15 febrero, 2009

Un Fidel Castro francamente recuperado entra en el escenario de la discordia

La Crónica, la actualidad

El semblante de un líder recuperado lo muestra en esta foto, junto a Michelle Bachelet, la segunda presidenta chilena que pisa La Habana después de Salvador Allende.

Revés diplomático de presidenta chilena vuelca su visita a Cuba

Tomado del La Tercera.com, de Santiago de Chile
En la noche del jueves 12, en el tercer día de su gira a La Habana, la Presidenta Michelle Bachelet se veía muy satisfecha mientras conversaba con los demás invitados en una cena reservada en la casa del empresario Max Marambio.
Según participantes de la cita, entre otros comensales -que degustaron un cerdo a la parrilla- estaban Fidel Castro Díaz-Balart, el hijo mayor del ex jefe de Estado; el canciller cubano, Felipe Pérez Roque; el presidente de la CPC, Rafael Guilisasti, los senadores Carlos Ominami y Jaime Gazmuri, el diputado Marco Enríquez-Ominami, el director de Protocolo, Fernando Ayala, y el ex canciller y asesor de imagen país Juan Gabriel Valdés.
Hasta ese momento, la Presidenta tenía una evaluación muy positiva del viaje, que para ella representaba, sobre todo, un hito histórico vinculado a sus raíces de izquierda. En casi todos sus encuentros había resaltado su condición de segunda Mandataria chilena en realizar una visita a Cuba después de la de Salvador Allende, en 1972.
Ese mismo jueves, además, se había realizado la cita más simbólica: una conversación de una hora y media con Fidel Castro (83), que ella calificó de "muy importante, muy grata, de muy alto nivel".
El canciller cubano llegó a la casa de Marambio con un set de siete fotografías de la reunión y se las entregó a la Mandataria, quien escogería dos para su divulgación pública (una de ellas aparece en este blog). La preocupación era que no se repitiera lo ocurrido con Cristina Kirchner semanas antes, cuando la demora en entregar las imágenes desató sospechas de que éstas eran trucadas.
Bachelet se retiró alrededor de las 2.00 de la madrugada. A esas alturas ya circulaba desde hace al menos tres horas la columna de Castro que terminó por empañar su gira y ponerla en un serio entredicho en uno de los puntos más sensibles de la política exterior chilena: el tema marítimo con Bolivia.
El golpe tomó por sorpresa a la comitiva presidencial chilena y a los parlamentarios socialistas que la acompañaban por varios motivos. La Presidenta había decidido realizar el viaje como un gesto a la Cuba de los Castro, pese a los costos internos con sus socios de la DC y a las fuertes críticas opositoras.
Además, no se había cansado de repetir que una de las grandes razones de su presencia en Cuba
era para saldar "una deuda de gratitud" por haber acogido exiliados chilenos del régimen militar. Tampoco había pronunciado frases críticas a la ausencia de democracia en la isla ni guiño alguno a los disidentes.
En la mañana del viernes, los rostros de la Presidenta y de su comitiva reflejaban la perplejidad y molestia por lo ocurrido. No había dos opiniones sobre el impacto: Castro había convertido la gira en un gran tropezón diplomático. También existía unanimidad de que minimizar el peso de las palabras de Fidel, sosteniendo que eran comentarios de una persona sin cargos en la administración cubana, era difícil de sostener.
Antes del incidente, en el gobierno se admitía que una de las medidas del éxito de su visita era ser recibida por el mayor de los Castro. Las circunstancias de la cita -la salida intempestiva de una actividad y la suspensión de la siguiente para ir a verlo, conducida por Raúl Castro- reflejaban la importancia que le daba a la reunión.
NEGOCIACION CON PEREZ ROQUE
La primera opción que barajó el gobierno para reducir el impacto del golpe carecía de realismo: un comunicado conjunto de los cancilleres donde quedara claro que las palabras de Fidel no interpretaban las conversaciones oficiales.
Poco después de las 10 de la mañana, mientras la Presidenta cumplía la agenda de visitar el Centro Histórico de La Habana Vieja, un Foxley visiblemente nervioso se mantuvo rezagado por varios minutos en una calle cercana, hablando por celular. Al otro lado de la línea, Pérez Roque le respondió que no existía ninguna posibilidad de una declaración desautorizando al mayor de los Castro.
Tras la negativa, según fuentes de la comitiva presidencial, el gobierno chileno se jugó la carta de advertir con firmeza que se estaba analizando la posibilidad de que la propia Presidenta Bachelet saliera a criticar al ex jefe de Estado cubano. Al final se pactó que Foxley se encargaría de hacerlo, bajo la promesa del gobierno del menor de los Castro que nadie saldría a retrucarlo.
