid es una pauta en el arte de pintar y la consumación máxima para alcanzar la luz.
Jesús Díaz Loyola (ATP)
Sus óleos sobre el lienzo y cualquiera de sus dibujos a pluma, descifran todo el poder artístico de un pintor consumado.
Andres Puig, pintor hispano-cubano afincado en Madrid se declara plenamente inmerso en el período luminoso de su obra.
Sus cuadros justifican todo el colorismo y las influencias africanos que marcan el curso de un artista del pincel que empezó abordando lo negro para encontrarse con la luz. Lo ha conseguido Puig con el curso apasionado de su obra.
De cierto modo, lo que pinta Andrés Puig es la crónica de su vida a partir de las vivencias que ha guardado a lo largo de su existencia. Cualquiera de sus pinturas encierra una evocación artística de máximo esplendor.
Siempre habla con marcada satisfacción de sus viajes por el continente negro, tres décadas atrás: Tanzania, Somalia, el Congo Brazzaville, Kenia y Egipto le llevaron a dar un vuelco en la línea de su gran pasión: la pintura.
Antes y ahora, en su línea negra primero y en su etapa de luz después, los cuadros de Puig son cada vez mas un reflejo del encierro maravilloso en que han convivido la pintura y él, con la infinidad de motivos y figuras que dibuja desde que se asentó en la sierra madrileña hace más de veinte años.
En ese mundo de magia y silencio, Andrés Puig ha hecho maravillas. Recuerdo su revelador período negro que hacia 2004 agotó en su colección La Fértil Reserva Infinita: "Conjuro", "Acecho", "Cicatrices" y "Día de Magia" fueron un canto imperecedero al gigante africano.
Yo que he tenido el privilegio de seguir durante años la pintura de Puig, he podido constatar como el artista, poco a poco, ha ido abandonando la sombra para explayar la luminosidad en su pintura: “Más color, más contraste, más nitidez y, sobre todo, luz”, me dice, y es lo que advierte en “Mujeres del Serengueti”, el tríptico de 2009 que lanzó su proyecto mas consagrado.
"Mujeres del Serengueti" es una obra maestra que el autor ha de preferir con especial manera, porque fue allí donde Puig justificó toda la consumación de su salto a la luz.
Las motivaciones de Puig son supremas. En ellas, las mujeres se mueven como cuerpos celestes para formar una conjunción de ambientes luminosos.
Sus escenas del "Serengueti" deben mucho al Parque Nacional tanzano, muy cerca de donde está la Zona de conservación de Ngorongoro que forman entre si todo el ecosistema Serengueti, fuente en la que ineludiblemente se ha inspirado Puig para la obra de toda una vida.
Por todo el Serengueti habitan leones, leopardos, elefantes, rinocerontes y el búfalo, un entorno faunístico que llena la imaginería plástica que se ha revelado como un estilo particular en Andrés Puig.
Con toda la carga de evocación del negro entre lo blanco, el artista ha plasmado la viva imagen que retiene del África de los 70. Sus personajes, sus evocaciones, fluyen en un contexto de impoluta claridad, y en una abstracta interpretación de los orígenes de la Humanidad.
La fama y el prestigio de Andrés Puig como exponente de la vanguardia surrealista, le viene desde sus mismas raíces. Nació en 1948, en la oriental provincia cubana de Las Tunas, pegado al campo. Esa convivencia idílica con la tierra le ha marcado toda la vida.
En todas las exposiciones anteriores, incluidas las colecciones permanentes donde sus obras viajan por el mundo, Puig refleja los más disímiles ambientes y sus personajes. Puig convive con ese pasado maravilloso y hasta sueña, Su pintura es un viaje imbatible entre el tiempo, la memoria y los recuerdos más vivos.
Cuando Puig pinta, su mirada está en África y viaja por la serranía de sus raíces cubanas como hurgando en todo el espectro de naturaleza que palpita en él.
Me detengo en “El cruce del río Mara”, obra de 2009, una impresión de seres virtuales vistos en un contexto, donde las figuras, los colores y los contrastes, trasladan cualquier circunstancia. Hay selva, hay agua, hay cielo y hay odisea, todo un universo que Puig vuelca magistralmente sobre el lienzo.
Cualquiera de sus obras, todas, sin desperdicio, son cuadros cristalizantes que inyectan luz en la retina. En 2004, cuando concibió "Éxodo africano", Andrés ya preconizaba el período de luz al que se afana ahora.
El Andrés Puig que yo conocí en Madrid, es autor además de las colecciones Camino de esperanzas (2004), La intemporalidad del retorno (2003), y tiene catalogadas en los noventa Afromística Cubana, Encuentros de Orishas y Algo porque meditar, una exposición que cosechó éxitos en Argentina, Chile y en Miami (Estados Unidos).
Cualquier signo de la transculturación afrocubana confluye en su obra, permanentemente animada en la abstracta interpretación de ecos visionarios y surrealistas con un estilo que ya lleva el sello Puig.
En su casa-taller de la sierra de Madrid, donde me place visitarlo, cada día, a cada paso, con el influjo de los cerros de La Cabrera, un trazo insospechado suyo le abre una rendija más a la luz en sus pinturas.
Le pregunté si tenía autorretrato, y me dijo con certeza que cualquier cuadro suyo es una semblanza de la vida que ha llevado en sus estados más puros: bohemio, elegante y melancólico. Yo que le conozco bien, se que toda su obra es una tentación a los ojos desde el mundo mágico que le rodea, lleno de mitos y leyendas.
LEA MAS SOBRE LAS PROYECCIONES Y PERSPECTIVAS DE PUIG EN SU SITIO WEB: http: //www.amdragos.es/puig/
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