El canciller, quien nunca vio con buenos ojos el viaje, realizó con satisfacción la tarea. "No vamos a dejar que la columna de opinión de una persona retirada opaque una buena visita", afirmó a la prensa, junto con cuestionar que el comandante filtrara una conversación privada. Para muchos, lo ocurrido marcó un hito: que alguien en suelo cubano lo criticara con fuerza -sobre todo una autoridad extranjera- sin recibir una durísima respuesta.
A esa inédita licencia para criticar al mayor de los Castro se sumó, pocos minutos después, el cordial almuerzo entre Bachelet y Raúl Castro (78) junto a casi 100 invitados oficiales en el Habana Club. Ahí Raúl -quien en todo momento derrochó simpatía hacia la delegación chilena- incluso se permitió ironizar sobre la afición de su hermano mayor por los largos discursos, lujo que nadie más se puede permitir en la isla.
DIFERENCIAS ENTRE HERMANOS
El análisis del texto de Fidel Castro y el apoyo de Raúl a Bachelet terminaron por cristalizar la conclusión que uno de los factores más importantes para entender el impasse es la pugna -cada vez mayor- entre los dos hermanos sobre el rumbo que debe adoptar Cuba. Si bien ese es el principal telón de fondo, en la génesis de lo ocurrido también hay rastros de la molestia del hermano mayor con la actitud del PS chileno hacia su régimen a partir de los '90.
Las divergencias entre los dos hermanos han salido a la superficie sobre todo en el campo de la economía y de la política exterior. Cuando tras una grave diverticulitis Fidel le traspasó la jefatura de Estado a Raúl, hace más de dos años, el hermano menor prometió implementar una serie de reformas económicas, al estilo de China y Vietnam. La extrema lentitud para impulsarlas se atribuye al veto de Fidel, quien ha criticado en sus columnas medidas como la liberación de la venta de celulares y computadores a los cubanos.
El foco principal del conflicto en los últimos dos meses se ha concentrado en la política exterior. Tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, Raúl ha buscado una posición negociadora que ha sido puesta en tela de juicio por su hermano mayor. Además de propiciar un diálogo "gesto a gesto" con EEUU, expresión rechazada por Fidel, Raúl se sumó al Grupo de Río para formar una amplia alianza con América Latina y con la Unión Europea para contar con aliados en una mesa de negociaciones con Washington. Su idea es expandir sus alianzas más allá del venezolano Hugo Chávez, a quien considera demasiado inestable, y buscar más apoyo en países como Brasil y México.
Fidel -quien hace 10 días empezó a disparar contra el nuevo presidente de EEUU, con una columna titulada "Las contradicciones entre la política de Obama y la ética"- es partidario de relaciones exteriores más ideológicas, tal como se desprende de sus alusiones a Evo Morales y a Chávez en su texto sobre el encuentro con Bachelet.
LAS CUENTAS CON EL PS
Parlamentarios del PS que integraron la comitiva admiten también que las cuentas pendientes entre el mayor de los Castro y su partido jugaron un rol en la columna que terminó por empañar la gira de Bachelet. "Fidel considera que el PS chileno se ha convertido al neoliberalismo y ha sido muy ingrato con Cuba, que les brindó refugio a sus dirigentes y militantes en la época más dura", dice uno de ellos. "Lo que no se entiende es que le pase esa cuenta a la Presidenta, que se dispuso a pagar altos costos para venir a Cuba".
Bachelet, en todo caso, no es la única damnificada por el tropezón diplomático que tiene como principal telón de fondo la pugna de los Castro. También lo son los parlamentarios socialistas que la acompañaron, todos ellos adversarios de Camilo Escalona, cuyas relaciones con La Habana se enfriaron hace más de una década.
A la lista también se suman los asesores de política exterior de Bachelet que alentaron el viaje, contra la opinión de Foxley, uno de los pocos miembros de la comitiva oficial que no salió magullado de la gira.
Cuando el avión presidencial aterrizó ayer en Santiago y se enteró de la nueva "reflexión" publicada esa madrugada por Castro a título de explicación para superar el impasse, las expresiones de alivio eran notorias. Fue entonces cuando la Presidenta tuvo el gesto que evitó hacer en La Habana: embestir contra Fidel.
El balance, sin embargo, fue lo que siempre ocurre cuando los hermanos que gobiernan con mano de hierro la isla desde hace 50 años se enfrentan. El protagonismo y la palabra final la tiene el mayor de los Castro, por más convaleciente que se encuentre.
Fuentes familiarizadas con lo que ocurre en la isla señalan que si bien Fidel sigue enfermo, su estado de salud ha mejorado en los últimos meses. Eso no le permite volver a ejercer sus funciones, pero le otorga la suficiente energía para sostener rounds con su hermano como el que terminó golpeando la visita de la presidenta Bachelet.

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